En los tiempos en los que los fenómenos de la Naturaleza se debían a una legión de dioses caprichosos los vencejos ya anunciaban el verano que estos días estrenamos.

Con sus piruetas aéreas, tan arriesgadas y vertiginosas como las de la Patrulla Águila, hay que imaginarse a estas aves de altos vuelos mientras casi rozaban con sus alas las murallas iluminadas por el sol mañanero de la Malaka fenicia, la estrecha península asomada a un mar que, más allá de la ciudad hermana de Gádir, se tornaba un océano inescrutable y plagado de monstruos.

Con toda seguridad, con el paso de los siglos aprenderían a sortear -con la presteza de los pilotos de Top Gun- las estatuas y templos del Foro de Malaca, la ciudad próxima a las Columnas de Hércules que olía a entrañas de pescado y salmuera.

No es descartable imaginar que con su agilidad para atrapar, en pleno vuelo, las nubes de insectos, retaran la altivez de las muchas torres que rodeaban la fugaz Málaga bizantina y la de tiempos visigodos, en la que empezaron a levantarse iglesias.

Ajenas a los cambios telúricos, harían lo propio, durante siglos, con las torres de las mezquitas malagueñas, con lo que los rezos de los almuédanos se verían acompañados por el alegre zigzagueo de estas aves.

De igual manera, escoltarían con el paso de las centurias el crecimiento, desarrollo y paralización de la Catedral de Málaga, detenida en el tiempo en mitad de una barroca plaza del Obispo cuyo palacio episcopal también fue creciendo y multiplicando sus patios y aposentos.

Es posible, eso sí, que por unos segundos dejaran su pitanza aérea, asustados por los cañonazos empleados, de forma poco exitosa, para espantar las terribles epidemias cíclicas que jalonaron el siglo XVII, o para tratar de frenar, también en vano, a los soldados de Napoleón.

Seguramente, su pericia para manejar la brisa también se viera alterada durante el sangriento y estruendoso verano del 36.

Todavía hoy, en este escenario repleto de arte y belleza de la plaza del Obispo, sazonado con algunas construcciones recientes, las nuevas generaciones de vencejos ejecutan la danza del verano gracias a sus correrías en pos del viento.

Observamos el juego de las Cuatro Esquinas de estos pájaros, su alegre y agudo piar a espaldas del Ayuntamiento, el Banco de España y el rehabilitado Rectorado, que guarda restos fenicios en su seno, y quizás no caigamos en la cuenta de que muchas generaciones atrás, estas aves acompañaron a malagueños de un mundo brumoso e incomprensible para nosotros, los conectados y confinados del siglo XXI.

Pese a nuestras diferencias culturales y al abrumador transcurso del tiempo, malagueños de todas las épocas han alzado la mirada, extasiados ante el vuelo prodigioso de los vencejos, los alados mensajeros del estío.