Nos ha dejado Paco Campos, un referente de la hostelería y a quien tanto deben Córdoba, lugar de nacimiento y Málaga, de adopción, además de una excelente persona. Paco, para sus numerosos amigos, o tío Paco, para su amplia familia, se dedicó desde muy joven a crear puestos de trabajo y a luchar por el bienestar de todos los que le rodeaban. Bodegas Campos y el Pimpi son una referencia en las dos ciudades, gracias a su peculiar manera de hacer las cosas. Tuvo claro que los negocios se sustentan en una identidad propia y un saber hacer, debiendo devolver a la sociedad lo mucho que esta les ha aportado.

Bodegas Campos y el Pimpi, de cuyas Fundaciones es Presidente de Honor, comparten una forma distinta de practicar la hostelería y se lo deben a él, por su vinculación con la cultura, entendida en un amplio sentido: conferencias, lecturas poéticas, presentaciones de libros, exposiciones, así como música, en cualquiera de sus expresiones, en particular el flamenco. Y lo hizo desde muy joven, pese a la incomprensión de muchos. Para ello se rodeó de intelectuales de la talla de Antonio Gala; Pablo García Baena; todos los integrantes del Grupo Cántico, en especial Ricardo Molina, que vivía pared en la calle Lineros, y Ginés Liébana. También siempre exigió a todo su personal tratar al cliente de una forma especial. Puede decirse que hay un estilo Paco Campos: una especie de exigencia de hacer las cosas de una manera diferente para el disfrute de todos. De su ejemplo han aprendido muchos, en especial, sus sobrinos Javier y Paco Campos, continuadores de su legado.

Sus establecimientos, que forman parte del alma de Córdoba y Málaga y son conocidos allende nuestras fronteras, los mimaba hasta el último detalle. Quería evocar un pasado que el progreso ha hecho desaparecer, pero que no podemos desconocer si no queremos perdernos el presente. Las colecciones de carteles de toros y fotografías, presentes en ellos y que atesoró durante muchos años, permiten un viaje a través de la Historia.

Un enamorado de Córdoba, que nunca quiso dejar, pese a que vivió sus últimos años en Málaga y de sus tradiciones, además de buen conocedor de ellas: la feria, la Navidad, la Semana Santa, los toros o nuestros vinos. Su presencia era siempre bienvenida en cualquier acto. Hombre de conversación pausada, de los que a todos escucha, pues de todos se aprende, para terciar con ese tono de voz muy bajo, pero con reflexiones siempre certeras. Era portador de esa bondad desinteresada y espontánea que caracteriza a las personas excelentes. Cariñoso hasta la extenuación, nunca le vi una mala cara, ni en los momentos más aciagos. Y es que pertenecía a una generación donde el esfuerzo continuado, pese a las flaquezas de la edad, es el leitmotiv de su vida.

Tuve la oportunidad de pasar muchos buenos ratos con él, desde que el Despacho abrió su sede de Málaga hace más de veinte años. Recuerdo una noche, junto a Rafa Arenas, donde nos contó la historia del Pimpi. Había recorrido la ciudad de una punta a otra, buscando un local para la apertura de un negocio similar a Bodegas Campos. Al final le enseñaron uno que llevaba muchos años cerrado por la mala fama que atesoraba. Se decidió por él, ya que los retos formaban parte de su forma de ser. Pues bien, ese local se encuentra hoy pared con pared con el Museo Picasso, cuenta con la mejor terraza de Málaga y con vistas espectaculares a la Alcazaba, así con una cola interminable para conseguir mesa. Sin duda, fue un visionario.

Paco nos ha dejado, pero nos queda su recuerdo, siempre presente. En definitiva y en palabras de su amigo Pablo García Baena, morir "es terminar para el mundo, pero siempre habrá otros mundos lejanos".