Un matrimonio salmantino se desplazó a Málaga porque el varón había ganado una plaza de funcionario de la Administración General del Estado en una delegación provincial después de unas oposiciones en las que se presentaron 21.472 personas de uno y otro sexo para 84 plazas. Le tocó Málaga como le hubieran podido destinar a Teruel o Soria que ya existían.

Ella, su joven esposa, estaba embarazada de no recuerdo cuántos meses; lo que sí tenía claro el matrimonio es que cuando se acercara la fecha del parto se trasladarían a Salamanca para parir porque por su formación castellana no podía admitir tener un hijo andaluz, como si eso fuera un estigma para el resto de su vida.

La pareja se instaló en un pequeño apartamento en tanto encontrara un piso con un alquiler asequible, porque desde que le asignaron la plaza en Málaga, tenían los dos decididos permanecer en ésta ciudad el menor tiempo posible. El futuro estaba en Madrid, a tiro piedra de Salamanca, aunque la expresión «a tiro piedra» no la habían oído nunca hasta llegar a Málaga.

Pero lo que son las cosas: el parto se adelantó y no le dio tiempo a la pareja a coger el AVE para que el rorro -rorra en este caso- (el AVE no se había inventado todavía), ) naciera en Salamanca asistido por un obstetra formado en la Facultad de Medicina de la Universidad más antigua de España. Nació, como el noventa y siete por ciento de los malagueños, en el Materno Infantil, atendido por una médico malagueña apellidada Vargas, como muchos gitanos. La pareja se llevó un disgusto carpetovetónico.

A los pocos días de nacer, cuando el servicio de pediatría consideró oportuno darle el alta a la parturienta y a la meona, la joven madre oyó de pasada el comentario que hizo una enfermera o celadora, o al revés, al contemplar a criatura recién nacida, una frase que la asustó. Una le dijo a la otra: Es monilla, pero no tiene ‘conqueolé’.

Preocupada por la carencia de su vástago, cuando su marido la recogió para volver al apartamento, se lo largó muy preocupada: he oído a una enfermera que nuestra hija no tiene ‘conqueolé’. ¿Tú sabes lo que es eso?

Como era un salmantino de pro, desde que se instaló en Málaga, buscó y localizó a un pediatra nacido en la ciudad del Tormes, un médico de su tierra, que le daría más garantía que uno de Málaga, que seguramente sabría mucho de flamenco pero poco de pediatría.

El galeno, doctor cum laude de la Facultad de Salamanca, reconoció a la niña y tranquilizó a sus paisanos. Su bebé, le informó, está muy bien, no le falta de nada. No haga caso a la gente de por aquí; es muy follonera.

Servicio doméstico

Como las tareas domésticas le venían muy largas, el matrimonio decidió buscar una asistenta para dos o tres horas cinco días a la semana. No resultó difícil porque una vecina del bloque de apartamentos le recomendó a la chica que echaba dos horas en su casa también cinco días a la semana.

El primer día que llegó la empleada de hogar, que vivía en Los Palomares, nada más ver a la recién nacida y contemplarla unos segundos, exclamó: ¡Qué niña más mona! Está para comérsela. ¡Ay, pero no tiene ‘conqueolé’!

La señora, que no había asimilado la posible carencia de su niña, se encaró con la sirvienta: ¿Qué dice que no tiene mi hija? Y la palomera, que era un poco ‘chachipirri’, con naturalidad repitió lo dicho.

¿Y eso qué es?, casi gritó.

-Señora, no se altere, que eso no es malo. Que es chatilla, que la naricilla es un perdigón. Vamos, que no tiene con qué oler.

Un mundo nuevo

Este fue el primer contacto de la salmantina con el lenguaje popular malagueño, y de la mano de la palomera (más bien de la boca), empezó a conocer una serie de palabras que oía en la calle, en la consulta del pediatra, en el mercado, en los autobuses, en los chiringuitos, en las emisoras de radio locales… Como si se tratara de un nuevo idioma (lo era en tono menor) cada vez que oía una palabra nueva la apuntaba y le pedía a la desenvuelta asistenta que se las tradujera, como si se tratara del alemán.

En una libreta que había comprado en un chino por 0,75 céntimos, y utilizando solo letras en mayúsculas para no equivocarse, apuntó: patatúz, desmayo; chamuscado, quemado; agujapalá, pez espada; escamondado, aseado; sartená, una sartén llena de patatas fritas; escuchimizao, flaco; sintiendo, oyendo o escuchando; emenesté, es menester, es necesario; trasconejado, perdido; ¿hay provecho?, si se puede sisar algo en la compra; escacharrao, roto o estropeado; enguachisnar, exceso de agua en una sopa…

Como a su niña, por tradición familiar, le tenían que poner por nombre Gumersinda en recuerdo de su tía abuela, y la identificaban como Gumi, de acuerdo con su marido, la bautizaron con el nombre de la patrona de Málaga; pero en vez de Victoria, porque era muy menuílla, le aniñaron el patronímico dejándolo en Viti.

Pasaron los meses y el proceso de malagueñización fue avanzando lenta pero inexorablemente, hasta el punto de ir borrando de sus planes de futuro de pedir el traslado a Madrid.

Como ella dejó sus escarceos universitarios en Salamanca -Filosofía y Letras-, al sentir el gustirrinín de vivir en Málaga, un día se acercó a la UMA para reanudar sus estudios. Tenía claro lo que tenía que estudiar: Filología malagueña. Se llevó un desengaño al comprobar que en materia de filología solo se podían cursar la Hispana, la Inglesa, la Francesa y la Alemana. La Malagueña no existía. Además, la funcionaria que la atendió, cuando oyó sobre la Filología Malagueña puso cara de ‘agorriná’.

Hoy

Han pasado tres años desde la llegada a Málaga de la pareja salmantina. Él sigue en el Catastro, Viti sigue siendo monilla y tiene poco ‘conqueolé’, compraron un piso con vistas al río Guadalmedina más seco que el ojo de un tuerto, comen espetones, gazpachuelo, boquerones vitorianos, esperan que en un santiamén le entreguen un columbario que están construyendo en una parroquia porque decidieron quedarse hasta los restos en Málaga.

Ella ha montado un boliche con el rótulo Chipichanga donde enseña malagueño a los extranjeros que residen en Málaga y Costa del Sol. Dentro de un tiempo va a presentar su libro ‘Aprenda el malagueño en siete días’.

NOTA: El cincuenta por ciento de los lances de este relato está basado en hechos reales; la otra mitad es fruto de la mente del autor, pero con la posibilidad de convertirse en realidad si Málaga sigue atrayendo a gentes de todas las latitudes. Aquí se está ‘dabuten’.