Pese a que las películas de John Ford, con John Wayne a caballo, dejaron bien claro a varias generaciones de espectadores que el mayor agente exterminador de indios en Norteamérica fue el Gobierno de los Estados Unidos, una pertinaz leyenda negra (más negra que el hollín), sigue cargando las culpas en los conquistadores españoles y sus descendientes.

Y sin embargo, ocurrió en la tierra de Donald Trump lo que en Argentina y Chile, que las 'liquidaciones de existencias' tuvieron lugar cuando estas naciones alcanzaron la independencia. Que se sepa, ni el general Custer ni su Séptimo de Caballería eran naturales de las Alpujarras o el Valle de Jerte.

El resultado fue que ya en los años 30 del siglo pasado, los pocos indios supervivientes de tanto tiro al apache y al cheyene quedaron para vender baratijas a los pasajeros en las estaciones de trenes. Pocos y empobrecidos.

A pesar de la evidencia del exterminio, convertido por Hollywood en un rentable género del cine, los españolitos hemos cargado con todo lo ocurrido durante el siglo XIX en Montana, Utah, California, las dos Dakotas o Nevada.

Como saben, esta distorsionada interpretación de la Historia ha llevado a una sorprendente decisión de la Universidad de California-Santa Cruz, presionada por un desinformado colectivo de nativos americanos: retirar la réplica de 1906 de una de las campanas de las 21 famosas misiones californianas extendidas por Fray Junípero Serra en el último tercio del XVIII. Como supondrán en la universidad, el fraile franciscano fue un sanguinario pistolero que donde ponía la campana, ponía la bala.

Las 21 misiones a lo largo de más de mil kilómetros de costa fueron un plan organizado por el ministro malagueño de Indias José de Gálvez para frenar la expansión rusa, que avanzaba por Alaska y pretendía bajar al sur.

Ante la retirada de la campana, denunciada por la académica Elvira Roca, esta conocida profesora contactó con la Asociación Bernardo de Gálvez para comprar, mediante aportaciones de los interesados, esta difamada réplica y traerla a Málaga.

A finales de abril, la asociación informó de que, pese al azote del coronavirus, la campaña seguía adelante y en el caso de que no llegara a buen término, contaba con «una alternativa equivalente» de la que, por prudencia, nada adelantaremos aquí.

El pasado octubre los académicos de la Historia Manuel Olmedo y Francisco Cabrera recordaban en La Opinión que por esas fechas un centenar de particulares había hecho ya una donación.

Sorprende, o quizás no tanto, que el colectivo indígena no haya pedido la retirada inmediata del monumento en Michigan al general Custer, uno de los 'ángeles exterminadores' más eficaces de su país. Es más fácil echar la culpa a un fraile español del XVIII y sus fieros secuaces.