Imagínate por un momento que el mundo se para. Que en instantes de segundo tu cuerpo y tu mente, sobre todo tu mente, tienen que encerrarse en casa. Quince largos días entre las mismas paredes. Quince largos días de contactos tan telemáticos como ansiosos de que fueran reales, algo así, como de carne y hueso. Quince largos días que se convirtieron en casi tres meses largos, iguales, y, por qué no decirlo, agotadores.

Ahora imagínate que eres profesor o profesora. O quizás ya lo seas. Tras una pandemia inesperada, con un curso a la mitad, los nervios de los alumnos y la incertidumbre de cada centro docente, ha nacido una época de cambios educativos. Una época a la que había que saber adaptarse. Una época donde, a falta de tiempo, también faltaban recursos. Una época dónde faltaba lo más importante, el vínculo entre profesor y alumno. Una época en la que mantener la calma y seguir con la 'normalidad' era lo más difícil.

Inmaculada Gámez, directora y profesora del colegio María Auxiliadora de Fuengirola, se levantaba cada día con la incertidumbre ante la respuesta de alumnos, ante la demanda de padres y ante la dificultad de planificación «en una situación tan cambiante». Para ella, garantizar la continuidad pedagógica fue relativamente sencillo gracias a diversas plataformas digitales, aunque requirió muchas horas de trabajo: «Tengo un claustro fantástico y hemos compartido conocimientos, dudas e inquietudes».

Después del café, Inmaculada Fernández, profesora del colegio María Auxiliadora, enfrentaba los primeros días como un reto profesional, a la par, que personal: «Fue como dar un salto mortal sin red, se convirtió en un reto profesional y en un gran aprendizaje muy gratificante pero a la vez agotador y complicado».

Sonaba el despertador a la misma hora de siempre, a las nueve de la mañana y Montse Montes, profesora del colegio Misioneras Cruzadas de la Iglesia, ya estaba sentada enfrente de su ordenador esperando noticias: «Cada mañana pensaba en el nuevo reto que tenía que resolver, estaba pendiente del móvil por si había dudas o aclaraciones, tenía ganas de transmitir».

Mientras, Francisco Javier Paniagua, profesor de la Universidad de Málaga, se levantaba con ansiedad y aunque esto era un sentimiento generalizado entre los docentes, Paniagua tenía una doble preocupación. «Soy personal de alto riesgo, y en ese momento mi prioridad no eran solo las clases, necesitaba informarme, valorar riesgos, pensaba en las medicinas que necesitaba, que no me faltarán...»

Cada mañana María Sánchez, profesora de la Universidad de Málaga, sentía ese hormigueo en la barriga, propio de una situación de nerviosismo: «Eran sensaciones encontradas, sentía nervios y a la vez satisfacción».

A medida que iban pasando los días, los difíciles días, todos coincidían en que la falta del vínculo tan necesario entre estudiante-docente, no se podía mantener del todo online. Era insustituible. «La cercanía, la complicidad, las risas, los debates, los silencios, todo se echaba de menos», confiesa Fernández. Para Paniagua, las nuevas tecnologías supusieron un punto de apoyo: «Gracias a los diferentes canales de comunicación que activé fue más fácil. Además, siempre les ponía a mis alumnos la canción de Lucía Gil durante el confinamiento 'tan lejos pero a la vez tan cerca'». Gámez y Sánchez coinciden en la idea de que el vínculo sí existió, aunque de forma diferente, y que gracias a las videollamadas casi diarias, «todo fue un poco más humano».

La vocación de ser docente

Vocación y docente caminan de la mano. «Quién no tiene vocación, no tiene esa visión de aprendizaje continuo», asegura Sánchez. «En las situaciones difíciles es donde se demuestra el grado de implicación de un profesional», comenta Gámez. «Esta profesión es totalmente vocacional y no la concibo de otra manera», continúa Inmaculada Fernández.

La gran brecha social

Existe una brecha digital, pero también social. Se estima que durante la cuarentena, 30.000 alumnos no se conectaron a las clases digitales porque no disponían de los recursos necesarios. «Desde el centro se han hecho préstamos de equipos y de conexiones a internet. A los que no se les ha podido facilitar, se les ha dado en papel las tareas cuando venían a recoger sus alimentos en la semana», explica Montse. Paniagua se siente afortunado. Si tuvo algún caso fue solo temporal, pero declara que tuvo que ver cómo su mujer, profesora de Primaria, tenía que dar clases diarias a través de un móvil «cuya lucha diaria era otra bien diferente a las clase». «Creo que la educación es el mejor ascensor social para garantizar la igualdad de oportunidades», concluye.

Las horas de trabajo pueden ser una preocupación constante o por el contrario, una vía de escape con la que poder amortizar la bajada. Para Montse fue lo segundo: «No eran una preocupación, eran un reto al que quería enfrentarme con las mejores armas». Además, el tiempo nos obliga a hacernos de acero ante cualquier situación: «A medida que iban pasando las clases me iba sintiendo mejor», asiente Fernández.

«Yo he estado preocupada, había mucho desconcierto y poca información, afirma Gámez.

María Sánchez, profesora de la UMA

María Sánchez, profesora de la Universidad de Málaga en la Facultad de Periodismo, ha vivido este reto en dos vertientes diferentes. Por las mañanas, trabajaba como técnico en la Universidad Internacional de Andalucía, en la innovación educativa y aprendizaje en red. Por las tardes, vivía la experiencia de dar clase durante una pandemia. «Esto me ha hecho la experiencia doblemente intensa», explica.

