La aparición de la pandemia de coronavirus ha propiciado que miles de españoles empleen, a la hora de examinar las cifras de contagiados, las mismas técnicas de análisis que los que desmenuzan la jornada electoral, una vez conocidos los resultados, claro.

De esta forma, igual que una subida o bajada en escaños los expertos la atribuyen a supuestos castigos, presuntos premios o a trasvases de los votantes que horas antes eran incapaces de predecir, el errático vaivén de cifras de casos positivos en España puede achacarse, siempre a posteriori, a los hechos más dispares, ya sean las buenas o bajas temperaturas del lugar, al carácter más o menos sociable de los lugareños o a la presencia de más personas que en la guerra en un entierro, manifestación o despedida de soltero.

Lo curioso es que, comunidades autónomas que hace unas semanas eran ejemplo señero de cómo controlar el virus, hoy muestran cifras de contagiados como las de cualquiera y su prestigio se arrastra por el fango, una prueba más de que ante este ignoto virus, en líneas generales nadie sabe un pimiento, pues el saber se adquiere día a día y a veces ni eso.

Pese a la nebulosa realidad, entre la bruma se abren huecos por los que aventuramos, por ejemplo, que más arriesgado es estar en un sitio cerrado con mascarilla que con idéntico cubrebocas (y narices) de excursión por el Parque de Málaga.

En escena han entrado los aerosoles, un mundo de micropartículas que expelemos al hablar y respirar, más peligrosos que Putin invitándote a café.

Su 'aparición' nos ha obligado a airear las casas con determinación, como antiguamente se hacía en los pueblos andaluces los sábados por la mañana. Por cierto, esta era una secular manera de demostrar que se era cristiano viejo o al menos converso fetén y que no se respetaba el 'sabbat' de los judíos'.

A efectos únicamente higiénicos y no para exhibir pureza de sangre, estos días de finales de octubre asistimos al espectáculo poco común de edificios públicos con las ventanas abiertas de par de par, como si estuviéramos en lo más tórrido del verano y con el aire acondicionado roto.

Uno de estos edificios es el Conservatorio Superior de Música, en El Ejido, con absolutamente todas sus ventanas, y las tiene por decenas, abiertas.

Servidor ignora si es una costumbre inveterada, para acostumbrar a los artistas a la intemperie de la vida, o si este airear la casa está conectada con el evitar los dichosos aerosoles.

Sea como sea, es un feliz espectáculo, porque de las decenas de ventanas salen los sonidos más hermosos. Futuros pianistas, violonchelistas, violinistas, arpistas... dejan escapar lsus sones. El pasado lunes, sobre las 6 de la tarde, por una de las ventanas salían los compases de uno de los Conciertos de Brandemburgo de Bach. Con tanto coche con el reguetón a todo meter, fue una auténtico regalo de los cielos. Incluso en pandemia, o como aventuraría un experto, a causa de ella.