David García García Cueto (Málaga, 1977) es un brillante y cercano profesor de Historia del Arte. En la entrevista repasa su trayectoria y aborda los retos de su próximo trabajo pero también habla de la red de museos de Málaga y del futuro de la Catedral.

¿Recuerda la primera vez que visitó el Museo del Prado?

Esa 'primera visita' fue a través de los libros que mis padres, Francisco García Gómez y Mª José Cueto Novel, tienen en casa. Como apasionado bibliófilo, mi padre cuenta con alguna estantería dedicada a los grandes museos del mundo en la que me nutrí de ilustraciones y primeras lecturas. Aunque de niño ya tuve oportunidad de conocer los museos de Madrid, el primer contacto con El Prado realmente permanece en mis recuerdos como una experiencia de gran impacto. Tuvo lugar en 1994, cuando tenía 16 años. Uno de mis profesores de bachillerato, Manolo Bravo, nos llevó a un grupo de estudiantes a visitar el Museo del Prado con motivo del 175 aniversario de su fundación. Por entonces se estaba celebrando la exposición 'El Real Alcázar de Madrid', comisariada por Fernando Checa Cremades, quien poco después se convertiría en director del museo. El discurso de aquella exposición me despertó una enorme curiosidad por el coleccionismo y el mecenazgo de los Austrias, interés que luego marcaría mis primeras investigaciones en Historia del Arte.

Estudió en los Salesianos y luego en el Gaona y durante su paso por el instituto descubrió unas pinturas murales.

Los años en el Gaona fueron maravillosos y muy estimulantes, tanto por los excelentes compañeros de clase que tuve como por la mayoría de los profesores, que en mi etapa sucesiva comprobé, estaban al nivel de los de la universidad, si no por encima en algunos casos. María Teresa Cartes y Vicky Álamos en Inglés, el ya mencionado Manolo Bravo en Historia, María Antonia Manoja en Latín y Matilde Moreno en Literatura son nombres que nunca se me borrarán de la memoria y que me traen resonancias de excelencia docente. La última de ellas, Mati Moreno, nos animó a un grupo de alumnos a que un verano fuéramos al instituto a ayudar en la conservación de unos suelos hidráulicos que se habían renovado, ya que las losetas originales iban a ir de lo contrario al contenedor. En una de las jornadas de salvamento de losetas, nos percatamos de cómo bajo capas de cal asomaban los trazos de una figura pintada en la pared de una de las terrazas del edificio. Retiramos algunas conchas y la figura empezó a mostrarnos su rostro. Era un Apolo. Emocionados, se lo enseñamos a Mati Moreno, quien a su vez se lo comunicó a la catedrática de Historia del Arte de la UMA Charo Camacho, que vino pocos días después a ver el hallazgo. Mati, que tristemente nos dejó hace ya años, plasmó aquel suceso en un hermoso artículo que tituló 'La recuperación de la mirada', en la revista Isla de Arriarán.

Menciona a Charo Camacho, una de sus mayores influencias.

He sentido desde mi adolescencia y siento ahora incrementada una admiración inmensa por Charo Camacho, tanto por sus extraordinarias aportaciones al conocimiento del patrimonio artístico de Málaga como por sus cualidades humanas. Charo es una de esas personas que emanan luz, y muchos jóvenes historiadores del arte -entre ellos yo mismo- pueden dar cuenta de su trato siempre exquisito y de su generosidad. La Universidad de Málaga y la Historia del Arte en España sin duda le deben mucho.

Estudió en la Universidad de Granada, ¿por qué la escogió?

El llegar como alumno de Historia del Arte a la Universidad de Granada fue una cierta pirueta administrativa: había cursado el bachillerato de Ciencias puras, y aunque mi nota media era buena, al reconvertirme a Letras cuando pensé en matricularme en Historia del Arte, la Universidad de Málaga no me admitió por venir de Ciencias. Así que probé suerte en la vecina Granada, con lo que uní desde entonces y por casi 25 años mi vida a esa ciudad.

Su tesis doctoral versó sobre las relaciones artísticas entre España y la ciudad italiana de Bolonia en el siglo XVII. ¿Por qué eligió este tema y qué novedades aportó su investigación?

