La desaparecida Abadía de Santa Ana de Recoletas Bernadas del Císter, en la calle Císter desde 1617 hasta que cerró sus puertas por falta de vocaciones en 2009, muestra por primera vez en su historia una selección de sus tesoros artísticos y documentales.

Hasta el 30 de agosto puede visitarse en el Museo de Patrimonio Municipal (Mupam) la exposición ‘Silencio, trabajo y oración: Fondo documental del Convento del Císter’, una ventana a la vida de clausura de este centenario convento, que ha sido posible gracias al trabajo del comisario de la exposición, Mariano Vergara; Juan Carlos Estrada y la recién jubilada archivera municipal Carmen Urbaneja.

Como explica esta última, parte de los fondos documentales de la abadía fueron cedidos al Ayuntamiento de Málaga, de ahí que esta exposición sea un veterano proyecto de Maribel Vila, responsable del Archivo Municipal.

La entrada a la muestra, una gran puerta dorada, evoca la ‘Domus Aurea’(casa de oro), presente en las letanías de la Virgen, explica Mariano Vergara, que detalla que, una vez franqueada, los colores de la exposición, azul y blanco, hacen referencia a la Inmaculada y a la pureza de la Virgen, respectivamente.

La exposición de los tesoros del Císter no se olvida de la estrecha vinculación entre el convento y el escultor granadino Pedro de Mena (1628-1688), que además de tener su taller junto a la abadía, a partir de 1671 sus dos hijas, Andrea y Claudia, ingresaron en ella.

De los fondos cirtencienses, en depósito en la Catedral y el Obispado, se exponen cuatro tallas de Pedro de Mena -una Inmaculada, un Niño Jesús, un Ecce Homo y una Dolorosa- y dos realizadas por sus hijas.

«Su padre les había enseñado a tallar, estofar y a dar carnación», explica Mariano Vergara cerca de las esculturas que Andrea y Claudia de Mena realizaron de San Bernardo de Claraval, uno de los grandes promotores de la Orden del Císter, y de San Benito, el iniciador de la vida monástica.

Estas dos piezas, cuenta el comisario «son las dos únicas atribuidas a las hijas de Mena junto con otras dos en el Metropolitan de Nueva York».

De Andrea y Claudia de Mena también se exponen unos elementos primordiales en la Historia de la Abadía del Císter: sus cartas de profesión. Se trata de documentos de profesión de los votos perpetuos en los que la antigua novicia ratificaba la promesa de someterse a la Regla de San Benito Abad, a las Constituciones de la Orden y a cumplir los votos de pobreza, castidad y obediencia.

Tan solemne carta solía llevar pareja un derroche de virtuosismo barroco, en forma de filigranas, caligrafía artística y dibujos que podían ser realizados por las propias monjas o encargados a profesionales.

De las casi 200 cartas de profesión que conserva el Archivo Municipal, Carmen Urbaneja ha realizado una dificilísima selección hasta llegar a las 24 que se exhiben, la más antigua de 1611 y la más reciente de 1883, encargada por cierto en París.

De la etapa barroca destacan por supuesto las de Andrea y Claudia de Mena, posiblemente realizadas por ellas o como apunta la archivera -pues los dibujos no van firmados- quizás por otra monja o por el mismo padre de las religiosas. «Una cosa que me hace pensar que no la hicieron las hijas es que son pinturas idénticas, parecen hechas por la misma mano. Lo único que varía es la advocación», argumenta.

Entre las cartas más hermosas, la de Sor Juana de Santa Inés, datada en 1750, un prodigio de barroquismo y de caligrafía, encabezado por el dibujo de un retablo con la Virgen y el Niño, Santa Inés, San Benito y San Bernardo, entre otros santos.

Por cierto que una de las tallas de Pedro de Mena, un delicado Niño Jesús, nos desvela una de las tiernas costumbres del convento, que llegó a albergar a novicias de ocho años. En ocasiones, cuenta la archivera municipal,a las niñas se les entregaba un Niño Jesús «para que lo cuidaran y así se satisfacía por un lado su instinto maternal» y por otro, desarrollaban el amor a Jesús.

La documentación que el Archivo Municipal conserva de este convento, surgido a comienzos del XVII por iniciativa del obispo Juan Alonso de Moscoso y ligado en los inicios a la conversión de mujeres ‘descarriadas’, constata que las religiosas llevaron un control absoluto de censos y gastos como las compras o la comida diaria, que se suspendía -y por tanto no había gasto alguno- el día de la profesión de los votos perpetuos de alguna hermana, en el que invitaba su familia.

Monjas de velo negro o blanco

Como explica Carmen Urbaneja, la división de tareas en la abadía malagueña se basaba en el color del velo de las monjas. Las de velo negro eran generalmente las que aportaban una dote y se dedicaban al rezo del oficio divino, mientras que las de velo blanco no solían aportarla y se hacían cargo de las tareas domésticas.

Pero la vida en el Císter no siempre supuso un alejamiento estricto del mundanal ruido. La abadía padeció, como el resto de la ciudad, los estragos de la invasión napoléonica, mientras que un libro de dotes, presente en la exposición, deja constancia de que fue reanudado en 1938, «por haberse llevado en el saqueo de la Revolución del 18 de julio del año 1936 toda la documentación y libros de del archivo de este monasterio».

La muestra, en la que no falta una simbólica celosía, concluye con un impresionante Ecce Homo, varón de dolores; las más hermosas cartas de profesión y para despedir el recorrido, una Dolorosa, también de Pedro de Mena, que como destaca Mariano Vergara, plantea en estos tiempos de incertidumbre la pregunta: «¿Y ahora qué?» .

Para Carmen Urbaneja, que se ha pasado varios años estudiando la documentación del Císter, esa labor ha terminado siendo «la mejor experiencia profesional de mi vida». Para Mariano Vergara, el poder montar una exposición tan significativa para Málaga, «un motivo de orgullo».

Hasta el 30 de agosto, en el Mupam (horario de visitas: de martes a domingo de 10 a 14 horas y de 17.30 a 21.30 horas).