­De haber conocido las imprevisibles consecuencias de la pandemia, quizás a más de uno todos los días de feria le hubieran parecido pocos el año pasado, cuando el programa se alargó desde un miércoles hasta el siguiente domingo. En este preciso instante de zozobra, solo caben el recuerdo y los viajes en el tiempo que permitan proclamar la gloria pretérita y repetir hasta la saciedad ¡qué feria la de aquel agosto! Sin ir más lejos, este recorrido personal invoca algunos ingredientes que derramó la gran fiesta de la capital malagueña durante la pasada década.

2011 | La primera después de Rockberto

Primera feria después de Rockberto. El vacío que dejó su voz cavernosa retumbó para grabar a fuego su eco entre los recuerdos de las noches en la Caseta de la Juventud. La muerte en junio del carismático líder de Tabletom dejó a más de uno sin excusa para emprender el viaje a ninguna parte hasta la madrugada del Real, al que se encomendaba para sentir al grupo decano del rock malagueño. Una década después, hay quien todavía no ha regresado a Cortijo de Torres y se ha seguido aferrando a las callejuelas del centro como único resquicio posible para la fiesta. En aquella edición, Pablo Alborán soñó despierto el prólogo. Las arterias más céntricas funcionaron como una taberna al aire libre. Y el concierto de la Free Soul Band en la plaza de las Flores ya era un ritual imprescindible que merecía aquel escenario por los siglos de los siglos, como si el tiempo no pasase por sus versiones.

2012 | El botellódromo de Mena

Aquella vez, la juerga fue de menos a más. O viceversa. Según como la afrontara cada cuerpo humano. Sin ir más lejos, un cómico llamado Dani Rovira dejó claro en su pregón que sabía perfectamente lo que significaba vivir la feria como si se fuera a acabar el mundo. Aquella, en concreto, pasó a la historia como la del botellódromo de Mena. En la explanada de Santo Domingo se vieron cosas que aún se están digiriendo. El concejal que daba la cara ante los aciertos y los errores municipales era Damián Caneda, a quien se le echa mucho de menos por estos lares mediterráneos.

2013 | Derroche a fin de mes

En aquella convocatoria de fechas agosteñas tardías, llegar a fin de mes fue más difícil que nunca. En un tono más coherente y responsable que las bromas monetarias con las que se agotaba el almanaque entre bailes y alcohol, el actor Antonio de la Torre encendió la mecha recordando que había muchos malagueños en riesgo de pobreza y exclusión social que no podían costearse una feria. Enmedio de la multitud, desentonó más de una tarde el toque 'spanglish' de algunas camisetas en las que se leía: 'keep calm and drink more Cartojal'. Las hemerotecas también nos recuerdan al alcalde Francisco de la Torre perjurando, entre caseta y caseta, que aún no se había confirmado que fuese a ser el candidato del PP en las elecciones municipales de dos años después.

2014 | Una canción triste

Al divisarla desde la distancia y pese a que fue pregonada por un humorista como Manuel Sarria, aquella feria entonó una canción triste. Enmedio de la fiesta, se derramó demasiada conversación, e incluso mucha tinta, sobre un vídeo de índole sexual y una violación en grupo que resultó ser inventada. Demasiada conflictividad y una irreparable impotencia envolvieron aquellos bailes en tiempos en los que el teléfono móvil empezaba a consolidarse como un arma capacitada para hacer un daño incalculable.

2015 | Lencería polémica

La alianza involuntaria que a veces une a la Feria de Málaga con la sección de sucesos llevó, entonces, al alcalde de la ciudad a señalar en su tradicional balance que esto no era Magaluf, que aquí reinaba la normalidad. Todo transcurrió entre la algarabía de siempre y las polémicas sobre la lencería que puso en bandeja la edil de Fiestas, Teresa Porras, cuando dijo aquello de que las niñas salían a la calle con las bragas en la mano. El antecedente de la edición del año anterior aún pesaba demasiado.

2016 | Entre la diversión y el miedo

Por aquel entonces, ya casi nadie se acordaba de que 2016 iba a ser el cacareado año de la capitalidad cultural europea. Málaga había invocado la cultura por otros caminos y, en la emergente ciudad de los museos, la feria seguía siendo mucha feria. Como punto de partida valieron la voz de Vanessa Martín o la ilusión con la que agitaba la bandera el árbitro de baloncesto Daniel Hierrezuelo. Que aquel año fuese el de 'la manada' en los sanfermines y la del depredador sexual estuviese omnipresente como una figura que acechaba bajo la repulsa, explica que una campaña contra el acoso sexual fuese desplegada con insistencia oportuna durante las jornadas que se celebró la fiesta entre la diversión y el miedo.

2017 | Sin taxis pero con botellón

taxisFue la feria en la que los taxis, inmersos en una huelga, brillaron prácticamente por la ausencia. El problema del botellón se hizo especialmente visible y los vecinos insistieron en el debate aún vigente de que la fiesta ya tiene un recinto que no debe ser el centro. Aún así, no fue una feria tan amarga como otras en lo que a conflictividad se refiere.2018 | El pregón de Pablo Aranda

El escritor malagueño Pablo Aranda (1968-2020) se transportó a los anales de la eternidad con un pregó que salpicó humor y tocó con sus manos los corazones más humildes. De hecho, Pablo Aranda invocó a la ciudad hospitalaria: «Sigamos considerando de Málaga a la gente que esté aquí, traiga el acento que traiga. Málaga es una ciudad grande y convivimos en ella muchas tribus. Ninguna vale más que otra. Un pacto entre tribus rige la convivencia, que nadie rompa ese pacto. Tratemos de dejar Málaga mejor de lo que la encontramos», dijo Pablo Aranda en uno de sus pasajes. Todo lo que, con las luces y las sombras de una feria, sucedió después le dio argumentos al Ayuntamiento para aumentar la duración en 2019 un par de días más, sin que nadie supiera que la versión de nuevo recortada de 2020 no llegaría a celebrarse.

2019 | La Feria interminable

Tan lejos y tan cerca queda en la memoria la feria del año pasado. No queda claro si parece que fue ayer o si se celebró en otra vida. Lo cierto es que el gran debate que surgió, de inicio, fue el de su duración. Que los fuegos comenzasen un miércoles y hasta el domingo siguiente no se culminase con la cabalgata histórica, resultaba para muchos excesivo. Y, para otros, algo sensato porque repartía el ambiente y se producían menos aglomeraciones. Sea lo que fuere y con el sambenito de fórmula fallida ya colgado sobre la última convocatoria, lo que sí saltó a la palestra con más contundencia que nunca fue la idoneidad del centro para acoger un evento de masas de estas características. Las reivindicaciones de los vecinos y las imágenes del vandalismo que atentaba contra el patrimonio acompañaron al desarrollo de la fiesta. Ahora, sin feria en el centro ni en el Real, cabe pensar qué hubiera dicho la multitud si alguien vaticina el año pasado que este año no tendría lugar la gran fiesta de la capital malagueña.