Los inquisidores ultras que estos días aplican los valores del siglo XXI para derribar estatuas de personajes del pasado, ya pueden ir quemando libros de Aristóteles. Como saben, ese pérfido griego se atrevió a defender la esclavitud de su época, así que ya está desfilando.

Disculparán a un servidor que no se sume a esta nueva ola (o nueva 'horda') políticamente correcta y rescate las sabias palabras del filósofo, quien hace 24 siglos ya se percató de que la belleza se hallaba también en las cosas inamovibles, al tiempo que nos enseñaba que el orden, la simetría y la precisión eran sus principales formas.

Desde este punto de vista, el puente de Tetuán nos ofrece estos días un lado más bello que otro. El lado norte, renovado, nos descubre el cauce reseco del Guadalmedina, con todo lo que tiene de perturbador para el ánimo. Por contra, el lado sur lleva más de una década convertido, no ya en un jardín vertical, sino en un jardín en 'bancales' que forma un colorido murallón de plantas floridas. Sin duda, la belleza está en el lado de la antigua sede de Correos.

Otra cuestión es si este bello panorama debe permanecer más tiempo entre nosotros. Hace dos años y medio, el grupo Málaga para la Gente pidió por carta al alcalde la retirada de esta frondosa barrera, dado que se había eliminado la del lado de Hacienda por las obras del metro (a punto de batir el récord del mundo en lo que respecta a años de retraso).

El asunto es que los geranios, de indudable belleza, habrían funcionado de eficaz barrera visual, porque tras las flores no corre, ni mucho menos, el Danubio Azul. Corre, cuando quiere, el Guadalmedina, con su batiburrillo de grafitis, las columnas acristaladas de tiempos de Pedro Aparicio acribilladas a pedradas, y un aspecto general de río suburbial, de lugar poco recomendable.

No sería este un artículo sobre el río sin mencionar la palabra fetiche: el Guadalmedina es la 'cicatriz' que cruza la cara de Málaga.

Piensa el firmante que la eliminación de la barrera de flores no serían ganas de fastidiar al personal sino de acelerar la llegada de alguna reforma para el río.

Si recuperamos la vista del Guadalmedina a ambos lados del puente más frecuentado, quizás nuestros cargos públicos se planteen acelerar de una vez un plan estético (e hidrológico, ojo) para el río, que por fin lo renueve y embellezca sin necesidad de ocultarlo con kilos de flores.

Narices al aire

Urgiría que en un programa de máxima audiencia como Sálvame o el telediario el presentador mostrara de forma inequívoca a algunos telespectadores de esta tierra que una mascarilla con la nariz al aire es una oportunidad de oro para todo coronavirus que se precie.