No recuerdo exactamente el año -la memoria flaquea- en el que en un equipo de fútbol de Málaga en la época en que existían equipos que militaban en la categoría Primera Regional (hoy Tercera División) figuraba un jugador un poco entrado en años porque la edad media de los componentes de los clubes era inferior a los veinte años, al que le endilgaron el apodo 'el Carlos Haya'.

No sé si vivirá todavía -lo celebraría-, y si está en el mundo de los vivos recordará el origen del mote. No me acuerdo en qué equipo de Málaga capital o provincia militaba. Para el caso es lo mismo. El Carlos Haya era algo así como una institución en el mundillo del fútbol modesto.

Utilizando el léxico de la época, el jugador era un leñero o rompepiernas; ahora, mis colegas de la información deportiva lo tildarían de 'killer' (asesino). No brillaba por su calidad defensiva, pues ocupaba uno de los puestos de la zaga, a la derecha o a la izquierda. Los defensas, lo contrario a lo que sucede hoy, apenas se desplazaban por las bandas. Los carrileros, como se les identifica hoy, no existían entonces.

En la zona defensiva, El Carlos Haya era un factótum; vamos, una muralla infranqueable. No dejaba pasar a ningún atacante. Daba patadas -coces más bien- a diestro y siniestro.

Para evitar que los delanteros del equipo rival se acercaran al área recurría a todas las artimañas para impedirlo. Los atacantes, cuando descubrían la presencia del Carlos Haya se abstenían y rehuían el cuerpo a cuerpo por auténtico miedo.

Cuando un delantero novato se acercaba, el defensa de marras le amenazaba con mandarlo al Carlos Haya (al Hospital del mismo nombre) para que le enyesaran por posibles fracturas de tibia, peroné, rodilla y tarso, metatarso y dedo. Tantas veces amenazaba a viva voz que lo iba a mandar al Carlos Haya que le pusieron el mote de 'el Carlos Haya'.

El tiempo ha pasado. Pero si volviera a los terrenos de juego no mandaría al Carlos Haya a los jugadores que se enfrentaran a él, ni soportaría el mote; de acuerdo con el olvidable José Luis Rodríguez Zapatero y su Memoria Histórica, los mandaría al Hospital Regional.

Los que frecuentaran en su lejana juventud el campo de los Baños del Carmen, donde jugaba el entonces denominado Malacitano y después C.D. Málaga, seguramente no habrán olvidado el grito de «¡El árbitro, a la charca!».

El origen de este mal deseo parece que nunca llegó a materializarse, pero el grito sí se daba cuando el árbitro de turno, a juicio de los espectadores, perjudicaba al equipo local o favorecía claramente al equipo visitante.

La charca era un espacio natural que formaba parte del complejo de los Baños del Carmen, que además del campo de fútbol, tenía una o dos pistas de tenis, restaurante, vestuarios para los usuarios de la playa (en la playa existía una separación que la dividía en dos partes, una para las mujeres y otra para los hombres). La charca no se utilizaba ni recuerdo de dónde provenía el agua. La profundidad era escasa.

Pues bien, según la tradición, en más de una ocasión un mal arbitraje terminaba con el colegiado en la charca. La amenaza de arrojar a la charca a los árbitros no pasó de ser amenaza nada más. Cuando yo empecé a los once años a asistir a los partidos del Malacitano oía con frecuencia lo de «¡a la charca!», pero nunca presencié la salvajada semejante.

Lo que sí recuerdo como si lo estuviera viendo era una barquilla de remo en la que dos hombres se encargaban de recoger los balones que sobrepasaban el graderío sur e iban directamente al mar. En todos los partidos y no en una sola ocasión algún balón había que recuperarlo del mar.

Y ya que estoy escarbando en la memoria, hubo dos hazañas del Malacitano: una fue cuando el equipo goleó a Jerez por 10-0 y cuando derrotó al Sevilla por 5 goles a 0.

Entonces los jugadores no se lesionaban, la alineación casi siempre era la misma y cuando uno sufría un golpe, Miguelito Alba, el masajista, salía al campo y con el 'agua milagrosa' atendía al lesionado y el entrenador lo ponía de extremo izquierda. A veces, el lesionado marcaba un gol al estar libre de marca. Así se hizo famosa la frase 'el gol del cojo'.

El primer gran traspaso

Ya en aquellos lejanos tiempos, allá por 1940, el Málaga, como ahora, cuando destacaba un jugador se precipitaba para traspasarlo a otros equipos con 'posibles', vamos, con dinero para pagar una ficha.

Nuestro equipo, antes Malacitano y ahora Málaga, nunca ha disfrutado de unas arcas bien repletas. Siempre ha estado a la cuarta pregunta. De los traspasos de estos últimos años -Isco, Ontiveros, Antoñín€- la afición tiene sobrada conocimiento, pero ¿se acuerdan del traspaso más sonado de la historia de nuestro empobrecido Málaga C.F.?

Quizás algún viejo aficionado, cuando lo cite, se acordará: Arza. Arza llegó al Málaga procedente del Alavés.

Tenía 18 ó 19 años y fue una revelación. Inmediatamente -un año después de su arribo a Málaga- el Sevilla se interesó por el joven delantero y se efectuó el traspaso.

Recuerdo las cantidades que se movieron en aquella operación: 200.000 pesetas. El reparto fue: 105.000 pesetas para el Málaga y 95.000 para el jugador. Juanito Arza se fue al Sevilla, triunfó y se quedó en Sevilla para siempre donde falleció a la edad de 88 años.

Algún día relataré la alineación del Malacitano en el primer partido al que asistí en 1939, cuando aún jugaba en los Baños el Carmen.