Estos días vuelve la cíclica polémica sobre qué piezas arqueológicas deben exponerse en un museo, al hilo del deseo de las autoridades de Baza de que la Dama de Baza (Jaén) vuelva al sitio donde fue localizada a comienzos de los 70.

Si así se hiciera, serían legión los pueblos, pedanías y ciudades españolas que reclamaran la devolución de sus piezas, lo que supondría desmantelar el Museo Arqueológico Nacional y dejarlo en un irrelevante museo de lo localizado en Madrid.

Una política tan irracionalmente localista, ojo, también obligaría al Museo de Málaga a devolver las piezas que no pertenecieran al término municipal, con lo que tendríamos por toda España una miríada de museos arqueológicos de escaso interés.

Al hilo de esto, ni que decir tiene que, a juicio del firmante, la Lex Flavia Malacitana, por su importancia internacional, debe permanecer en el Arqueológico Nacional de Madrid; otra cosa es que se pueda ceder temporalmente a Málaga, algo que, como hemos comprobado hace dos años con la negativa del Gobierno central, tampoco es fácil de conseguir, pues la seguridad de las piezas es lo primero. Habrá que seguir insistiendo y dar garantías.

Como saben, las tablas de bronce de la Lex Flavia Malacitana y la Lex Salpensana estuvieron a punto de irse al carajo -con perdón- si Jorge Loring y Amalia Heredia no evitan a tiempo que fueran vendidas a una fundición. Fueron localizadas por unos trabajadores en 1851 en El Ejido, poco sabedores de su relevancia.

Como recuerdo de estas tablas salvadas 'in extremis' y que agitaron el mundo académico de su tiempo, en El Ejido contamos con el Colegio Lex Flavia Malacitana.

A los pies del colegio, por cierto, se extiende la bonita y moderna plaza Lex Flavia Malacitana, con una llamativa inclinación que parece evocar la colina de El Ejido. En ella encontramos un grupo de ficus de porte respetable que dan sombra a una parte considerable de la plaza.

Muy llamativa también es la fuente, inspirada en la Barcelona de Gaudí, con mosaicos de colores rojos, blancos y azules.

La promoción de viviendas que la acoge forma además una media elipse que abraza este espacio que habría encandilado a los romanos de tiempos de Domiciano pero también de Miguel Ángel.

Lo que a los romanos les habría parecido inexplicable e incluso absurdo es un santo y seña del urbanismo malaguita: una serpenteante pérgola azul en cuyo techo se tuesta un enrejado metálico sin nada que sustentar.

La pérgola, que no sostiene ninguna parra, ni siquiera una buganvilla, es un mobiliario urbano fallido que en los días de calor deja pasar los rayos de sol sin apenas tamiz.

La pérgola se usa para encestar en el techo piedras y botellas. En las tablas legislativas localizadas en El Ejido y expuestas en el Museo Arqueológico Nacional no consta la reglamentación de un deporte tan cazurro.