Cuando en julio de 2011 las autoridades eclesiásticas se dieron cuenta de que faltaba el Códice Calixtino en la Catedral de Santiago, la policía se acercó hasta una casa de El Palo para preguntarle a su morador si sabía algo del asunto. No se sintió molesto por la visita. Al contrario, estaba, según dijo en una entrevista a este periódico en 2012, «encantado de ayudar». Ayer, ese ilustre vecino de la barriada paleña falleció a los 81 años después de pasar por quirófano hace tan solo unos días y sufrir un infarto tras la intervención. Se llamaba René Alphonse Van den Berghe, aunque el mundo entero le conocía como Erik el Belga, uno de los mayores expertos internacionales en el tráfico ilegal de obras de arte, lo que viene siendo la forma eufemística de hablar de un ladrón de guante blanco, y un reconocido falsificador de cuadros, cuyas peripecias vitales darían a Frederick Forsyth para pergeñar toda una saga de novelas de misterio.

Llevaba 35 años en Málaga, estaba casado con una abogada de la ciudad y era habitual verle pintando junto al Paseo Marítimo de El Palo. Este hombre llegó, incluso, a publicar sus memorias, se casó varias veces, tuvo cinco hijos de diferentes mujeres y se le atribuía el robo de más de seiscientas obras de arte en unos seis años, actuando, así, en 11 países, algo que él calificaba de imposible.

En agosto del año 93, en una noticia firmada por José Manuel Atencia en El País, se da cuenta de su detención en Málaga, tras más de una década en busca y captura por orden de las autoridades de su país, debido a su presunta implicación en el robo de 26 esmaltes valorados en más de 20 millones de francos del museo de Limoges (Francia). Según dijo la policía entonces, era el «cerebro de varias redes internacionales dedicadas a la expoliación y el tráfico ilícito de obras de arte». El robo por el que se le reclamaba se produjo en 1980, pero los investigadores indicaron que también había participado en el robo de numerosas obras de arte en iglesias y museos de España.

Así, en 1982 fue detenido en Barcelona en una operación que permitió recuperar gran cantidad de obras de arte en diversos países de Europa Occidental, entre ellas el preciado retablo de la Iglesia de Betanzos (A Coruña). En esta operación, los agentes encontraron objetos procedentes de más de cuarenta robos en iglesias, ermitas o museos de hasta cuatro comunidades distintas.

En otra entrevista con un periódico de este grupo, llegó a asegurar que entre mil y dos mil obras de arte están hoy en museos y colecciones privadas gracias a él, bien conservadas y reconocía que operaba en España desde finales de los sesenta, cuando la protección al patrimonio histórico-artístico en este país era como los delitos urbanísticos: algo que, simplemente, no le preocupaba a nadie. Decía que eran los propios curas los que comercializaban las piezas.

Fue monaguillo, colaboró en una legendaria escapada carcelaria de 'El Lute' y llegó a autodenominarse en sus memorias, que, por cierto, editó Planeta, como «el ladrón más famoso del mundo», un auténtico delincuente de guante blanco de esos que tanto gustaban en el cine de los setenta.

Había elegido Málaga tras dejar atrás sus actividades delictivas, con más de cuarenta años, porque consideraba, como explicó a este periódico, que la Costa del Sol es la Florida de Europa. «Estoy muy a gusto en mi Málaga. Llevo 27 años aquí (marzo de 2012). Nunca había tenido una ciudad en mi vida. Tenía mi foto en todas las comisarías de policía en el extranjero, no me arrepiento en absoluto de haber elegido Málaga. La Costa del Sol me encanta. Vivo a un paso de la playa, y rodeado de restaurantes y cafeterías. Hace diez años que como en el mismo restaurante», señalaba. Además de un experto en el expolio del patrimonio histórico-artístico español, Erik el Belga era socarrón, irónico y amable. Siempre se prestaba para una entrevista o un reportaje. Y en su barrio lo apreciaban mucho. También falsificaba obras de arte, algo que consideraba incluso más difícil que robar una pieza, porque es complicado ejecutar una copia casi exacta de la pintura de cualquier maestro. Llegó a pintar para Jesús Gil y aseguraba que muchos coleccionistas le compraban arte en Marbella (aunque Roca nunca lo hizo).

Decía que nunca había trabajado en Andalucía, porque lo realmente valorado era el arte gótico del norte, y afirmaba haber ayudado al Lute en su huida porque era amigo suyo, ya que ambos compartían cárcel por esos días. Le advirtió de que un americano se chivaba de sus planes. En los últimos años de su existencia, seguía viviendo de las ganancias de sus expolios patrimoniales (cuyo dinero, decía, fue directo al Vaticano durante años) y de lo que pintaba, aunque no sacaba mucho de esta actividad. No le interesaba ser honrado ni parecerlo, pero su redención, si es que las leyendas del robo de obras de arte pueden redimirse, la encontró en El Palo.