El antiguo Convento de la Trinidad se ha convertido, a fin de cuentas, en una carta a los Reyes Magos de nuestros cargos públicos más contumaces, esos a los que para que se incorporen a una empresa privada, opositen o conozcan por vez primera lo que es trabajar por cuenta propia hay que echarles agua caliente, pues antes se convertirán en estatuas de sal que dejarán de estar 'a disposición del partido'.

La carta a los Reyes Magos de este tipo de políticos ha permitido que el convento acoja, en forma de inconsistentes ruedas de prensa, todo tipo de anuncios, ninguno de ellos materializado hasta la fecha.

Quizás, el mejor de todos haya sido el Parque de los Cuentos, a fin de cuentas una trola hermosamente elaborada, pues fue divulgada, faltaría más, por cuentistas profesionales.

Al paralizado convento trinitario le haría falta una 'perfomance' reivindicativa que denunciara su lentísima recuperación, similar en velocidad a la de la formación de las montañas. Mientras otros espacios de Málaga han sido recuperados en un tercio del tiempo, con el antiguo cuartel todo se dilata, mientras el barrio aguarda, resignado, a que una década de estas se convierta en un revulsivo.

Esa actuación reivindicativa podría tener como eje una figura que está tan presente en el paisaje malaguita como el toro de Osborne en el horizonte español. Nos referimos a los carteles informativos de obras públicas que las administraciones abandonan a su suerte una vez concluidas estas.

Los carteles huérfanos terminan dejando constancia de hechos acaecidos muchas legislaturas atrás y se convierten en decadentes fósiles administrativos.

Uno de ellos lo tenemos a gran tamaño en el convento trinitario, asomado a la calle Martínez de la Rosa. Nos informa de las obras de consolidación en este BIC.

El cartel pronto será un recuerdo. Finalizadas las obras, el sol lo está cuarteando y pronto serán ilegibles tanto las letras como los logos de la Junta de Andalucía, el Gobierno de España y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

Merecía el olvidado convento reunir en su explanada exterior los carteles de administraciones de todo pelaje ideológico que han sido abandonados a su suerte en el paisaje de Málaga, en un rasgo de eficacia administrativa que ríase usted de Finlandia o Alemania.

De este modo, con la exhibición en el corazón del barrio de tanto cartel ajado, repleto de pomposos logos desvaídos, los vecinos podrían denunciar la conversión del convento en un cementerio administrativo.

Cuestión aparte sería reunir todos esos carteles, permisos de traslado por delante, un trabajo burocrático del que hasta Hércules desistiría. Pero este año se cumplen 40 desde que el convento fue declarado Bien de Interés Cultural y algo hay que hacer para recuperarlo de una vez.