Dos día a la semana, a eso de las doce de la mañana, las puertas del colegio María de la O de Los Asperones escenifican una suerte de bingo donde hasta 150 familias son poseedoras de un número premiado. «¡El 41, el de la Macarena!», «¡El 21 y el 38, para la nuera y la suegra!», «¡142, la brilli brilli!», «¡El 87! Aquí está». Mientras el maestro de ceremonias, el director del centro, Patxi Velasco, con mascarilla en rostro y micrófono en mano, va cantando -no sin gracia- los números, las vecinas aludidas se acercan y recogen una bolsa repleta de comida.

Quienes tienen hijos en el colegio aprovechan para entregar los deberes hechos por los cumplidores y, además, reciben los papeles para la escolarización del próximo curso y una cita previa para acudir a hacer los trámites, un proceso para el que el colegio ya está preparándose, de manera que se garantice la seguridad.

«Al venir el 100% del alumnado a recoger la comida, se está coordinando con el centro educativo, y se están mandando los deberes a los niños. Hay comunicación por WhatsApp, por el móvil y por grupos de difusión. No hay clases online, porque no hay wifi ni medios ni recursos», explica el director del María de la O, que estima que con este seguimiento están consiguiendo llegar al 60% de los estudiantes de Los Asperones tras la suspensión de la clases y no de manera continuada. «Necesitamos volver a las clases, el contacto personal en colegios de este tipo es muy importante».

En realidad, tras ese bingo alborozado y el ambiente jocoso que se extiende durante el par de horas que dura el reparto de comida, se esconde un colosal esfuerzo cimentado sobre el ímpetu de la escuela y de diversas entidades sociales que trabajan por asegurar la alimentación en hogares donde a día de hoy no entran ningún tipo de ingreso, entre ellas, Nueva Alternativa de Intervención y Mediación (NAIM), una asociación implicada en la alimentación de Los Asperones desde hace 5 años y que, en plena pandemia, echa a rodar a diario dos furgonetas para llevar alimento a las zonas más vulnerables de Málaga, donde incluyen a La Corta y La Palmilla.

«Antes repartíamos abajo en la oficina, pero cuando empezó el coronavirus nos juntamos con el colegio, ellos dan su comida, nosotros la nuestra pero todos aquí», explica Inma, trabajadora de NAIM, mientras prepara las bolsas en el comedor del colegio de Los Asperones, poco antes de que empiece el reparto. «Nosotros ya estamos repartiendo a casi 400 comensales. Se han ido uniendo asociaciones a parte de NAIM que también están ayudando, panaderías que traen el pan...». Una familia, un número.

Por ello, aunque el coronavirus impide que el comedor del María de la O acoja a sus estudiantes como de costumbre, no por ello ha cesado su actividad sino que sigue repartiendo el sustento a las familias de Los Asperones, a través del Plan de Solidaridad y Garantía Alimentaria (SYGA) al que el colegio ya estaba adherido, el apoyo constante de las asociaciones y las donaciones. «Tuvimos que unirnos todos porque si no no llegábamos a todas las familias», sentencian desde NAIM.

Caras nuevas

Tan solo 15 minutos en coche separan a Los Asperones de La Palmilla, otra zona deprimida de Málaga donde el coronavirus ha complicado a muchas familias el hecho de poner un plato sobre la mesa cada día. Antonio, otro trabajador de NAIM encargado de repartir menús de lunes a viernes en la sede de la asociación, habla tímidamente y, sin detenerse en el pesimismo, de una situación «un poquito crítica».

Junto a su compañera Cristina, ambos ordenan las raciones que han recibido ya envasadas de las cocinas de la propia asociación ubicadas en Carlinda, siempre en función del número de miembros de la unidad familiar y diferenciando en base a las necesidades de salud, culturales y religiosas de todos los usuarios.

En total, 41 familias acuden a por su bolsa a la sede de NAIM, ubicada en la avenida de la Palmilla, de las que ocho son caras nuevas que se han sumado debido al repentino parón de la vida ocasionado por la Covid-19.

