Una semana antes de las primeras elecciones generales de la Democracia, en junio de 1977, el Ayuntamiento de Málaga cambiaba el nombre de la calle Alto de los Leones, por el de Vicente Aleixandre, en mitad del barrio de Girón. No pudo hacerlo en mejor momento porque cuatro meses más tarde, el poeta sevillano obtendría el Nobel de Literatura.

El 'Alto de los Leones' no es un accidente geográfico inocente. Como muchos saben, así se llamó el madrileño Alto del León, en el Puerto de Guadarrama, tras la Batalla de Guadarrama, a raíz de la victoria de las tropas franquistas.

La calle Vicente Aleixandre aterrizó en el barrio de la mano de otros compañeros de la Generación del 27, que a lo largo de los años 70, antes incluso de la muerte de Franco, fueron jubilando nombres vinculados con los vencedores de la Guerra Civil como la calle Crucero Baleares, desde 1973, Emilio Prados; Héroes del Alcázar, sustituida por Jorge Guillén o División Azul, que pasó a llamarse Federico García Lorca.

El recambio poético en este barrio de casas blancas fue una simbólica Transición realizada con discreción en el callejero.

Pero no hay que olvidar que con el fin de la Guerra, y pese a los peajes al vencedor como la avenida del Generalísimo o la plaza de Queipo de Llano, en 1939 dos grandes intelectuales como Juan Temboury y Francisco Bejarano purgaron el callejero de nombres prescindibles y recuperaron cientos de nombres tradicionales de calles que todavía hoy disfrutamos (despídanse, eso sí, de la mayor parte del Pasillo de Atocha, que pronto será engullido por el hotelón de Moneo y reducido a callejuela).

Pero debemos volver a la calle Vicente Aleixandre, no sólo porque su nombre evoca los aires de la atacada Transición española, sino porque cualquier peatón podrá sentir la ilusión de una política sin estrenar y de unas primeras elecciones con que pruebe los bancos de esta vía.

Porque la calle del poeta que más ha hecho por la imagen internacional de Málaga tiene unos bancos por los que parece que han pasado cuarenta años. Si se sienta, es probable que a su vez se sienta -valga la redundancia- con pantalones de campana y trenca y, si es varón, notará cómo le crecen la barba y las patillas, a la vez que comenzará a tener apego por la pana y las manifestaciones.

Eran tiempos únicos que podrá disfrutar, sin necesidad de echar mano de la memoria, de los libros de Historia o de Cuéntame cómo pasó. Bastará con que tome asiento en los ajadísimos bancos de esta calle, curtidos en mil batallas, con huellas de pintadas, chaparrones, terrales de espanto y, cómo no, convertidos en el 'sparring' de todo malaguita con la majara querencia por embestir contra el mobiliario público. Eso sí, coloque antes un pañolito.