En noviembre de 2006, esta sección acompañó a Manuel Garrido, vecino e investigador del Puerto de la Torre, a un precioso e histórico edificio del barrio: la hacienda del Cañaveral de los Frailes.

Manuel acababa de publicar el libro 'Puerto de la Torre. Convento del Cañaveral. Virgen de las Cañas, su historia', en el que además de narrar las cuitas del veterano edificio, lo vinculaba estrechamente con la Hermandad de la Virgen de las Cañas.

En ese reportaje, tanto el autor de la obra como el antiguo propietario de este cortijo, Miguel Antonio Torres, llamaban la atención sobre su deterioro.

Catorce años más tarde, la situación es todavía más ruinosa que entonces, con zonas apuntaladas y otras desplomadas, pese a que se encuentra en el Catálogo de Edificios Protegidos del PGOU con la máxima protección arquitectónica, el grado I.

«Es una pena su estado, por lo menos había que evitar que se cayera antes de restaurarlo», señalaba la semana pasada Manuel Garrido.

El investigador, que prepara una edición ampliada de su libro, aclara que, «en sentido popular», en el Puerto de la Torre se ha conocido como el convento del Cañaveral de los Frailes, pese a que no fue convento sino residencia de frailes, apunta.

Ese sentido, el de una residencia conventual, es el que también le da el historiador Manuel Muñoz en su obra 'El crecimiento urbano malagueño en el siglo XIX', quien escribe que tuvo un uso «posiblemente para retiros y descanso y para almacén».

Para los dos autores, no hay duda de que el origen de esta finca se encuentra en los repartimientos de Málaga de finales del siglo XV, con lo que estas tierras terminaron en manos de la orden dominica.

El profesor de Historia del Arte de la UMA Francisco Rodríguez Marín, autor de la ficha de protección del edificio del PGOU, subraya que «nunca fue convento pero fue propiedad del convento de Santo Domingo, algo muy común porque los monasterios y conventos tenían propiedades en Málaga y provincia».

Francisco Rodríguez Marín indica que, hasta la fecha, tampoco hay un documento que señale que el edificio sirvió como finca de retiro de los dominicos; lo que sí ve claro es que la explotación agrícola de las tierras fuera de mucha utilidad a la orden religiosa: «Muchos conventos, cuando se fundaban, necesitaban cortijos y tierras... bienes raíces para sustentarse», explica.

La vinculación con los dominicos acaba en 1836, cuando con la desamortización se pone a la venta la hacienda con sus extensas tierras, que como recuerda Manuel Garrido incluían el molino de Soliva y cubrían desde la Colonia de Santa Inés hasta la Venta de San Cayetano.

Manuel Muñoz cuenta en su libro que se dividió en 17 parcelas, buena parte de las cuales las adquirió el todopoderoso gobernador Antonio María Álvarez, con las que hizo un buen negocio. De hecho, se conoce que vendió 71 fanegas de tierra «con su casa, molino de aceite, con 1.000 álamos, chopos y algunos cañaverales» al arquitecto municipal Rafael Mitjana.

Tras pasar por varios propietarios, en 1925 adquiere la finca Miguel Torres. Fue propiedad de la familia Torres hasta el año 2000, cuando la adquiere una empresa.

«Fui el último propietario con mis primos, porque mi abuelo hizo tres lotes para su tres hijos», contaba la semana pasada Miguel Antonio Torres, nieto de Miguel Torres y hermano mayor de la Virgen de las Cañas. Así denominaban en el Puerto de la Torre a una antigua imagen dominica de la Virgen del Rosario ligada a la hacienda, al encontrarse en una histórica zona de cañaverales, un terreno mencionado ya en el libro de repartimientos de Málaga, con la llegada de los cristianos.

Miguel Antonio Torres, que comenta que en el pasado el Cañaveral de los Frailes fue una preciosa «finca jardín», informa de que la actual propietaria es una empresa con sede en Estepona.

La parte antigua, deteriorada

Como explica el profesor Francisco Rodríguez Marín, que visitó la finca la pasada semana y además es presidente de la Asociación en defensa de las Chimeneas y el Patrimonio Industrial de Málaga, en la construcción puede apreciarse a la perfección la huella de los siglos: «La parte más antigua, que puede ser del siglo XVI o XVII, con muros de mampostería y ladrillo, con el barro como argamasa, se está viniendo abajo; además, todavía conserva decoración de esgrafiados, que estuvo de moda en el siglo XVIII y comienzos del XIX. La parte de la fachada, con la reforma de 1874, cuya fecha aparece en la rejería de la puerta principal, es la que está en mejor estado».

El cortijo se puede restaurar

Para el profesor de la UMA, pese a las zonas desplomadas, incluidas algunas cubiertas, «este cortijo aún admite su rehabilitación». El experto subraya que, al contrario que lagares históricos de los Montes que por su distancia del casco urbano «están desapareciendo de forma inevitable», la hacienda del Cañaveral de los Frailes se encuentra ya en el casco urbano del Puerto de la Torre, en concreto junto a la avenida de Rocío Jurado, «y si hay voluntad se podría recuperar e incluso destinar a tenencia de alcaldía del barrio o para instalaciones sociales que se van demandando cuando los barrios crecen en población».

Además, como ejemplo de un edificio de estas características que no ha terminado desapareciendo, pone el ejemplo del cercano cortijo de La Píndola, del siglo XVIII, convertido hoy en una sede de Promálaga.

En la misma línea, el investigador Manuel Garrido está convencido de que prestaría un gran servicio como equipamiento para el Puerto de la Torre.

En cuanto a Miguel Antonio Torres, que logró con sus gestiones, a través de la hermandad, que el edificio fuera protegido por Urbanismo, ya en 2006 declaraba que había propuesto al alcalde, Francisco de la Torre: «Es algo que no costaría nada al Ayuntamiento, sólo habría que dar más volumen de edificabilidad en otra parte y reservar 10.000 m2 alrededor».

El antiguo propietario, que cuenta que conserva la antigua puerta de la sacristía de la hacienda «con los leones dominicos», señala que podría convertirse en un museo de artes populares o de los verdiales, y él mismo podría aportar material. «Eso sería una maravilla», subraya.

Obligación de conservar

Por otro lado, el profesor Rodríguez Marín recuerda que, sin necesidad de que el edificio estuviera protegido, «existe la obligación general del propietario de garantizar un estado de conservación lo suficientemente bueno para que no suponga un riesgo para el viandante».

Catorce años después de la última visita de 'Mirando atrás', este edificio protegido, cargado de historia, arte y siglos, podría desaparecer en breve si no se toman medidas para recuperarlo y si fuera posible, para convertirlo en un equipamiento municipal.