Agoniza dulcemente la tarde en el imponente monte cuando el sol, lento y melancólico, va ocultándose detrás de la Sierra de las Nieves y el horizonte del Mediterráneo de Algeciras a Estambul se dibuja vagamente en una difusa línea de plata, que confunde cielo y mar. Alzados al vuelo los cipreses, esos árboles elegantes, amistosos, esculpidos por la madre naturaleza, interrumpen aquí y allá la visión general, imponiendo su presencia, con la impasibilidad con la que se yerguen en lugares de belleza irresistible como la Alhambra y la Toscana. Acariciamos los setos de arrayanes al pasar. Olivos viejos se retuercen entre pinos mediterráneos. Todo es quietud, paz y silencio, roto únicamente por algunas voces quedas. Oh, ciudad no en la tierra.

A las cosas hay que llamarlas por su nombre, aunque, erróneamente, puedan resultar malsonantes, o vulgares. Porque lo vulgar no es el término, sino lo que este describe. Y la soberbia es vulgar. Cuentan que Octavio Paz, grande entre los grandes, pero afectado de esa terrible soberbia con que muchos escritores hispanos -aunque algunos de ellos prefieran el término «latinos» por ser de invención francesa durante el Siglo de las Luces- con la que suelen mirar por encima del hombro cualquier referencia a España, comentó al llegar a Málaga en el año ochenta y seis que «Vicentito debía estar bebido cuando bautizó a esta ciudad como Ciudad del Paraíso». Si el señor Paz hubiera estado en el Castillo cualquiera de las tardes/noches de las últimas semanas, hubiera rectificado su primera impresión, que nunca debe decirse a la ligera, porque suele ser equivocada.

La belleza de un lugar- y él lo sabía mejor que nadie- no depende exclusivamente de la existencia de un barrio de saboteadoras torres frente al mar, aunque, esperemos que ni uno más. Sino más bien de un atardecer, un amanecer, un cielo rosa, una tormenta en el mar, que descarga latigazos de relámpagos seguidos del estruendo del trueno, mientras las olas se estrellan en el morro de levante, un jardín de rosas amarillas marchitas, una vieja estatua entre araucarias, las grandes grúas de un puerto, que ven inmóviles alejarse a un mercante, o a un crucero lleno de ilusiones de gentes que nunca han visto el mar.

La belleza de un lugar depende de los ojos intensamente azules de un hermoso niño que sube a la Alcazaba a contemplar la ciudad bajo sus pies, apoyado en una barbacana milenaria, construida por fenicios, romanos, árabes y cristianos, cuyos reyes la imponen como escudo ciudadano. En parte pentimento y en parte palimpsesto, es posible encontrar un arco apuntado, apeado en el ángulo recto de la muralla, cuyo último aderezo es una papelera moderna de urgente remoción, tras vencer la parálisis burocrática.

Noches de Gibralfaro

Todo esto y un esfuerzo sobrehumano de organizadores -el Área de Cultura del Ayuntamiento- sin dinero por la peste china y de intérpretes, que han actuado por cantidades irrisorias en tiempos de rara normalidad, porque hay que vivir, todo esto, digo, ha contribuido a que el ciclo de música 'Noches de Gibralfaro' haya sido realmente hermoso y digno sucesor algún día del añorado 'Ciudad del Paraíso', tan injusta y torpemente eliminado.

Todo en esta ciudad y en este mar y en este país es una sucesión de sedimentos, de capas que se apoyan unas en otras, de sustratos que no existirían el uno sin el otro, porque incluso llega un momento en que dos, o tres de ellos componen uno solo. Un ciclo que recoge la historia de la música y del país y de lo que somos, merece la pena el esfuerzo de continuarlo, extenderlo, ampliarlo, profundizarlo. Esta es la verdadera cultura, incluyendo en ello la inexistencia de entradas de protocolo y la eliminación de esa costumbre soviética, o franquista -no son tan diferentes- del gratis total. Eso es una indignidad, una indecencia hacia el autor, el creador, o el intérprete, es una muestra de incultura.

El arte y la cultura han de ser pagados, porque son trabajos tan arriesgados como enfrentarse a un auditorio en silencio con un micrófono, un instrumento, con la propia voz, o con el propio cuerpo entero y crear arte efímero, belleza instantánea, que va a desaparecer en un segundo y nunca jamás volverá a ser igual. Podrá ser mejor, o peor, pero igual nunca.

Dentro de la inaplazable definición del modelo de ciudad que queremos, el problema de la cultura es uno de los realmente urgentes. A la espera de la llegada del paráclito, en forma del auditorio que ganó el concurso convocado para ello, ejecutado por los propios arquitectos que lo ganaron, el tema de la música requiere, aquí y ahora, un planteamiento general.

Este tiempo doloroso y extraño que vivimos, que nos ha privado de la vida de personas muy queridas, además de todo tipo de fiestas populares y celebraciones, posiblemente aprovechado para empezar la posible abolición de las que resultan intolerables para la estúpida corrección política, va a hacer que este verano, la ciudad se llene de conciertos, conciertitos, pasacalles, pequeñas representaciones, ruido considerado música, tonterías sin cuento, en ese equivocado planteamiento de los políticos de todos los colores, de que hay que hacer lo que sea, muchas cosas, sin orden, ni concierto, cosas, celebraciones, como un maná de tonterías banales, como un tsunami de espectáculos sin sentido, para entretener a la gente en su forzado ocio, el pan y circo de siglos, organizados a mayor gloria del concejal de turno, en esa inextricable maraña de competencias de las áreas municipales.

