Limasa será municipal, al 100%, el próximo 1 de julio. La empresa de limpieza de la capital, una de las sociedades mercantiles estratégicas de la urbe, lleva años enrocada en un sistema mixto con socios privados, huelgas, incapacidad para eliminar la suciedad y procesos judiciales que se eternizan a cuenta de mil y un asuntos sin que, hasta ahora, en el tiempo que este cronista ha vivido, casi cuarenta años, haya visto jamás a la ciudad limpia. Claro, en esto también tenemos mucho que ver los malagueños. Y me meto el primero. Sólo hay que ver en determinadas zonas cómo el tránsito intestinal de los perros erige cada día monumentos a la indecencia en determinadas aceras de la capital. La culpa es de los dueños, evidentemente, pero tenemos no sólo un problema con Limasa, sino con la educación y valores propios. No hablo de un determinado barrio ni de ciudadanos concretos, hablo en abstracto y me refiero a todos. Este es uno de los problemas que ninguna de las corporaciones democráticas ha sabido resolver. La oposición lleva años pidiendo la municipalización de la empresa y el alcalde, Francisco de la Torre, se comprometió a pilotarla hace un par de años. Al frente de los trámites puso a su mano derecha, Teresa Porras, edil de Playas, Fiestas y Servicios Operativos, que ha cerrado el proceso y ahora, como consejera delegada provisional hasta que haya un gerente que se coma la gestión de este gigante societario, tendrá que dar las últimas puntadas a un cuadro complejo. El trabajo se va a regir por criterios de productividad y está por ver cómo se encauzan esas encuestas de satisfacción ciudadana, pero al menos la historia parece que va a echar a andar, pese a la pataleta de los privados en el juzgado.

Digo esto porque los grupos políticos, a lo mejor, deberían estar hablando de este tema, vital para los intereses de la ciudad, porque aquí, claro, nos gustan mucho los museos, pero para que vengan cruceristas y turistas y se dejen aquí el dinero (ahora vamos a por el turismo de calidad, dicen los expertos, que debe ser algo así como ese mantra de diversificar la economía, algo que se dice, se ve, se señala pero nadie hace), deberíamos ofrecer una urbe limpia, adecentada, y no sólo en calle Larios y la Constitución, sino también en los barrios, sobre todo si quiere seguirse esta estrategia de descentralización turística puesta en marcha por el equipo de gobierno de forma que en cada zona de la capital haya un elemento dinamizador central que tire, como ha hecho, por ejemplo, el Museo Ruso en la Carretera de Cádiz, de la economía de esas barriadas. Tal vez deberíamos hablar, de una vez, de la sostenibilidad en el sector turístico y hostelero, de empleo en condiciones dignas y decentes, de salarios acordes al trabajo que se hace y asuntos varios. Ya lo dijo el ministro Garzón hace unos meses y, desde aquí, afeamos el cómo, no el qué, porque en el fondo de esa perorata latía algo de verdad. Falló en el foro y en el armazón que dio a su reflexión, pero hay que reflexionar sobre ello. La calidad en el empleo y el respeto a la ciudad deben ser las premisas sobre las que se reconstruya la ciudad, poniendo al vecino, claro, en el centro de las políticas y con el respeto debido a los empresarios, pero, de cualquier forma, hay que casar ya, de una vez, el derecho al descanso y las expectativas de negocio de empresarios que crean empleo. Seguro que hay legislaciones más potentes y garantistas que las que ahora nos hemos dado para resolver, por ejemplo, el tema de las terrazas o del ruido con solvencia y seguridad jurídicas. Y podríamos plantearnos, tal vez a partir de que pasen estos días, la necesidad de establecer una zona en la que concentrar los bares de copas, por ejemplo, como ocurre en algunas ciudades (que eligieron para ello la zona portuaria). La palabra es equilibrio: que unos puedan dormir y otros, seguir generando empleo (aquí deberíamos seguir la senda de la calidad y de luchar contra la precariedad de una vez). Que Málaga, como dicen los repipis, no muera de éxito depende ya de un pacto de ciudad para dar la espalda, de una vez, al turismo de despedidas de soltero y abrazar al de calidad. Voy a ahorrar lo que me parece que una empresa hotelera de renombre de la Costa del Sol haya convertido su ERTE por la pandemia en un ERE extintivo, porque ese gesto se ha cargado, de un plumazo, el discurso de responsabilidad empresarial que hemos escuchado hasta la saciedad a diferentes representantes institucionales. ¿Dónde están la responsabilidad social y el devolver a la sociedad lo que se ha recibido de ella en forma de salarios dignos, formación y acabar con la precariedad?

