«Es justo que cite aquí a D. Enrique Ramos Marín, que sin ser arquitecto ni jardinero, sino abogado, fue su impulsor. Yo lo recuerdo como coleccionista. Más que experto en jardinería fue un buscador de ejemplares variados y raros. 'Hoy ha conseguido tal planta D. Enrique', se decía a cada paso. Y de este modo, sin pretensiones ni planes siquiera, llegó a conseguir un conjunto rico y entretenido, que para los fines de un parque público es de indudable eficacia».

Esto escribía en 1932 el poeta José Moreno Villa, para una revista de Arquitectura, sobre la callada labor del promotor del Parque de Málaga, el abogado malagueño Enrique Ramos Marín (1847-1920).

Con motivo del centenario de su nacimiento, una jornada celebrada el pasado enero en Antequera organizada por la Real Academia de Nobles Artes de esa ciudad y la Academia Malagueña de Ciencias ha recuperado la discreta figura de este malagueño de raíces antequeranas. A su muerte el Ayuntamiento de la capital se comprometió a dedicarle una calle (y cumplió, la actual calle Ramos Marín) así como una lápida en el Parque que ayudó a crear, compromiso que un siglo más tarde todavía no ha llevado a cabo.

«A él le molestaba que la gente le reconociera algo públicamente, era muy sencillo», cuenta su bisnieta Encarnación Serrano Ramos, profesora jubilada de Arqueología de la UMA.

Junto con su primo hermano Fernando Orellana Ramos, oftalmólogo y presidente de la Academia Malagueña de Ciencias, también bisnieto de Don Enrique, muestra para La Opinión un gran plano del Parque de Málaga, con el trazado de los caminos y una numeración que podría corresponder a las plantas y árboles proyectados. Se trata de una de las joyas que conserva la familia y que evidencian la poco conocida relación entre este importante personaje y la zona verde más famosa de Málaga, con permiso del Jardín de La Concepción.

Como explica Encarnación Serrano Ramos, el bufete fundado por su bisabuelo en 1871, en la casa familiar del número 40 de la calle Madre de Dios, todavía sigue en funcionamiento. El despacho ha tenido el acierto de conservar una ingente documentación, buena parte de la cual forma hoy el Archivo Ramos, integrado en el Archivo Municipal de Antequera.

Precisamente, uno de los documentos familiares que localizó fue una carta de Enrique Ramos Marín, entonces un niño, fechada en 1853. «Se la mandó a su abuelo que vivía en la calle Bilbao de Antequera. Eso me dio pie a pensar que quizás tuvo que haber algún origen antequerano y a partir de ahí fui tirando del hilo», detalla.

Las investigaciones de la profesora, que expuso en enero en la jornada interacadémica, han sacado a la luz la trayectoria vital y profesional de su bisabuelo.

Enrique Ramos Marín, descendiente de antequeranos instalados en Málaga hacia 1840, nació en la calle Montaño en 1847.

Se sabe que estudió en el Instituto Gaona y luego marchó cuatro años a Granada a estudiar Derecho, que concluyó en Madrid. Abrió su propio bufete en el 71 en la mencionada Madre de Dios, 40, una casa de la familia, del siglo XVIII, que en 1912 amplió y reformó por completo al unirla con el número 42, gracias a un proyecto del arquitecto Ramón Viñolas.

Gobernador de Cáceres

Tuvo el abogado una vida política muy corta. Republicano convencido, la inició siendo un veinteañero en la fugaz I República. Así, fue diputado provincial por Alozaina y se presentó a las Cortes por el distrito de Archidona, pero en plenas elecciones -que duraban cuatro días- retiró la candidatura. «Hay un texto de él durísimo en el que dice que tiene un concepto de la República que no coincide con unos hechos que no especifica», aclara Encarnación Serrano Ramos.

Además, en agosto de 1873 el presidente Nicolás Salmerón lo nombra gobernador civil de Cáceres, un cargo del que cesa en 1874, después del golpe de Estado del general Pavía.

«Tras abandonar la vida política se centra en su bufete, en la vida local de Málaga y en la familia, los tres pilares de su trayectoria», resume su bisnieta.

Con respecto a la familia, se casó con Sofía Barroeta Jiménez, que falleció en 1876 a los 26 años. La pareja no tuvo descendencia y como el abogado consta en un listado de 1875 como soltero, debió de ser un matrimonio muy breve.

En ese año 1876, Enrique Ramos Marín es secretario del Colegio de Abogados de Málaga, que celebra su primer centenario. Por cierto que en el cambio de siglo, de 1899 a 1903, será nombrado decano de esta institución.

Después de la muerte de su primera mujer, en 1879, contrae matrimonio con Carmen Puente Mendigorri con la que tendrá tres hijos: Carmen, Encarnación y Enrique Ramos Puente, que seguirá sus pasos y se convertirá en un brillante abogado, además de en decano del Colegio entre 1956 y 1962.

Fernando Orellana Ramos recuerda que su bisabuelo ocupó cargos de responsabilidad en consejos de administración de empresas como la Minero-Metalúrgica y a comienzos de siglo, en 1902, era el presidente de la junta de propietarios del Teatro Cervantes, en los tiempos en que estaba al frente del Colegio de Abogados. De hecho, la familia Ramos conservó mucho después de su muerte varios palcos del teatro.

Persona muy implicada en la marcha de la ciudad, intervino en la llegada de las aguas de Torremolinos y con respecto a la gestación del Parque su bisnieto recuerda que consiguió plantas del jardín botánico de París y también las encargaba de ultramar. «Las plantas le costaron su dinero, porque no sólo se volcaba con el Parque, era frecuente que ayudara a personas de forma desinteresada», explica.

El recuerdo de este benefactor de Málaga, fallecido hace un siglo, ha sido ahora rescatado gracias a las dos academias y a su bisnieta. Para Fernando Orellana, la figura de Enrique Ramos Marín todavía puede servir de ejemplo por su vocación de servicio a los demás «de forma desinteresada».

La calle Ramos Marín, no parece casualidad, está muy cerca del que fuera su despacho y casa familiar -siempre con plantas- y enfrente del Cervantes.