«La crisis de 2008 empezó pero de forma escalonada, la gente fue quedándose parada poco a poco. En este caso ha habido un parón generalizado de hoy para mañana, nadie se lo esperaba», explica Enrique Porras, presidente de NAIM. «Hay mucha gente que su medio de vida es el día a día, que vende cuatro cosillas, que limpia en las casas... y por tanto, no son consumidores de los servicios sociales... porque con lo que ganan pueden tirar perfectamente pero cuando se ven obligados a estar en sus casas y no poder salir, a no tener recursos, van a los servicios sociales o a las entidades. Esas caras nuevas nos las hemos encontrado de forma repentina, ha sido tremendo. No vienen para pedir una prestación, vienen a que les ayudes para comer».

Uno de esos rostros nuevos es el de José Antonio, vecino de La Palma. En su casa son seis de familia, sus cuatro hijos de entre 3 y 13 años, su esposa y él. Ambos en paro desde hace ya dos meses, debido al confinamiento.

«Yo antes salía y me buscaba la vida, haciendo algún «chapús», ella [su esposa] vendiendo trapillos por ahí a la gente€ y ahora ni eso. No se puede salir a la calle, te echan multas, tienes que tener justificante», comenta José Antonio, a quien lo que más preocupa de esta situación son sus hijos, que no les falte sustento ni materiales para continuar sus estudios:

«Ya no sabemos ni lo que hacer con los niños. ¿Por uno mismo? ¡A uno le da igual! Pero son los pequeños los que están ahí, que el futuro será para ellos... que cuando no estemos que por lo menos estén preparados y que si alguna vez tengo algún trabajito, me pueda encerrar en mi casa, la nevera llena de comida y con los materiales del colegio».

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Reparto solidario de comida en los Asperones

Y con el mañana, ¿qué?

Muchas familias sortean la elevada tasa de paro estructural de Los Asperones con el «chapurreo» y la venta de chatarra, otro modo de vivir al día que el confinamiento ha derrumbado por completo. Por otro lado, algunas mujeres del barrio contaban un empleo en la hostelería o en establecimientos hoteleros y ahora les han aplicado un ERTE.

«Estas personas, en tiempos normales ya tienen unas carencias muy importantes para poder acceder al mundo laboral, ahora con lo que se ha desencadenado y lo que se viene encima la gente está muy preocupada, ya lo está sufriendo», explica Pepe, uno de los técnicos de orientación laboral en NAIM que continuan asesorando a los usuarios de forma telemática.«Muchos están en empleos muy precarios, temporales, algunos no tienen más remedio que ganarse la vida con economías un poco furtivas, en el sentido de que venden por aquí, por allá, recogen chatarra, mientras salen oportunidades de empleo€ todo esto se ha venido abajo. El desánimo y el desconcierto por lo que se viene encima es muy grande».

Para Joaquín, dedicado también a la orientación laboral en la asociación, su percepción es como de estar abocados a rebobinar y retroceder a como estaba el panorama con el estallido de la burbuja inmobiliaria: «Es como volver a la crisis antigua, volver otra vez a empezar con la cantidad de paro que se va a producir con el coronavirus».

«Nosotros buscamos chatarra y ahora no tenemos nada, no tenemos vía económica ni de nada». En la familia de Estrella, vecina en Los Asperones, son cinco personas, en un mismo hogar separado en dos «cuartillos», sus suegros en uno y ella junto a su hijo y su marido en otro.

En la vida anterior al estado de alarma, en su casa el sueldo diario rondaba los 30 o 40 euros, según el día y la cantidad de chatarra que recogiesen y lograran vender. Ahora esos ingresos se han esfumado y no cuentan con ayudas económicas, aunque aseguran que las han pedido.

Sobre el futuro, pocas expectativas pero sí muchas preguntas: «¿cuando todo esto pase va a haber chatarra? Si mi marido va a poder salir, no se sabe....». Sobre el presente, que pase pronto: «Otra cosa no hay. Y que el Señor nos libre de todo lo malo».