Si algo tiene el alcalde, Francisco de la Torre, son reflejos; si hay algo que le guste más que sembrar la incertidumbre entre sus adversarios políticos, es una charla de una hora con quien sea, un periodista (para llegar a la audiencia el primero es vehículo esencial), un ciudadano o cualquier colega de corporación o de sector. Y eso pasó el lunes, cuando el periodista de la cadena Ser Jesús Sánchez Orellana, de lo mejorcito que se agita en el panorama mediático de esta ciudad, dirigió una amena y entretenida conversación con el regidor a través de medios telemáticos que la emisora viene haciendo durante los tiempos del coronavirus. Y el alcalde se mostró en su salsa, en plena forma y volvió a hablar de todo y con todos (porque le entrevistaron, entre otros, el presidente de la CEA, Javier González de Lara o el director del PTA, Felipe Romera) y afirmó que el futuro auditorio de la plataforma portuaria de San Andrés es la primera gran obra que habrá que reprogramar, pese a que dos empresas malagueñas se habían comprometido ya a poner el 10% del total, con posibilidad de mejorar su esfuerzo presupuestario y, por tanto, en breve podría haberse cerrado el acuerdo con la Diputación, la Junta de Andalucía y el Gobierno central y licitar las obras. Eso sí, ahora introdujo De la Torre los matices, o elementos centrales, diría yo, de que ese edificio deberá ser medioambientalmente sostenible -no cabe otra en un escenario de cambio climático- y con fuerte presencia de elementos que favorezcan la innovación digital. Habrá que aplazar todo el 'timing' en relación a esta infraestructura, aunque es de «primera necesidad» y así acceder a más fondos europeos. Tal vez esta última sea la clave. Y una vez más vimos esa cualidad/defecto de titubeo constante ante diversos temas que es algo que desespera a la oposición y hasta a algunos ediles de su equipo de gobierno pero que tan buenas rentas políticas le ha dado a quien las encarna: recuerden cómo, en el anterior mandato, a fuerza de aguantar el pulso a la dirección del PP (y con la ayuda inestimable de las encuestas previas a la cita con las urnas), los dirigentes del partido le pidieron que encabezara las listas a la ciudad. Pues ahora le toca al auditorio, como en su día le tocó al Plan Especial del Puerto o como les toca también, muy de cerca, al edil no adscrito Juan Cassá, ya saben, el que dejó Cs el 4 de mayo para ver quién ponía más empeño en llevárselo a su orilla, y Noelia Losada, edil de Cultura, Deporte y Teatinos y actual portavoz naranja. Y es que el regidor, después de haber insinuado que Cassá -por qué no, amigos- podía formar parte del equipo de gobierno, algo que rechazó Cs, dijo el lunes, en su enésima pirueta política de calado, que si la formación naranja no quiere, Cassá no estará entre los ediles del Ejecutivo local, pero aspira a buscar una solución que satisfaga a Losada y a Cassá.

En Ciudadanos, continúan muy cabreados aunque no dicen si van a romper en la Diputación y el Ayuntamiento con el PP. Y mientras Daniel Pérez, portavoz del PSOE, ha entrado esta semana en un frenesí pactista, el mismo que aquejó a De la Torre tras su restablecimiento y, por qué no reconocerlo, el mismo que fomentamos desde esta misma crónica política. Ha ofrecido Pérez un pacto para aislar a Cassá en el Ayuntamiento y en la Diputación, de forma que no se cuente con su voto. Y Elisa Pérez de Siles, portavoz del PP, le dijo que vale, que sí, que ella por pactar no tiene problemas, pero que primero dejen de apoyarse en tránsfugas para gobernar en Torremolinos. Fue un sí pero no, un quiero pero no puedo, una foto mal revelada que, sin embargo, mejoraría tanto la imagen pública de nuestros políticos que, tal vez, sería un camino a explorar.

