Las recientes obras de reforma en la hermosa iglesia de los Mártires han permitido redescubrir las tres bóvedas de enterramiento en las que dormían el sueño de los justos malagueños de siglos pasados.

El académico de la Historia Manuel Olmedo ha querido compartir, primero con el responsable de las obras, el arquitecto técnico Pablo Pastor y más tarde con esta sección, un tremebundo pero veraz documento histórico relacionado con los Mártires que refleja las penurias que tuvieron que pasar los curas de la parroquia pero también los feligreses, a causa de la costumbre de enterrar dentro.

Como recuerda Manuel Olmedo, en los Mártires había enterramientos en el atrio de la iglesia, dentro del templo y también un pequeño cementerio resguardado con tapias en el lateral de la calle Mártires.

El documento en cuestión hace referencia a los problemas causados por las bóvedas y nichos redescubiertos estos días. Se trata de un documento sin fechar, pero datado a finales del siglo XVIII, en el que los curas de los Mártires envían una carta al obispo bastante urgente.

Recuerdan los sacerdotes que a raíz de una pasada epidemia de fiebres tercianas -y hubo una en 1786- hubo que enterrar en gran número a las víctimas bajo la iglesia. El académico recuerda que muchas de las sepulturas en esa época, si bien eran para una persona, en realidad cabían tres féretros colocados uno encima de otro como si fueran literas.

Pues bien, los curas destacan que a causa de tantos enterramientos súbitos, el que la iglesia se encontraba en un sitio «bajo y húmedo» y la escasez de sepulturas «para una feligresía tan basta», «hemos llegado al miserable estado de exalarse (sic) un horrible hedor al empezar a abrir cualquiera de las sepulturas».

El problema debía de ser de campeonato hasta el punto que consideraban «imposible permanecer en la iglesia cuando se separa una losa, como cuando se abre un hollo (sic)». De hecho, los curas admitían que no sólo los feligreses salían raudos de los Mártires en cuanto asomaba el tufo nada bucólico, pues «ni aún nosotros mismos» podíamos estar «en el ámbito de la iglesia».

Así ocurrió, comentaban, en las vísperas del segundo día de la Pascua del Espíritu Santo, pues al no estar bien cerrada la losa de las bóveda de las Ánimas Benditas, tuvieron que buscar refugio en la sacristía.

Aunque los religiosos propusieron remover la tierra, la solución definitiva no llegaría hasta que, bien entrado el siglo siguiente, en Málaga no se hizo realidad la Real Orden de Carlos III de 1784 de enterrar en camposantos situados fuera de las ciudades.

La inauguración del Cementerio de San Miguel en 1810 supuso el principio del fin de tan truculentas situaciones que hoy, menos mal, sólo perviven en documentos y no en el aire, aunque estemos con mascarillas.