¿Qué ha aprendido en los últimos tres meses?

A ver el mundo de otra manera. Como seguramente otros muchos, he tenido la sensación de estar viviendo una película de ciencia ficción que, sin embargo, era realidad. El vacío de las calles era algo nunca visto. He aprendido, espero, a convivir conmigo mismo y a profundizar en mí mismo. También he visto cómo la causa de la salud pública puede servir de camuflaje para instaurar un régimen de tipo totalitario, en el que todo el mundo quede encerrado en una especie de arresto domiciliario.

¿Qué sentido se le encuentra, a través de la filosofía, a un escenario aparentemente inédito como el que nos ha sacudido recientemente?

Se ha podido ver la importancia que tiene para cada uno la humanidad en su conjunto y la trascendencia de algo invisible y aparentemente insignificante como es un virus. Y también se ha podido ver cómo todo se relaciona con todo: salud, sanidad, turismo, viajes, política, economía, psicología, medios de comunicación, etcétera.

El hecho de que conozca la cultura asiática, al haber ejercido como profesor en universidades de Osaka (Japón) y Pekín (China), ¿le sirvió para manejar más claves acerca de lo que se nos venía encima con el coronavirus?

El haber vivido en países de cultura diferente de la nuestra hace que uno se vuelva más versátil y se acomode mejor a situaciones inesperadas o inhabituales. También me ha ocurrido una cosa curiosa. En la primavera del año 1985 visité Wuhan, que es de donde salió el coronavirus, y allí subí a bordo del Donfanhong («El este es rojo») para navegar más de mil kilómetros por el río Yangtsé, pues quería conocer el impresionante paisaje de las Tres Gargantas. Tanto me impresionó ese viaje que la última parte de mi novela Extravíos, que se titula «El último viaje» y ocupa más de doscientas páginas, se basa en esa jornada. Wuhan aparece en el capítulo 45, «El cerebro del río». Dediqué a esa ciudad más de veinte páginas y en ellas cuento cosas acerca de un Museo Ictiológico y de la industria de Wuhan que, curiosamente, de algún modo tienen que ver con el suceso viral que en ella se ha producido hace unos meses.

¿Hasta qué punto puede cambiar un ser humano tras vivir una experiencia dramática como la que ha desplegado la pandemia?

Puede cambiar en el sentido de sentirse más frágil y también más conectado con el resto de la humanidad. Esa experiencia ayuda a cobrar conciencia de la importancia que tiene obrar de acuerdo con la razón, en vez de dejarse llevar por la mera emotividad.

Ha publicado diversos textos y ensayos sobre política, ¿cree que la crispación reinante en España se ve ilustrada por la naturaleza de su clase política actual o es mejor bucear en la historia para comprenderlo?

El problema está en que la Constitución de 1978 y otras leyes han hecho de la clase política una casta de seres privilegiados, que manejan a su arbitrio cantidades inmensas de dinero, colocan a miles de personas por la simple razón de ser parientes o amigos, manipulan la administración de la justicia, como se ve en el caso del Tribunal Constitucional, y ejercen una censura típica de las dictaduras mediante el control de los medios de comunicación de masas y, en buena medida, de la cultura. A todo eso debemos agregar que el sistema autonómico ha instaurado una versión actualizada del caciquismo, y con ella falta de libertad y altas dosis de inseguridad jurídica dada la cantidad de parlamentos existentes. Con el término «asimetría» se ha instaurado la desigualdad. Con el agravante de que son legales partidos de tipo nacionalista fraccionario que tienen como finalidad arrebatar derechos fundamentales a los ciudadanos españoles. Esos partidos sirven, sobre todo, para mantener mediante el chantaje los privilegios de los caciques, y están en la base de grupos terroristas, como ETA y Terra lliure, que asesinaron a cerca de mil personas y aterrorizaron a cientos de miles. Semejante esquizofrenia política no ocurre en países democráticos como Francia, Alemania y Estados Unidos, pues esa clase de partidos nacionalistas fraccionarios son ilegales. Más que en una democracia yo diría que vivimos en una oligocracia, o partitocracia oligárquica, con algunos ingredientes, sobre todo ornamentales, de democracia. Una prueba muy visible de lo que digo es que en España hay más de diez mil aforados, o sea, de ciudadanos privilegiados ante la Justicia, cosa que no ocurre en ningún país democrático.

¿Cree que la herida de un problema como el de las dos Españas sigue abierta?

A la muerte de Franco se produjo un proceso de reconciliación nacional que resultó bastante fácil, a pesar de los continuos asesinatos de ETA y Terra lliure, pues en realidad ya no había dos Españas. Tanto el partido comunista como el socialista cooperaron con los de centro y derecha en la configuración del nuevo régimen. Se dieron la mano de la manera más amistosa. Lo de las dos Españas es un mito promovido por partidos cuya pervivencia depende de crear enfrentamientos. El expresidente Zapatero ha sido uno de los principales promotores de ese mito, al que se ha sumado la izquierda más reaccionaria de Podemos y partidos análogos, y contra el cual ni la derecha ni el centro liberal han sabido hacerle frente. Ahora estamos en las nuevas versiones de la «lucha de clases» y de la «dictadura del proletariado»: mitos con los que tener amordazada a la sociedad.