Sánchez detalla que lo más importante es tener en cuenta que todo es cuestión de actitud. «No es una cuestión de moralidad, es una cuestión de cómo hacer las cosas». «Los alumnos han tenido más empatía». «Se han creado vínculos que han permitido que la comunicación sea más fluida».

Respecto a la motivación de los alumnos, cuenta que los estudiantes que han sido siempre participativos no han perdido la motivación: «Los alumnos han sido un ejemplo, me avisaban si no podían asistir a las clases, había estudiantes que tenían a familiares hospitalizados».

De cara al futuro, Sánchez se muestra «con energía», pero admite que todavía todo pesa: «Estoy agotada mentalmente». Relata que no ha tenido verano, que no ha habido descanso; y que hay que estar en alerta para saber poder y tomar «decisiones rápidas». Además, confiesa que el año que viene le da más miedo que el pasado; y apuesta por un modelo híbrido: «Creo que va a ser un modelo híbrido, la mitad de los alumnos online y la otra mitad presencial, pero tengo miedo de que no se haga ninguno de los dos».

Inmaculada Gámez, directora

Inmaculada Gámez, directora y profesora del colegio María Auxiliadora de Fuengirola, relata que esta experiencia «ha supuesto todo un reto y una gran responsabilidad». «Mi experiencia como directora va más allá del hecho de dar clase, ha sido también acompañar a profesores, padres y alumnos».

Enseñar, explicar e inculcar todo lo que se quiere, cara a cara, supone una tarea 'relativamente sencilla'. Cuentas con la experiencia de lo ya vivido. A través de una pantalla se complica: «Satisfecha del todo no he estado, he podido explicar; corregir ejercicios, resolver dudas, pero para algunos alumnos no es suficiente. La educación trasciende la mera transmisión de conocimientos. Hay que prestar atención a otras facetas de los alumnos, ese también es mi trabajo».

Gámez imagina el futuro con ganas: «Siempre comienzo un nuevo curso con mucha ilusión y alegría. Soy una persona optimista. Mi colegio, que pertenece a la Fundación Diocesana de Enseñanza Santa María de la Victoria, se caracteriza por ser familiar y cercano, tanto con nuestros padres como con nuestros alumnos».

Montse Montes, profesora de Primaria

Montse Montes, profesora del colegio Misioneras Cruzadas de la Iglesia, se muestra optimista ante lo ocurrido: «El balance que hago es positivo». «Hemos descubierto muchas cosas nuevas que se podrán usar en el futuro más inmediato», explica.

Por otro lado, destaca que la falta de interés sí se notó en algunas familias, pero «con lo que me quedo es que descubrimos una implicación inimaginable con algunas familias, los padres asumieron un papel más responsable en la educación de sus hijos y nos apoyaron al cien por cien en las tareas», relata orgullosa.

Un tema que le preocupa bastante es la base que los niños tendrán para el curso que viene: «En Primaria los conocimientos se van repitiendo año tras año. Esperemos que en el curso siguiente haya una buena base para poder seguir sumando, pero seguro que habrá que hacer un repaso de lo anterior para despertar lo aprendido».

El futuro lo mira con ganas. «Quiero acordar con ellos in situ unas formas de trabajar para que si ocurre otra vez, tengamos ya una base ganada. Tengo muchos proyectos en la cabeza...sí, muchas ganas de empezar».

Inmaculada Fernández, profesora

Inmaculada Fernández, profesora de Secundaria del colegio María Auxiliadora, explica que tenía la sensación de no estar preparada para dar clase, «cambiar el modo de trabajo requiere un tiempo de aprendizaje y un tiempo de adaptación».

Los alumnos aprenden de los profesores, pero los profesores también aprenden de los alumnos: «He aprendido mucho de los adolescentes, creo que me han dado una lección de responsabilidad». «En los medios de comunicación solo se hablaba de los niños pequeños y se olvidaban de la importancia de la etapa adolescente, en la que las relaciones personales y establecer un 'distanciamiento' con los padres forma parte de su crecimiento personal».

Fernández reivindica más recursos, más profesorado y más inversión para el próximo curso: «Ante un futuro tan digitalizado reivindico el estudio de humanidades como algo primordial».

«Tengo ganas de volver, tengo claro que sembramos sin saber quién recoge, pero tenemos que continuar sembrando, es nuestra labor», concluye.

Francisco Paniagua, profesor de la UMA

Francisco Paniagua, profesor de la Universidad de Málaga de la Facultad de Periodismo, relata que la experiencia fue todo un camino por recorrer: «Primero fue una preocupación constante, luego se convirtió en una necesidad, necesitaba desconectar del virus, el trabajo me ayudó, me sentía útil».

Asimismo, Paniagua explica que sacó provecho de la situación «aprendí a editar vídeos y a manejar algunos programas que poco había utilizado».

Este docente afirma que el esfuerzo sí ha sido valorado por parte de los alumnos. «Estábamos juntos en el mismo barco, el reto era el mismo, así se lo transmitía a mis alumnos», aunque no tanto por la sociedad. «No pocas personas pensaban que estábamos ya de vacaciones o no dando la talla. Y trabajamos más horas de lo habitual».

Además recalca que desde la Universidad también se hizo un esfuerzo importante: «La atención personalizada a través de una videollamada nos ayudó bastante, pero nada puede sustituir a lo presencial».

Paniagua vislumbra el futuro con ganas e ilusión: «Sinceramente acabé agotado, más que otros cursos. Eran clases y reuniones online a todas horas, pero ganas por un nuevo curso lo más parecido a lo normal no me faltan».