En la Málaga de la sociedad estamentaria, el cambiar de clase social mediante una boda de alcurnia o una jugada financiera maestra estaba tan censurado como las sopas de cebolla con veneno.

Quien nacía carpintero se moría martillo en mano y hasta el moño de trajinar con la madera, pero que no se le ocurriera aspirar a subir en el estamento social porque no tocaba.

Se entiende así el que cada gremio de Málaga trabajara con sus propias y estrictas reglas y en una zona específica de la ciudad, para que hubiera orden social sin mezcla.

Las calles Ollerías, Especería o Panaderos nos dan una idea de la distribución gremial con la llegada de los Reyes Católicos. Tan filo hilaban las autoridades de Málaga, que la actual calle Marín García se llamó en su día de la Zapatería de Obra Gruesa, mientras calle Granada se conoció durante un tiempo como la calle de la Zapatería, a secas, porque allí se hacían los zapatos de 'obra fina'.

En nuestros días, de todo este mejunje de calzados a continuación de la calle Marín García nos queda, a modo de rescoldo medieval, la calle Zapateros.

Los tiempos han cambiado, la sociedad estamentaria -con excepciones clasistas como el president Quim Torra- se ha esfumado de Europa y hoy los zapatos podemos decir que campan a sus anchas.

Como asegura Woody Allen, los europeos solemos copiar de Estados Unidos los más absurdo de su país en lugar de lo más interesante. A la moda de los pantalones 'cagaos' (con perdón), la comida grasienta rica en colesterol y el llevar la gorra al revés hay que sumar la costumbre de ensartar zapatos en los cables de la luz.

Los expertos aseguran que esta extendida memez, conocida como 'shoefiti', podría ser un código muy poco secreto para comunicar al mundo que en ese punto de la ciudad se vende droga, hay una casa con okupas o llegan los límites de alguna banda marrullera.

Recuérdese que quien en lugar de leer un libro o pasar una tarde con la familia y amigos se suma a esta práctica debe atar los dos zapatos antes de tirar a la 'canasta eléctrica'. Si luego le multan, no digan que no le avisamos.

Lo que quizás no esté tan extendido en la patria de Donald Trump o a lo mejor se desconozca es una variante malaguita de esta práctica deportiva.

Podrán constatarla los malagueños que, dentro de su kilómetro de acción, tengan la suerte de pasear por el Monte Calvario.

En este precioso paseo, jalonado por los tocones de árboles artísticamente esculpidos por el malagueño Manuel Ledesma puede apreciarse entre el follaje, aupado al tronco inclinado de un pino, una enigmática bota de montaña, lanzada por alguien, posiblemente, muy aburrido.

¿Se amplía el horizonte de este vano deporte de señales? Qué remedio.