Tras 63 días lidiando con el «bicho», Mario Casas (Benalmádena, 51 años) no encuentra reproche que hacerle al coronavirus. Salvo el miedo, asevera, todo ha sido un aprendizaje, una «aventura» que le ha enseñado a cuidarse más y aflojar el ritmo al que está acostumbrado. «Eso es para mí lo más importante, porque he aprendido».

Sin patologías previas, enamorado del deporte y sin ser población de riesgo, Mario contrajo el virus a principios de marzo, justo cuando se estaba sometiendo a un entrenamiento muy intenso para participar en la Non Stop, una carrera en bicicleta que une Madrid y Lisboa sin paradas que se celebra en septiembre. Un ataque de lumbago y ciática le había obligado a parar el ejercicio y quería recuperar el tiempo perdido con un entrenamiento de alta intensidad: «Mis defensas se bajaron», ataja Mario, que explica que es una práctica habitual. «Esto lo he hecho otras veces, pero otras veces no estaba el covid por la calle».

Con todo, el domingo previo a la declaración del estado de alarma, el 8 de marzo, este malagueño participó junto a su esposa en la media maratón de Benalmádena promovida por el hotel Holiday World y el Ayuntamiento, una competición en la que participaron unos 1.500 corredores y allí, según las sospechas de este deportista empedernido, probablemente «el bicho le invadió».

Las primeras fiebres coincidieron con la declaración del estado de alarma pero Mario aún no pensaba en el coronavirus, ni se lo planteaba, la Covid-19 seguía sonando a algo muy lejano y lo achacó a un enfriamiento para el que le recetaron antibióticos y, ante su ineficacia, se hizo las primeras pruebas médicas. Según pensaba, no podía ser el virus aunque instintivamente empezaron las precauciones:

«Desde el primer día que yo amanecí con fiebre decidí irme a dormir al sofá del salón, porque sin querer saber que esto podía ser el coronavirus, como estaba la noticia en la calle y ya nos habían confinado, no sé por qué lo decidí». En su hogar, donde vive con su esposa y sus dos hijas, nadie más contrajo el virus. «El domingo 22 ya me tuve que ir para el hospital Costa del Sol a ingresarme porque ya no respiraba bien», relata este oriundo de Benalmádena.

Tres semanas ingresado

El trayecto en ambulancia al hospital Costa del Sol, recuerda Mario, estuvo monopolizado por el silencio y un incipiente miedo por su vida tras una despedida breve con su familia, sin besos ni abrazos.

«Ahí la tristeza que te invade es no poder despedirte sin saber muy bien a dónde vas, eso es una incertidumbre», cuenta este malagueño, que entonces esperaba tener una neumonía y pasar un período corto ingresado. «Al final se convirtieron en 22 días porque ingresé en el hospital con una saturación muy baja».

Pese al ambiente hostil de un hospital que comenzaba a enfrentarse a la peor parte de la pandemia, Mario no duda en hablar de «ángeles de la guarda» para referirse a todo el personal, sanitario y no sanitario, que se afanó en cuidar de él durante su recuperación.

«Estos héroes de bata verde tienen nombres, tienen familia, tienen vidas interiores y también tienen sus problemas diarios, pero se quedan en la puerta del centro hospitalario», escribe ahora Mario Casas, en un pequeño homenaje al Costa del Sol. «Nada les confunde, nada les distrae, nada se interpone entre su labor profesional, ya sea como médico, como celador, enfermera, cocinero, limpiadora, o la labor que desempeñe, para poner todo su empeño...en curarnos no sólo la salud, sino los miedos, las angustias... en definitiva curarnos el alma también».

Unas palabras que dirige a las personas que cuidaron de él, a las cuales hoy no podría reconocer si se cruzara con ellos paseando debido a los EPI, pero a los que trata de agradecer lo que hace dos meses se merecería un abrazo.«Ellos sí que se juegan la vida sabiendo que se pueden contagiar», recalca Mario.

De su paso por el Costa del Sol en un momento de gran debilidad se queda con la sensación de que «somos buenas personas» que desprendemos amor, aún si conocerse. «¿Lo peor?, la soledad». Tras el duro aislamiento hospitalario, el 13 de abril este malagueño recibió el alta pero mantuvo la separación social en casa hasta que la tercera PCR confirmó que había matado al bicho.

No se ha cumplido una semana desde entonces y, aunque el optimismo le inunda por completo, tampoco siente que deba cerrar el capítulo ni abandonar la prudencia. «Veo a la gente con muchísima ligereza en las calles, sin mascarilla, sin guantes, en las terrazas y sin medios de protección. A mí me pone muy nervioso. Y es verdad que los casos están descendiendo pero no nos puede hacer perder el miedo a la enfermedad, porque el bicho sigue estando en la calle. Y no sabes ni dónde ni cuándo». Sobre las manifestaciones, independientemente de la ideología, es claro:

«Hoy por hoy es una temeridad, la haga quien la haga o la convoque quien la convoque. De la misma manera que estoy viendo las imágenes de Madrid de las manifestaciones de Nuñez de Balboa o el entierro de Julio Anguita, que evidentemente ha muerto una persona muy querida en Córdoba, a lo que yo veo ahora que ya puedo salir a la calle... a mí me parece una temeridad porque lo he vivido de cerca, lo he vivido de dentro».