Cuando el 14 de marzo se declaró el estado de alarma en todo el país, un miedo inefable se cernió bajo aquellos techos en los que sus moradores, mujeres y menores, compartían existencia con un maltratador. El confinamiento fulminó la vida social, las citas a las que acudir, los trabajos que cumplir... engulló cualquier excusa para salir de casa o bien, para disfrutar de la propia soledad.

Prórroga tras prórroga, la situación llegó a hacerse insostenible, especialmente allí donde vivían menores, los mismos que ya no iban al colegio y que dejaban de ser ajenos a la situación de violencia de género que se vivía en casa.

«Se han encontrado no solamente con su pareja en casa sino también con sus hijos. En situaciones anteriores a lo mejor podían, digamos, ocultarlo. Ahora eran más visibles. Si los niños iban al colegio o tenían otras actividades, ahora llegaban a verlo», explica Estela Rico, trabajadora social de la Fundación Ana Bella, una red de mujeres supervivientes a la violencia de género que mantuvo su apoyo psicológico y económico durante los meses más duros de la pandemia.

«Si esa persona iba a trabajar seis, ocho horas... aunque la presión es constante, si no está en casa, era un momento de tranquilidad. Ahora 24 horas juntos, imagínate cuando hay una situación de maltrato», recalca Estela. Por ello, mientras todo el país coreaba el famoso «quédate en casa», la Fundación Ana Bella pedía lo contrario a las mujeres que tenían un maltratador en casa. «No te quedes en casa». Muchas tomaron la decisión, ya que como explica esta trabajadora social, la gravedad de la violencia que sufrían entre cuatro paredes les hizo plantearse: «O es ahora o pierdo la vida».

Entre esos meses, marzo y abril, el 016, el teléfono de atención a víctimas de violencia de género, vio como se incrementaban las llamadas en la provincia, según la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género. Y siguen aumentando. En lo que va de pandemia, las llamadas han crecido cerca de un 46%, son 1.966 frente a las 1.347 de 2019.

Pero hacer la maleta y pedir auxilio con un país paralizado, las calles desiertas y la amenaza de un virus desconocido era un trago demasiado amargo, demasiado incierto y, en los primeros días, estas supervivientes decidieron aguardar. «Las dos primeras semanas y las dos siguientes del confinamiento total, cuando se paró el país por completo, hubo una caída importante en los ingresos porque no veían posibilidad de salir de ahí», recuerda Alberto Arnaldo, gerente de Agise y responsable de los centros de acogida en Andalucía.

Inmediatamente se establecieron protocolos de actuación, se declaró actividad esencial y comenzaron las campañas para asegurar a las mujeres maltratadas que la posibilidad de escapar y pedir ayuda seguía funcionando al 100%, sin excepciones. De hecho, las 680 farmacias malagueñas se llenaron de reclamos con un código en clave. Cuando una mujer solicitase la «mascarilla 19», los farmacéuticos llamarían al 112, activando la alerta, una iniciativa que nació de un acuerdo entre el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM) y el Consejo Andaluz de Colegios Oficiales de Farmacéuticos.

Servicios de acogida

Los meses de confinamiento concentraron el 43% de los acogimientos en centros de acogida para mujeres maltratadas, según el centro provincial del IAM en Málaga. Aunque la dificultad no residió en el aforo, que nunca faltó-ni falta- a pesar de la urgencia, sino en tratar de dar consuelo a una mujer maltratada y vulnerada hasta el extremo con mascarilla, guantes y a un metro y medio de distancia.

«Cuando lo que necesita una persona que ha sido agredida y está sufriendo es el contacto, el Covid obliga a poner distancia», relata con frustración Alberto Arnaldo. Además, debido a la pandemia, después de que la mujer accediera a los servicios de acogida a través del 900 200 999, el primer nivel de intervención de emergencia, donde actúa Policía Nacional, Guardia Civil y policía autonómica, debía aguardar durante 14 días siendo asintomática para efectuar el traslado a una casa de acogida fuera de la provincia, si finalmente se optaba por esa vía.

No obstante, con las restricciones a la movilidad y la caída en la afluencia del transporte público, los traslados de las víctimas de violencia de género y sus hijos se hacían especialmente complicados. Como solución, según explica el responsable del servicio de acogida andaluz, el Instituto Andaluz de la Mujer dio instrucciones precisas para que los coches oficiales de las delegadas y delegadas de la Junta de Andalucía se encargasen de llevar a las mujeres al centro de acogida que se le hubiese asignado en otra provincia, evitando también el contagio.

«Hemos hecho más de 50 traslados de mujeres y menores en coches oficiales de la Junta porque no había ni trenes ni autobuses, no había ningún medio de transporte público», añade Alberto.

En el caso de Málaga, la ocupación en los recursos de acogida oscila entre el 65% y el 75%, aunque el IAM asegura que no hay falta de espacio alguna. Hasta el 30 de septiembre, han atendido a 130 mujeres y 126 menores. Desde que irrumpió la crisis sanitaria, el centro de acogida de Málaga estableció protocolos de higiene, turnos para la atención a las usuarias... Según la directora del centro de acogida en Málaga, Ana García, no han habido contagios.

¡Pide ayuda!

Pese a la pandemia, los aforos o el incremento en el número de llamadas al 016, al 900 200 999 o a entidades como la Fundación Ana Bella (667 233 133), los servicios de acogida y apoyo subrayan su capacidad para seguir acogiendo a mujeres víctimas del maltrato.

El responsable de los centros de acogida en Andalucía, Alberto Arnaldo, recalca que toda la red de recursos está abierta, disponible y funcionando las 24 horas del día, los 365 días del año y garantizan una «respuesta inmediata» a todas las mujeres que lo necesiten, de cualquier pueblo de Málaga. «Nadie tiene que permanecer en una situación de violencia pensando que no hay alternativa, la hay; de la violencia machista se sale».