Los aficionados a los documentales de la 2 y a los viajes con muchas dosis de aventura coincidirán en que una de las tierras más desconocidas y, por tanto, misteriosas para los españolitos es Papúa Nueva Guinea.

Como sabrán, la isla debe su segunda parte (Nueva Guinea) a la expedición del malagueño Ruy López de Villalobos, porque el color de piel y el pelo ensortijado de sus habitantes les recordaba a los expedicionarios españoles a los naturales de la Guinea africana.

Sin embargo, en estos tiempos de pandemia, cuando los aeropuertos son páramos acristalados y los viajes de larga duración un riesgo, la imperiosa necesidad de conocer tribus desconocidas donde se perdió Tarzán se puede compensar no solo con documentales, también entrando en contacto con nuestros autóctonos asalvajados, que nos quedan más cerca.

Se trata de un pequeño pero brioso colectivo que pese a haber disfrutado, como mínimo, de educación gratuita, parece querer emular, sólo de forma caricaturesca, a los dignos indígenas de tierras remotas que no han entrado en contacto con la civilización occidental.

Tenemos un buen ejemplo en la plaza del Patrocinio, recientemente reurbanizada con gran éxito con el dinero de todos los malagueños. Allí, uno o varios individuos asalvajados se han hecho esta misma semana con una pieza muy modesta pero llena de significación del Patrimonio de Málaga.

Se trata de uno de los dos grifos de bronce de la fuente del Tempus Fugit, realizada en 1849, que preside la plaza y que ha pasado a las manos de uno o varios de estos especímenes. Lo consiguieron, por supuesto, por medio de una extracción absolutamente cazurra, a martillazo o cincelazo limpio, con la finalidad de trincar el botín, lo que ha dejado roturas en el mármol.

El grifo de bronce, por cierto, era una pequeña obra de arte, una pieza que estaba rematada por un par de alas, a juego con el reloj de sol alado de hierro fundido que corona la fuente, metáfora artística del tiempo que vuela, el tempus fugit.

Los grifos originales se habían perdido hacía mucho tiempo, pero en 2015, informan fuentes municipales, Quibla Restaura propuso recuperarlos a imitación de piezas de la época.

La falta de los grifos originales se explica porque la fuente pasó, como el resto de la plaza, por un largo calvario antes de su reciente recuperación.

Como recordarán, este espacio de entrada al Cementerio de San Miguel era un erial que se utilizaba como aparcamiento, y el vaso de la fuente, el lugar ideal para depositar basuras varias y hasta piezas de coches.

La fuente se salvó pero como hay tanto salvaje suelto, quizás haya que pensar en colocar, ya no un grifo de cobre sino una copia de resina para evitar las malas mañas de una tribu occidental por civilizar.