Vamos a suponer que por las circunstancias actuales, esto pudiera tener un pasar. Pero si algún día volvemos a la normalidad de siempre, no a una nueva que ni queremos, ni admitimos como ciudadanos libres, no como súbditos, alguien tendrá que regular y ordenar este caos. Y este ciclo puede ser un modelo a seguir. Me refiero al municipio, claro. En las demás áreas y parcelas más o menos privadas, cada cual puede hacer lo que quiera. De la misma manera que hay, todavía, una sola Semana Santa -aunque los cofrades quisieran que se convirtiera en un insoportable Año Santo- o que hay una sola Feria -gracias a Dios- la música hay que regularla en esta ciudad.

Apuntar al cielo

El Ayuntamiento no puede seguir organizando ciclos sin sentido, o con sentido, pero inútiles. Porque es dinero público. Y en vez de gastar el presupuesto en un sinfín de actividades sin pies, ni cabeza, organizar lo que muchos llevamos siglos esperando -tan larga se está haciendo la espera- de un festival digno de esta ciudad, no de Albacete, con perdón. Por qué no se toman como modelos a seguir, no a copiar, Granada, Santander, Perelada, Cuenca, El Escorial, Oviedo, Las Palmas, ¿por no apuntar al cielo de Salzburgo o Edimburgo? ¿Por qué? Y quien habla de la música, habla de la Feria del Libro. O de la inexistencia de una feria de arte en la ciudad plagada de museos. O de Flamenco, en la «Málaga cantaora» de Manuel Machado. O de danza. O de regatas. Antiguamente, durante «la Oprobiosa», de la misma forma que en televisión existían programas como 'Estudio 1', o 'Todo está en los libros', o 'Historias para no dormir' y no existía ni rastro -gracias a Dios en su infinita misericordia- ni de mamachichos, ni de 'Sálvame', ni de 'Gran Hermano' y otros zafios espantos varios, existían unas Fiestas de Invierno, en la que se celebraban todas esas actividades, que antes he mencionado como inexistencias requeridas y necesarias.

¿Es tan difícil reordenar, regular, organizar esto bajo la autoridad inapelable de una, dos, tres personas, o de una comisión, que tenga amplias facultades para llevar esto a cabo? Lo que no tiene sentido es que para asistir a los muy estimables espectáculos de 'Noches de Gibralfaro' haya que jugarse un codo, o una cadera en un descenso y un ascenso al infierno, por rampas de terroríficas piedras, a oscuras, sin posibilidad de comer algo, sin el menor glamour, ni estilo, ni elegancia, fiándolo todo a la belleza indiscutible del espacio y al amor incuestionable de la gente por los «marcos incomparable». Marco que, por cierto, a pesar de la elogiable labor que realiza Fanny de Carranza, cuando ella se marche por jubilación, exige el nombramiento de un conservador jefe. Los ciudadanos queremos que nuestros políticos se dediquen a esto, como con cuatro euros han hecho este año Noelia y Berta con indiscutible éxito, y no a chantajear con la amenaza de hacer saltar el pacto municipal y que, encima, se acepte el órdago. De ninguna manera. Y mucha más implicación de los santones y gurúes de la cultura. Que bajen de sus intolerables torres de marfil y salgan de sus casas de oro y se impliquen y den la cara y creen, porque un intelectual, además de denunciar y decir «no es esto», tiene que implicarse, equivocarse o acertar, pero jugar el juego, participar en el esfuerzo colectivo, como están haciendo Alfredo, o Guillermo, abandonar el muro de las lamentaciones y empujar a un carro, que está atascado en un rio de aguas profundas y cenagosas, del que hay que salir entre todos.

Ampliar a la Alcazaba

En todo esto pensaba estas noches, mientras escuchaba embelesado al gran Jordi Savall, interpretando un hermoso concierto en el que el noventa por ciento era gran música española renacentista y barroca y que regalaba al final la bellísima 'Cachua Serranita' del Códice de Trujillo, música del Virreinato del Perú español. Curiosa forma de declararse independentista, por cierto. O en el precioso recital de piano jazzístico de José Carra, siguiendo una tradición familiar de músicos malagueños durante varias generaciones. Y no digamos en la noche flamenca de Antonio Reyes, con la magia del atardecer, la voz limpia, clara, de extraordinaria musicalidad y buen gusto. Música de Cádiz de claridad salada, y llena de gracia gitana y hondura. Y que terminó su actuación con un fandango que puso a la gente en pie:

«España tiene una banderaHecha de sangre y de sol...».

La base y los cimientos de 'Noches de Gibralfaro' están colocados en la roca. Habría que ampliarlas a la Alcazaba, a los 'Cuartos de Granada', a los jardines de la torre Maldonado y a los patios del Aljibe. Hay que mejorar muchas cosas, pero si hay voluntad y esfuerzo y dinero, que se gasta a veces en temas absurdos, innecesarios, o pago de coimas, ésta puede ser la continuación de 'Ciudad del Paraíso'. ¿Lo intentamos?