En parte fue una consecuencia de la visita que antes recordaba al Museo del Prado en 1994. Allí se expusieron unos dibujos atribuidos a los pintores boloñeses Agostino Mitelli y Angelo Michele Colonna, especialistas en la pintura al fresco de imitación arquitectónica, que fueron contratados por Felipe IV y vinieron a Madrid en 1658 para decorar algunos de los espacios más representativos de los reales sitios de entonces, como el Salón de los Espejos del desaparecido Alcázar. La fascinación por aquel tipo de arte netamente barroco, capaz de transformar de manera ilusoria el espacio arquitectónico real, me llevó a dedicar a estos autores mi tesina en 2002. La tesis fue un desarrollo lógico de aquella primera investigación, al percatarme según profundizaba en el tema, de cómo los vínculos que existieron entre la ciudad de Bolonia -de donde procedían Mitelli y Colonna- y la España de entonces eran muchos más de los hasta el momento advertidos.

Desde 2007 es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Granada. ¿Cómo describiría al alumno medio de sus clases?, ¿ha cambiado mucho con respecto a su época?

La Universidad de Granada se nutre mucho de estudiantes procedentes de la misma provincia, y en menor medida de Jaén, Almería y Málaga, pero al mismo tiempo recibe un considerable número de jóvenes de otras regiones españolas y sobre todo una amplísima comunidad de estudiantes Erasmus. Esto hace de ella un magnífico lugar de intercambio, tanto para los propios alumnos como para los profesores. En mi experiencia como docente he tenido mucha suerte, desde que di mi primera clase como becario en 2001 hasta ahora no he tenido nunca el menor problema de consideración. He encontrado un respeto enorme por parte del alumnado que en muchos casos se ha transformado en mutuo afecto. Mi trato con los estudiantes es sin duda lo mejor que me llevo de esta etapa como profesor. Sobre los cambios, podría decir que la figura del profesor se ha hecho en general más cercana. Cuando cursé estudios todavía se encontraban profesores inalcanzables, fríos y distantes -muchas veces como máscara de inseguridades personales-, modelo que hoy en día está por suerte casi superado.

Con solo 42 años entra en el Museo del Prado por la puerta grande, recién cumplido el bicentenario de la institución. ¿Cómo se sintió al ganar el concurso público?

Pues inmensamente feliz, qué duda cabe, pero también abrumado por la enorme responsabilidad que supone, así como honradísimo por poder sumarme a la nómina de conservadores, restauradores y directores con los que el museo ha contado desde su fundación.

¿Cuál será su principal cometido como jefe del Departamento de Pintura Italiana y Francesa hasta 1.800?, ¿el cargo tiene duración?

Las tareas primordiales son la conservación material, el estudio y la catalogación de las obras que integran esa colección del Prado, así como la elaboración del discurso expositivo de las salas que tienen asignadas esas escuelas. Igualmente, compete al cargo incentivar y supervisar las actividades educativas y de investigación referidas a la colección, organizar exposiciones temporales y también atender a los estudiosos y a los conservadores de otras instituciones que para fines científicos necesiten tener un acceso más directo a las obras. Sobre la duración del cargo, en principio está sometida al régimen indefinido de cualquier funcionario, pero por supuesto el director del museo tiene la última palabra al respecto de la configuración de su equipo.

Tiziano, Boticelli, Fra Angélico, Rafael, Caravaggio... y por la parte francesa, La Tour o Poussin. ¿Se imaginaba a cargo de tantos grandes maestros?

Jamás, ni siquiera en mis ensoñaciones más fantasiosas. Estar al cuidado del legado material de esos grandísimos genios es un regalo que nunca pensé que la vida pudiera hacerme.

Acabamos de disfrutar de la espléndida restauración de 'La Anunciación' de Fra Angélico. ¿Qué obra le gustaría recuperar durante su mandato?

Las tareas de restauración en El Prado son continuas y aportan muy a menudo sorpresas relevantes, de lo que se da buena cuenta en las redes sociales del museo y en la prensa. Todas las obras maestras de la colección se encuentran en buenas condiciones de conservación, pero siempre hay limpiezas o retoques que se pueden requerir. La política de restauraciones emprendida en los últimos años por Andrés Úbeda, el actual director adjunto de Conservación, ha dado frutos excelentes, como el que usted recuerda. Además de seguir con ella, me gustaría apostar por la restauración de ciertas copias antiguas, que como ocurrió en 2011-2012 con la de 'La Gioconda' que conserva El Prado, podrían en algún caso seguir dando considerables sorpresas a propósito de los procesos creativos o del funcionamiento de los talleres de los grandes maestros.

