En el mundo de las citas célebres hay dos grandes fuentes productoras de ocurrencias o al menos, a ellas se les atribuyen dependiendo del tono de la cita. Y así, las más cenizas, las que auguran un mundo aciago y lleno de cuervos suelen atribuirse a Schopenhauer, mientras que las ingeniosas y brillantes las suele apadrinar George Bernard Shaw.

Otra cosa, claro, es que todas ellas salieran de sus respectivas testas o para decirlo en malaguita, 'meollas'.

En España, una fuente importante de estas citas célebres han sido siempre los toreros. A Rafael Guerra, 'Guerrita', se le atribuye la famosa frase «Más cornás da el hambre», mientras que a su tocayo Rafael Gómez Ortega 'El Gallo' se le supone la frase «Hay gente pa tó», soltada al conocer al filósofo José Ortega y Gasset, aunque otra escuela de pensamiento asegura que en realidad fue una respuesta de Lagartijo, al conocer a un médico histólogo.

Polémicas aparte, al recorrer la larga calle Madre de Dios-Montaño, el malagueño de a pie bien puede decir eso de «Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible», atribuida a 'Guerrita'.

Idéntica sensación tendrá al plantar sus reales en calle Dos Aceras, de la que hablamos hace cerca de un año. En el ambicioso programa de convertir las calles en lugares menos inhóspitos, y ahí está la procesión en fila india de los peatones por las aceras-desfiladero de calle Álamos, el Ayuntamiento ha ido igualando la alturas de calzadas y aceras de algunas vías.

Además, para evitar la confusión de los conductores y viandantes, las aceras, de un gris más claro, las ha separado del gris oscuro de las calzadas mediante sendas líneas amarillas o unas piedras blancas suavemente inclinadas.

La medida en principio sonaba bien y además recuperaba para el Centro Histórico un suelo de adoquines de distintos tamaños, mucho más bonitos que la ramplona capa de asfalto.

El único defecto de estos adoquines, ya lo dijimos el año pasado, es que no sirven. Los diseñadores de la hermosa ocurrencia parece que no tuvieron en cuenta que el tráfico rodado, si rueda lo suficiente, termina por hundir estas piezas, que al final se asemejan a las baldosas mal colocadas de un cuarto de baño.

El resultado es un martirio para los coches y una oportunidad para los negocios de recambio de ruedas.

Además de en calle Montaño, Madre Dios y Dos Aceras, los conductores han podido catarlo con creces en la plaza de la Merced, donde los adoquines, de tanto paso de coches y camiones, terminaron adoptando la bella forma de unas olas pétreas.

El invento salió mal y habría bastado con probarlo antes para llegar a la misma conclusión que el diestro: Lo que no puede ser no puede ser. El dinero que nos habríamos ahorrado.