En esa enciclopedia de portentos malagueños que son las 'Conversaciones históricas malagueñas', fuente de tantas investigaciones, libros y también origen de más de una corrección, Cecilio García de la Leña, pseudónimo familiar del canónigo Cristóbal Medina Conde, se vanagloriaba en el siglo XVIII de que en la construcción de la Catedral, toda ella hubiera sido levantada con piedra de cantera.

Nuestro historiador y divulgador se pavoneaba de que no asomara la madera en la fábrica y que hasta las bóvedas fueran de «hermosos y firmes ladrillos». Por cierto que la cubrición este siglo de las bóvedas que siguen al aire ya no ha sido ni firme ni hermosa, a la vista de tanta grieta, pero esa es otra historia.

El caso es que para conseguir tanta piedra, nuestros antepasados rastrearon todas las canteras habidas y por haber, de ahí que la lista de participantes en su construcción sea kilométrica (canteras del Prado, de Churriana).

Precisamente, a la hora de repasar las que llama toscas, Medina Conde se refiere a las de «amolar», que según el diccionario es «sacar corte o punta a un arma o instrumento en la muela».

De este tipo de piedra menciona las que se pueden encontrar en «el Cerro de Sto. Pitar, en los contornos de Málaga, camino de Barcenilla a La Caleta, y fuente de la Manía, cuyos cerros todos son de asperón», así como cerca de la Hacienda de Teatinos.

El canónigo distingue entre piedras de molino, para moler, y las de amolar, pero luego señala que para afilar hay un peñasco muy bueno, asomado al mar, cerca de Puerta Oscura.

No nos perdamos con tanto 'ñosco', palabra que en Málaga describe a una piedra de un tamaño considerable, empleada en demasiadas ocasiones para hacer perder unas piezas dentales al contrario. El caso es que el asperón, típico de Málaga, se empleó en grandes construcciones de nuestra ciudad pero al mismo tiempo, para los malagueños del pasado nunca perdió su faceta de superficie ideal para afilar un cuchillo o una navaja.

Esta doble cualidad, como parte de un monumento artístico y lugar para afilar podemos verlo a la perfección en la esquina izquierda del Santuario de la Victoria, el de la espadaña.

Un par de enormes bloques de asperón se encuentran con profundas estrías que casi son hendiduras en la piedra. No se engañen, no ha sido la erosión del aire, ni siquiera la del terralito. Se trata del trabajo concienzudo, a lo largo de los siglos, de cientos o quizás miles de malagueños que sacaron su instrumento hecho aquí o en Albacete y se pusieron a afilarlo como si tal cosa. La Málaga romántica y peligrosa llena de individuos con facas ya saben dónde se ponía a punto. No era en ningún gimnasio.