Ver aún estos días las calles de La Luz, uno de los barrios más poblados de Málaga, más solas que un centinela en el Sahara, impresiona.

Como consuelo, desde el domingo bastantes niños de toda Málaga tratan de educar a sus padres y les recuerdan que ellos, sus hijos, sólo pueden bajar a jugar una hora siempre que además mantengan las distancias de seguridad. Mucho ánimo para los que les hayan tocado unos padres díscolos.

De cualquier forma, la soledad, ahora atemperada, de La Luz, nos permite recordar que este mismo barrio tan poblado fue en su día, como buena parte de la Carretera de Cádiz en tiempos de la Málaga musulmana, una gran dehesa para ganado, aunque a partir de la conquista de los Reyes Católicos el paisaje fuera cambiando durante los siglos siguientes y llenándose de huertas, cañaverales y viñedos.

El ganado volvió, de forma puntual, en los años 40 del siglo pasado, cuando el conde de la Maza, que tenía plantada caña de azúcar por estos lares, alquiló sus terrenos para que las vacas de unos santanderinos eliminaran la mucha hierba que crecía en su propiedad.

Uno de ellos, Joaquín Barja, terminó quedándose con las tierras, así que los vecinos más antiguos seguro que recuerdan que el barrio que se construía desde finales de los 60 convivió unos años con la vaquería.

Hace un tiempo, el firmante pudo hablar con el amable urbanista Carlos Marqués, quien le contó que el principal artífice del barrio fue el gaditano Miguel Delgado, que hizo dinero en Marruecos y se asentó en Málaga para fundar la famosa constructora Genco.

Por cierto que uno de los dueños, Luis García Ruti, fue quien puso nombre al barrio y a él le debemos también los nombres de Las Delicias y el Jardín de la Abadía.

Albañiles de toda Málaga levantaron este barrio que acogió a muchos emigrantes malagueños de toda Europa, en especial, claro, de Francia, Suiza y Alemania.

Por desgracia, La Luz se construyó en unos años en los que se trataba de 'enjaretar', con algunas normas municipales, la suspensión por el Tribunal Supremo, en 1964, del Plan de Ordenación Urbana de 1950, y antes de que se aprobara el de 1971.

El resultado fue que la constructora sólo tenía la obligación legal de poner una acera alrededor de cada bloque, sin reserva de zonas verdes o de uso social que valiera, con el resultado que todos conocemos.

Las plazas del barrio son, pues, pequeños tesoros en esta antigua dehesa con demasiados bloques y pocos sitios para que los niños jueguen y los mayores se relacionen. Ojalá que el desconfinamiento gradual, ya en marcha, devuelva la vida a La Luz y los vecinos tengan el piloto encendido de la prudencia para que no se vuelvan a vaciar las calles.