¿Qué encontrarán los lectores en el libro Filosofía y ficción, que acaba de llegar a las librerías con el sello de la editorial malagueña Ediciones de Aquí (e.d.a.)?

Nueve cuentos en los que hay filosofía y nueve series de pensamientos en los que hay ficción. El lector podrá ver que la filosofía nos ayuda a conocer más a fondo la realidad y que la ficción nos ayuda a vivirla más intensamente. Razón y ficción están en el fondo del ser humano.

Si filosofamos empleando el otro de los términos que componen el título de esta obra, ¿es posible que la realidad supere a la ficción o solo es una frase hecha?

La situación que hemos vivido en estos últimos tres meses y medio nos ha hecho sentir que la realidad puede superar a la ficción. Creo que toda realidad, por sencilla que sea, supera a la ficción, pero no es menos cierto que la ficción nos ayuda a descubrir diferentes dimensiones en la realidad.

¿Le hace una ilusión especial que este trabajo haya sido publicado por una editorial radicada en la provincia de Málaga, una geografía a la que se siente bastante vinculado?

Claro que me hace ilusión, aunque solo sea porque los tres primeros relatos están situados en Málaga, en casas y sitios muy concretos de Málaga, aunque no se diga el nombre. Y fue en Málaga donde terminé de componer el libro.

Mientras se dedicaba a la filosofía y a la docencia universitaria, ha cultivado la práctica totalidad de los géneros literarios, ¿constituyen el ejercicio de la literatura o de la mera lectura los vehículos más fiables para escapar del mundo real?

Empecé a los trece o catorce años escribiendo poesía -conservo muchos de esos poemas-. A los dieciocho me introduje en el movimiento internacional de la poesía visual, semiótica, de acción, pública, o sea, experimental. Mi obra de esa clase ahora se ha expuesto en el Museo Reina Sofía. Mientras tanto estudiaba filosofía, que era mi otra vocación. Entre 1969 y 1973 realicé en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid investigaciones científicas pioneras en el campo del arte y la computación. Y desde entonces hasta hoy he publicado libros de filosofía, novela, historia, teatro, diario, arte, etcétera. Todos esos géneros son vasos comunicantes. El ejercicio de las letras y la lectura me han permitido escapar del mundo real y, al mismo tiempo, entrar más a fondo en ese mundo.

Ha disfrutado mucho desde su propio hogar de la cercanía del mar de Málaga, ¿llevaba razón Vicente Aleixandre cuando construyó sobre un poema la Ciudad del Paraíso?

Yo creo que tenía razón. En los últimos años Málaga ha hecho grandes progresos y ha mejorado mucho, en urbanismo, cultura, museos, etcétera. Málaga ya me captó cuando la visité por primera vez en la primavera de 1962. Yo tenía dieciséis años. Era mi primer viaje a Andalucía. Granada me fascinó, pero cuando unos días después llegué a Málaga, me hizo una impresión todavía más fuerte. Fue todo un descubrimiento. Con los años Málaga se ha vuelto para mí la ciudad de la amistad.

En este caso, ¿sería el paraíso una metáfora de Málaga o sucedería al revés y Málaga sería una metáfora del paraíso?

Como filósofo diría que Málaga es una metáfora del paraíso; como poeta diría que el paraíso es una metáfora de Málaga. Pero cuidado, en todo paraíso hay un árbol de la ciencia del bien y del mal con sus frutas prohibidas, pero hay, también, un árbol de la vida.

En su faceta de poeta experimental y artista ha expuesto en espacios de renombre como el Museo Reina Sofía de Madrid, ¿por qué cree que debe apostar más una ciudad como Málaga: por la ciudad de los museos o por los museos de la ciudad?

Esas dos direcciones se complementan. Yo disfruto mucho con los museos cuando voy a Málaga. Hace unos meses me llevé una gran alegría al ver en el Museo Ruso una gran exposición de un artista y personaje tan interesante como Nikolai Roerich. Yo tengo la primera edición, de 1933, publicada en París, de Sur les pistes de l'Asie Centrale, obra escrita por su hijo Georges, que le acompañaba en esos fascinantes viajes. Muchos de los sitios por los que viajaron, en el Asia Central, los he visitado yo también. Otro de mis museos preferidos es el de Málaga, que está en el edificio de la Aduana. El patio es, por cierto, de una armonía y belleza extraordinarias.

¿Qué le pide al mundo en estos años 20 del siglo XXI que acaban de despegar de forma tan convulsa?

Que se mejoren las condiciones de vida, que avancemos en la enseñanza y la cultura, y, por supuesto, en la promoción de valores fundamentales como son la libertad de conciencia y expresión, la igualdad ante la ley, la solidaridad, el culto a la amistad... Ah, y que los intelectuales sean independientes y aspiren en todo lo que hacen a la excelencia.