El famoso cómico francés Louis de Funes nació en Francia de chiripa, pues su padre era sevillano y su madre coruñesa. Como había oposición familiar a que los novios contrajeran matrimonio, la pareja tomó las de Villadiego y se marchó a vivir a Francia.

Por cierto que el padre de Louis de Funes, Carlos de Funes, falleció en la primavera de 1934 en Málaga, separado de su familia, señalan casi todas las fuentes.

Louis de Funes sale hoy a colación no porque su padre probablemente muriera en nuestra ciudad sino porque fue el exitoso intérprete de una serie de seis películas que, como manda la tradición, 'arrasaron en taquilla'.

Se trata de la serie del gendarme de la pequeña localidad turística de Saint-Tropez, en la Costa Azul, que se estrenó en los cines entre 1964 y 1982.

Lo llamativo de estas obras de desigual calidad es que se rodaron en 18 años, a lo largo de tres décadas distintas, pero sin embargo las tomas aéreas del casco antiguo de Saint-Tropez evidencian que este famoso emporio turístico apenas cambió de aspecto en tan largo periodo. Mantuvo contra viento y marea el encanto de sus casas de piedra, con la iglesia y el pequeño puerto.

Algo así es impensable en nuestra Costa del Sol. Bien es cierto que Saint-Tropez es un pueblito, pero debe su fama a que en líneas generales no ha sufrido atentados urbanísticos en su casco antiguo y se mantiene como hace más de medio siglo y anteriores.

Tan excelente ejemplo no ha sido captado ni como indirecta en Málaga capital, donde nuestros acomplejados cargos públicos se han colocado las anteojeras del progreso desde hace décadas, con tristes consecuencias como el hotel Málaga Palacio, summum de la agresión urbanística; el Garaje-Catedral, sin duda el complemento perfecto para nuestro hermoso templo mayor; el espantoso edificio de la falda de Gibralfaro; la indigesta paella de bloques de La Malagueta o la demolición -gracias a populares y socialistas- del edificio de Eduardo Strachan en Hoyo de Esparteros para que quepa otro Málaga Palacio en el casco antiguo...

Parecía que nuestros políticos habían puesto freno a sus insensateces con el Palmeral de las Sorpresas hasta que llegó el proyecto del rascacielos del Puerto, de nuevo con la anuencia de populares y socialistas, una construcción que tendrá un desmesurado protagonismo en la Bahía de Málaga y que conseguirá anular visualmente la bicentenaria Farola, además de jubilarla.

La lección que nos dan nuestros vecinos franceses de respeto y coherencia en primera línea de playa sigue siendo válida de los Pirineos para abajo. Málaga no necesita un inmenso hotel casino como puerta de entrada a su bahía, sino ofrecer la imagen de ciudad milenaria respetuosa con su entorno que trata de enmendar grotescos errores urbanísticos del pasado y no de repetirlos en versión catarí 2.0.