Andalucía bien pudiera presumir de su capacidad innata para sobreponerse ante las malaventuras que padece. No es nada nuevo y probablemente será así por mucho tiempo. Muchos animales -con raciocinio o sin él- ante las adversidades, los ataques y desprecios se convierten en seres huraños, agresivos y simplones. Pero en el sur resulta ser distinto y no siempre positivo en el cómputo general.

El golpe recibido en los últimos meses nos produce un desconsuelo extraordinario. El monocultivo andaluz se tambalea y la sangre deja de fluir con la presión necesaria para sobrevivir en los ejes de la A-92 y la Autovía del Mediterráneo. No vienen los que nos sostienen y resulta demoledor para las arcas. Y tras esa estampa, aparece la guerra. A lo lejos, pero con ecos que resuenan en nuestros entornos. Con mantras caducos sobre etiquetas que dejaron de pegar hace décadas pero que muchos pretenden que regresen, nos enfrentamos a un proceso doloroso de miseria, odio e incertidumbre. Aún así, parece que Andalucía -la alta y la baja- han conseguido sobrevivir psicológicamente a esta pandemia si bien está sucediendo que, uno de los elementos básicos de nuestra subsistencia está en cuarentena: la vida en común.

Esta tierra vive fuera. No respira bajo techo y sustenta gran parte de sus tradiciones que nos dan sentido como pueblo en acciones públicas más allá de la parcela individual. Y sin ellas, sí encontramos desconsuelo. Por eso ahora, la bautizada como «Tierra de María Santísima» vive en un letargo desconocido pues, de alguna manera, estamos enfrentándonos a una quimera inaudita donde no podemos reencontrarnos como pueblo de manera comunitaria.

Quien entienda las fiestas regionales como meros negocios o sencillas zambras, no podrá comprender jamás lo que supone para gran parte de Andalucía la desaparición de ritos y costumbres que forman parte de nuestra vida más allá de lo cultural y social. Así, durante décadas continuadas, el desprecio mesetario hacia nuestras tradiciones más profundas nunca hizo mella en nuestra gente pues, lo sentido y vivido era tan inconmensurable que nada se acercó ni de lejos hasta poder desestabilizarlo.

Andalucía tiene la doble vara de medir bien sujeta y la usa con la aprobación general de todos nosotros. Ejemplo de ese doble rasero bien entendido fue y será siempre en nuestra tierra el señor don Juan Francisco Muñoz y Pabón, sacerdote natural de Hinojos, escritor y con una prolífica carrera eclesiástica, social y cultural.

Y es que Muñoz y Pabón representa a la perfección ese concepto bicéfalo donde se sostienen fundamentos de rectitud normativa con elementos que la corrompen por naturaleza, pero se asumen. Fue él quien defendió públicamente, en contra de los bigotes señoriales sevillanos, que el funeral del torero Joselito el Gallo se celebrara en la catedral hispalense, lo que provocó dos cosas: el escándalo entre parte del clero y la alta burguesía -que por esas fechas eran más o menos primos hermanos- y el aplauso generalizado del pueblo sencillo que entendía que la medida era adecuada, procedente y justa.

Promotor de la coronación canónica de la Virgen del Rocío y uno de sus grandes veneradores públicos, se le debe en parte a él la esencia contemporánea de todo lo celebrado en torno a la Blanca Paloma.

Conceptos éstos, bastante extraños para la mayoría pues al oír hablar de una imagen religiosa y el movimiento de centenares de miles de personas, se busca siempre el desprecio ante lo desconocido en detrimento del interés por conocer algo de tan extraordinaria riqueza espiritual y cultural.

Y el ejemplo perfecto son esas coplas que Muñoz y Pabón planteara poco después de la publicación de la bula de la coronación, firmada por el papa Benedicto XV el 8 de septiembre de 1918. No es obra humana. Como tampoco lo son esas coplas para conjugar las sevillanas con el amor que nos hacen aprender a querer a la Virgen. Esas Liras de los lamentos de los cautivos junto al río de Babilonia que convirtieron el lirio de Sarón en uno de las marismas y las Letanías en ejemplos perfectos para algo que trasciende de lo meramente musical y lo convierte en oración viva para muchos andaluces.

Salud de los enfermos. Virgen del Rocío. Quizá nos quede el consuelo de asimilar y comprender que, como afirmaba San Josemaría, quien el Señor -que tanto nos quiere- se lleva con él, es porque estaba maduro para el cielo. No queda otra que complicarnos la vida. Quizá esa sea nuestra obligación como cristianos. Por eso hoy, cientos de devotos de la Virgen del Rocío encuentran un paraíso para afrontar y entender la magnitud de aquello que vivimos y veneramos pues, hasta ahora, teníamos el camino sencillo para no parar a meditar al respecto de lo valioso de todo esto.

Hasta ahora, las ausencias en su ermita eran cosa de letras de sevillanas. Por eso, aunque yo no pueda ir, siempre seguía contando los días de uno en uno en una penosa cuenta que ahora, de verdad, se hace patente. Quizá la mejor ofrenda que podamos realizarle a santísima Virgen, sea la de ofrecer nuestro pesar. Sería injusto e incomprensible, observar movimientos extraños de incumplimiento por el único objetivo de, bajo el camuflaje de la devoción, saltarse las normas a la torera. Si quieres a la Virgen del Rocío, protégete, cumple las normas y no os juntéis veinticinco a cantar sevillanas. Que así, lo único que vamos a conseguir, es tardar más en poder volver a verla.

¡Viva la Virgen del Rocío!