Ahí no terminaron los pactos. Pérez (fue valiente) se descolgó también con una petición potencialmente desestabilizadora (para el alcalde): emplazó al regidor a abrir un debate público sobre un cambio en el modelo de ciudad, habló de «centro agonizante» y de parque temático. Porque lo del PSOE, en cierta manera, también ha sido un sí pero no en algunas cuestiones como la declaración como zonas acústicamente saturadas de Teatinos y El Romeral, la Torre del Puerto u otros temas calientes. Pérez pedía, con rigor, bien es cierto, un debate sobre el modelo de ciudad en el que participaran vecinos, comerciantes, hosteleros y, por qué no, sindicatos, después de la situación que se ha podido palpar en el casco antiguo, tan ligado al turismo que, en cuanto este ha estado ausente, el corazón de Málaga se ha convertido en un barrio fantasma. Y no está mal ese debate, oiga, aunque uno sea más amigo de cuidar la semántica: más que cambio de modelo, y eso lo hemos defendido aquí decenas de veces, lo que hace falta es una corrección del mismo, una reforma, porque aunque ahora muestre síntomas de agotamiento, durante años la ciudad ha adquirido una relevancia que ni en sueños había tenido antes. Málaga es turismo y ese binomio, mal que nos pese, es irrenunciable. Pero sí puede hacerse una política que ponga al vecino en el centro del escenario, que introduzca elementos de sostenibilidad en la concreción diaria del hecho turístico: más control de terrazas e, incluso, su reducción en determinados enclaves por los que nadie puede pasar, y de ruido, concebir o consensuar un número cerrado de eventos céntricos al año, potenciar la presencia de zonas verdes y acabar con las agresiones a los árboles y volver a traer residentes a la principal almendra de la urbe con una política decidida de arrendamientos a precios asequibles. Y hacer el Centro habitable, amable. También hay quien apunta a la necesidad de esponjar, de expandir el casco antiguo, haciendo crecer las zonas susceptibles de ser peatonalizadas. Y todo ello, claro, debiera ir acompañado por un compromiso serio de acabar con la precariedad laboral y tratar de revertir la pérdida de identidad del corazón de la urbe, redefiniendo, incluso, la Feria del Centro, haciéndola más de aquí, y no tanto de por ahí. El turismo low cost, al final, trae todo esto. Una reforma consensuada, tranquila, basada en el entendimiento entre actores esenciales de la ciudad y que, entre otras cosas, traiga bajo el brazo (a ver si espabilan ya los gobiernos autonómicos y el central) una regulación de las viviendas turísticas. El sí pero no de Pérez va en la buena dirección, pero hay que tener cuidado con la semántica, porque el Centro, cuando estaba mal de verdad, era antes de que comenzaran a llegar los museos y se iniciara el proceso de peatonalización. Hay que corregir excesos, o tal vez habría que haber estado mucho más atentos a quienes alertaban sobre ellos, claro que sí, pero cuidado con las opas hostiles que, a veces, se vuelven contra uno mismo. La sostenibilidad es la clave y ganar menos pero hacer un entorno más amable, tampoco es mal objetivo.

El Ayuntamiento tiene un plan para fomentar el consumo en el Centro, un plan que, incluso, además de rebajas en tiques de acceso a museos o en el transporte y el parking públicos, plantea actuaciones musicales en los negocios hosteleros, especialmente durante los días de la Feria del Centro en un año que, por cierto y como ya saben, no tendrá sus fiestas por mor del coronavirus. ¿Es insuficiente? Veremos.

Había uno comenzado a mirar al horizonte tras tantos meses de desescalada y confinamiento, pero vuelve a crecer el pavor a la maldita enfermedad debido a la relajación e inconsciencia de algunos y a los rebrotes que, como setas, crecen a nuestro alrededor. Con la titánica tarea de reconstrucción económica que le queda a la ciudad por delante, todo empieza a enturbiarse porque el ideal de contagio cero parece quedar lejos. El alcalde insistió, en esa entrevista, de forma contundente en la necesidad de generar un espacio seguro para todos, pero los rebrotes nos están amargando un ya de por sí descafeinado verano, en el que faltan demasiados de los nuestros, si es que sabemos, de cualquier forma, cuántos de los nuestros se fueron por el bicho. Málaga está ahora frente a su propia resurrección y, una vez rediviva, debe pensar qué quiere ser de mayor sin traicionarse. Sin negarse.