De todo eso, y de la reconstrucción tras la pandemia y de los planes sociales y económicos para Málaga deberíamos de estar hablando periodistas y políticos y la sociedad civil en todas y cada una de sus ramificaciones y personalidades jurídicas. ¿Cómo queremos que sea la Málaga del siglo XXI: una ciudad amable con el vecino y con los turistas, que abogue por un turismo sostenible y respetuoso con el medio, que no deprede la vía pública, o una amalgama de edificios en los que lo guay es venir en el AVE desde cualquier parte del país para hacer aquí lo que eres incapaz de hacer en otro lugar? Pero no, aquí estamos hablando, mal que nos pese, de Juan Cassá y su imposible pirueta política para tontear con el PSOE, el PP y dejar Cs. Ya saben que es desde principios de mayo edil no adscrito en la corporación municipal, es la clave de bóveda de la gestión municipal, porque su disputado voto determina quién tiene la mayoría absoluta y son su conciencia o su capricho los que van a dictar lo que pase en Málaga. Si apoya al equipo de gobierno, habrá dieciséis votos, mayoría absoluta, para que el programa del PP pueda llevarse a cabo; si se va con el PSOE y Adelante Málaga, pues la oposición tendría mayoría, claro, dieciséis votos. Se especuló mucho con una moción de censura con la izquierda, pero parece que, aunque se habló en serio de la idea en cenáculos y tertulias de café, esta opción no pasó por la mente de Cassá en ningún momento o, al menos, no la tomó en serio. En el PSOE, esta semana, alguien respiraba aliviado por el hecho de que Cassá haya alejado cualquier posibilidad de entendimiento cordial con la bancada socialista. Ahora, Elías Bendodo, consejero de la Presidencia, que de atar y desatar cabos sabe bastante, además de conocer detalladamente cómo andar entre bambalinas, parece haber llegado a un acuerdo con Juan Cassá para que este, sin ser de ninguno de los partidos del equipo de gobierno en la Diputación, sea su portavoz y lleve Relaciones Institucionales. Cassá, recuerden, se fue de Cs porque no le gusta el nuevo equipo de Inés Arrimadas. Y, desde entonces, el edil no adscrito ha tonteado a izquierda y a derecha y la búsqueda de la estabilidad ha acabado por llevarlo a la orilla de los populares. En este caso, agua pasada sí mueve molino. En Cs, están que trinan. Y el alcalde ya habla abiertamente de renovar el pacto de cogobierno al que se llegó con Noelia Losada, porque como decía con gracia una fuente esta semana: los naranjas se llevaron tres áreas de gobierno por dos votos, y sólo están ofreciendo uno. El regidor habló de incumplimiento involuntario, pero ello le va a llevar al enésimo ejercicio de búsqueda del equilibrio metiendo a Cassá en el equipo de gobierno para atarlo en corto y asegurar la concreción de su agenda y, al mismo tiempo, rediseñar el peso y el papel de los naranjas en el ejecutivo local. No es fácil, aunque en principio no quiere quitarle áreas a Losada a no ser que ella lo pida. En Cs están muy enfadados con Cassá, le piden el acta y ahora andan revueltos con la actitud del PP. Losada ya ha dejado claro que a ella no la metan en un gobierno con Juan Cassá, como parece querer el alcalde. Todo parece a punto de estallar, porque el cabreo en Cs es de órdago.