Antes de que Julio César pusiera orden en el calendario, los primitivos romanos se guiaban por la luna para marcar el paso del tiempo y más tarde complementaron con el sol y las estaciones. Entre sus 'rarezas', el año daba comienzo en marzo, un mes dedicado a Marte, el dios de la Guerra, porque con el inicio del buen tiempo también arrancaban las campañas militares.

La forma de marcar el tiempo en 2020, por muy interconectados que estemos, sigue las pautas milenarias de nuestros antepasados. Para empezar, nos guiamos por el nacimiento de Jesús en un remoto rincón de Palestina pero además, los nombres de los meses, los días y las estaciones tienen más que ver con personas vestidas con togas y sandalias que ataviados de 'runners' (fonéticamente, la palabra más horrorosa para nombrar a un corredor).

Esta introducción es tan solo una ración de humildad, no por la consabida irrupción del coronavirus sino por la cíclica aparición de un ficus en el lugar más insospechado y complicado para que la Naturaleza germine.

Su presencia, año tras año, por mucho que lo pretendan mantener a raya los trabajadores municipales, evidencia que las fuerzas naturales van a lo suyo, aunque a tres metros cualquier mindundi pueda seguir en directo una ascensión al Everest a través de su móvil o las somnolientas andanzas de un grupo de famosos en una playa de Honduras.

La aparición cíclica del ficus tiene lugar en la plaza de la Aurora, con la particularidad de que el árbol se empecina en desarrollarse a escasos centímetros de un registro de Endesa, anunciado por una rumbosa puerta metálica con la fatídica señal de un individuo alcanzado por un rayo, un guiño a esos dioses en los que creían griegos y romanos.

La plaza, por cierto, está dedicada desde hace unos meses a Paco Márquez, el veterano presidente de la vecina Peña Trinitaria.

La peligrosidad del emplazamiento no parece impresionar ni al ficus, ni a Endesa, ni al Consistorio, pues todos los años el arbolito alcanza un desarrollo impresionante, con parte de sus raíces aéreas abrazadas como Spiderman al viejo muro de mampostería y a la puerta que advierte de electrocuciones.

No hay, sin embargo, que bajar a la plaza de la Aurora o de Paco Márquez para ver el portento, pues el árbol exhibe su follaje desde la barandilla que da a la acera próxima al Guadalmedina.

Recuerda, por su ímpetu y constancia, al otro ficus que desde hace lustros se desarrolla, también de forma cíclica, en el muro de la Travesía del Pintor Nogales. Ignoramos si la reforma de este pasillo entre la Alcazaba y el Paseo de Don Juan Temboury acabará de una vez con este árbol de 'perenne' aparición.

Puestos a ver en cuál de los dos sitios sería más prudente actuar, con vistas incluso a eliminarlo, queda claro que el de la plaza de la Aurora es el candidato, porque puede terminar por convertirse en un ejemplar electrizante. Tiempo al tiempo, que es lo que le sobra a la Naturaleza.