Al intrépido y veterano investigador malagueño Manuel Muñoz le debemos no sólo la investigación más extensa sobre las relaciones entre las principales familias que gestaron la Málaga del XIX. También el haber fotografiado y documentado en una década tan crucial como los años 60 del siglo pasado los lagares y cortijos de los Montes de Málaga, muchos de ellos ya desaparecidos o en estado ruinoso.

A esta última categoría pertenece una construcción que si bien no forma parte de los Montes de Málaga, sí los evoca al encontrarse rodeada por un hermoso mar de pinos en el casco urbano de Málaga.

Se trata de una casa que bien pudo disfrutar de su edad de oro en tiempos de Chindasvinto o pocos años después, ya que los gruesos tabiques de piedra con los que se construyó nada tienen que ver con los metafóricos papeles de fumar de nuestros días, que tanto se multiplicaron durante el 'boom del ladrill0' (el resultado, ya lo saben, son los renombrados 'pisos estereofónicos malaguitas' en los que es difícil distinguir los ruidos que hacen tus hijos de los de los vecinos).

La casa en cuestión se encuentra emplazada dentro del Monte Victoria, un parque forestal que aunque no es pródigo en senderos, sí cuenta con una pequeña trocha escoltada por maleza que conduce a esta olvidada construcción.

Situada en un pequeño cerro, la casa es a su vez un pequeño mirador con vistas a los pinos más próximos al Seminario.

Lo de 'casa' es una definición bastante optimista porque al igual que nuestra Catedral, carece de tejado, si bien el Templo Mayor soporta mejor las goteras, pues ni siquiera esta vivienda se puede describir ya como «cuatro paredes». De hecho, falta cerca del 60 o 70 por ciento de la construcción y el resto se mantiene en pie como buenamente puede.

Hasta estos andurriales han llegado la huestes del grafiti a dejar su insulsa huella en extintas habitaciones. La cuestión es si estas inestables piedras son el mejor lugar para emprender actividades artísticas. Es algo que también debería preguntarse nuestro Ayuntamiento, porque ante la presencia de estos ñoscos, que lo mismo un día desnucan al más desprevenido, ¿merece la pena que continúen en su sitio?

La pregunta es interesante porque sólo admite dos respuestas, ya que o bien la casa se reconstruye para que sirva de centro de interpretación, de espacio multifuncional o de lo que se le ocurra a nuestros cargos públicos, o bien se prescinde de la construcción y se echan abajo los restos.

La situación actual, la de 'ni chicha ni limoná', supone un peligro para los usuarios de un parque forestal del que hace unas semanas, en este mismo periódico, dos conocidos académicos de Ciencias, Leandro Olalla y Manuel Olmedo, subrayaron sus evidentes carencias.