Las conexiones cerebrales del estado de duermevela hicieron bien su trabajo, por eso el dramaturgo malagueño Gonzalo Campos Suárez se desveló cuando le vino a la cabeza la imagen de dos mendigos caminando por las cloacas, incluidos sus nombres: Trapisondas y Manhattan.

Como explica, corrió a apuntar la idea al archivo del móvil, donde conserva semillas de posibles obras literarias. «Esta idea en particular era muy potente y terminó siendo un cuento que escribí hace un par de años, pero era un cuento muy dialogado y me dí cuenta de que el argumento pedía teatro, así que me lancé a escribir la obra».

Esa obra es 'Aristócratas', que acaba de publicar Ediciones Invasoras, una incursión de la mano del humor y el surrealismo en la más cáustica y disparatada crítica social.

Gonzalo Campos, hijo del escritor Juan Campos Reina, compagina su profesión de médico alergólogo con la literatura, en especial con los cuentos y obras de teatro. 'Aristócratas', su primera comedia, narra las peripecias de dos mendigos que se cuelan en una fiesta de alto copete, una ocasión para criticar las desigualdades sociales y el frívolo mundo de la riqueza extrema.

«Aunque suelo escribir un teatro que trata más las relaciones humanas, me he ido al otro lado, a un teatro más político, más de frontera para retratar ese mundo de pobres y ricos», explica.

El humor, como también pasa con la música, «es un arma muy poderosa para comunicar en el teatro porque ejerce el efecto de acercarse al público sin que se ponga a la defensiva», argumenta. Y eso que el humor es algo «bastante denostado tanto en narrativa como en el teatro», señala. Para el autor, 'Aristócratas' bebe además de las influencias del teatro de 'la otra Generación del 27', la de humoristas como Miguel Mihura, Edgar Neville, Jardiel Poncela o José López Rubio.

Y aunque en esta obra la peor parte se la llevan los ricos, personificados en unos nobles y un ministro superficiales y faltos de compasión, entiende que «desigualdades ha habido siempre».

'Aristócratas', por cierto, es una obra para ser leída y no representada, no porque su argumento sea imposible, sino por el largo plantel de actores que necesitaría. «Hoy en día montar una obra con 12 o 13 personajes es inviable, pero hace tiempo que cuando escribo no pienso en el montaje porque si no cercenas tu propia creatividad», destaca.

De cualquier forma, el dramaturgo malagueño anima a leer teatro contemporáneo, «que es muy divertido, rápido de leer, así como un teatro muy fresco y con mucho nivel».

Apoyo a Factoría Echegaray

Cuando se le pregunta por la situación del teatro tras la pandemia, recuerda el sinsentido de que los aviones vayan llenos, «y en los teatros tenga que haber dos metros entre butaca y butaca».

Confía, eso sí, en que en Málaga pueda continuar la Factoría Echegaray, «que es una maravilla y no debe perderse, porque en Málaga es muy difícil subirse a las tablas de un teatro público, ya que el Cervantes está muy limitado para las compañías malagueñas».

También ve positivo el teatro promovido por Antonio Banderas en la calle Córdoba, y espera que abra el abanico «a colaboraciones con compañías malagueñas, como tenían programado antes del coronavirus».