¿Cuáles cree que serán las principales necesidades del Prado?

Creo que la conclusión del gran proyecto conocido como el Campus del Museo del Prado, que pretende habilitar una serie de inmuebles en el inmediato entorno del museo para completar las funciones de su sede histórica, el edificio Villanueva. Ese proceso se encuentra ya muy avanzando, y culminará con la rehabilitación del Salón de Reinos del antiguo palacio del Buen Retiro y su incorporación al Prado como espacio expositivo 'satelital'. Hay también necesidades por resolver en cuanto a la financiación, que el actual director, el profesor Miguel Falomir, está gestionando y reivindicando con gran acierto.

¿Qué le parece la red de museos de Málaga y, en particular, la sección de Bellas Artes del Museo de Málaga?

Málaga ha pasado en pocos años a señalarse en el mapa de las ciudades europeas con gran oferta museística gracias a una excelente conjunción de iniciativas públicas y privadas. Es sin duda un modelo que otras muchas poblaciones querrían -aunque solo en algunos casos podrían- emular. La rehabilitación del palacio de la Aduana como sede del Museo de Málaga sin duda ha constituido el buque insignia de ese proceso. Aunque las secciones de Arqueología y Pintura del siglo XIX son deslumbrantes y de sobra conocidas por los especialistas, creo como estudioso del arte del Barroco que la sección referida a esa etapa resulta en exceso abreviada, y no llega a trasmitir la idea del esplendor artístico con el que contó la Málaga de los siglos XVII y XVIII. Bien es cierto que esto se debe a la propia composición de las colecciones del museo y a las dificultades que las instituciones museísticas públicas suelen encontrar para adquirir nuevas obras, pero tal vez se podrían explorar vías alternativas para el enriquecimiento de ese segmento del discurso expositivo, como la búsqueda de depósitos de piezas de propiedad particular o de donaciones. Málaga cuenta todavía con ciertas colecciones particulares, reunidas en su mayoría por la burguesía de la segunda mitad del siglo XIX, que tal vez se ofrecerían a colaborar en esas prácticas altruistas.

¿Es partidario de completar la Catedral o debe quedarse como está?

Sería partidario de atender prioritariamente a la restauración y la conservación de los bienes muebles e inmuebles de la diócesis de Málaga antes que consumir una enorme cantidad de millones en la terminación de la Catedral. Bien es cierto que hay ejemplos actuales de obras del pasado que se continúan según un determinado proyecto, como es el conocidísimo caso de la Sagrada Familia de Barcelona, pero también los hay de catedrales inacabadas que ya tienen un pleno sentido en esa forma inconclusa, como ocurre con la catedral de Valladolid, debida en su mayor parte a un impresionante proyecto de Juan de Herrera. Por último, ha de tenerse en cuenta que hay toda una tradición iconográfica de Málaga vista desde el mar, donde como elemento característico aparece en muchos casos nuestra 'Manquita'. Modificar la imagen histórica heredada de una ciudad que aspira a ser referente cultural no debería en ningún caso volver a hacerse a la ligera, como cuando en los años del desarrollismo se construyeron moles que desvirtuaron esa estampa catedralicia o la del castillo de Gibralfaro. Para una intervención de ese tipo habría que buscar no sólo el consenso de los expertos, sino también la aprobación de los ciudadanos, tal vez a través de una televotación, semejante a la hecha en Madrid en estos últimos años para la reforma de la emblemática Plaza de España. Más que la cuestión de la torre, sí me parece urgente e imprescindible dar una solución definitiva al problema de las cubiertas, ya que las cúpulas redobladas no han resuelto del todo las filtraciones ni el deterioro, y parece que el tejado a dos aguas propuesto por Ventura Rodríguez, por más que costoso, sería la solución más efectiva.

Quienes miden la enseñanza por las salidas laborales cuestionan las Humanidades, ¿qué le diría a alguien que quisiera estudiar Historia del Arte?

A mis alumnos les digo que hay quien ya empieza una titulación como Historia del Arte con una sensación derrotista, pensando que nunca conseguirá una salida laboral en ese ámbito, lo que luego le conduce a no esforzarse más de lo imprescindible durante los años del grado. Yo suelo decirles: «Si os tomáis en serio a la Historia del Arte, ella os tomará en serio a vosotros». Es lo que yo mismo he hecho y estoy muy contento con el resultado.