Antonio Redoli Herranz no sólo perdió un hijo durante la Guerra Civil, una vez finalizada se le impuso una durísima condena y conoció la cárcel, además de una suerte de muerte civil, pese a su ejemplar comportamiento humanitario durante la contienda, pues llegó a salvar la vida de un hermano del general Queipo de Llano y su familia, que vivían en Málaga.

Su nieto, el catedrático de Filología Francesa de la UMA Ricardo Redoli, recuerda la vida de su abuelo, tras reunir con la ayuda de su hija Laura la documentación sobre su condena y estancia en varias prisiones de España.

Antonio Redoli nació en Segovia en 1882, su familia entroncaba con unos artistas italianos que acompañaron a España al rey Amadeo de Saboya.

Estudió Magisterio pero como recuerda su nieto, «no llegó a ejercer porque tenía mucho genio para ser maestro». En el año de la Guerra de Cuba entró a trabajar en una papelera de Segovia y en 1904 contrajo matrimonio con Sofía Bueno, con quien se marchó a vivir a Madrid, donde un tío de su mujer le consiguió trabajo en la azucarera de La Poveda, cerca de la capital. «Trabajó de tenedor de libros, era el que llevaba las cuentas; hoy sería el administrador o el gerente», aclara su nieto.

La pareja, que tuvo 11 hijos, alentada por el tío de su mujer, marchó a Chile, seguramente para que Antonio Redoli le llevara unos negocios al tío político, aunque en ese periodo, de 1907 a 1911, también regentó «una mercería de la época, que vendía de todo», en Santiago de Chile.

Al regreso siguió trabajando en azucareras de Madrid y Segovia y hacia 1930 fue destinado a la Azucarera Hispania de Málaga.

«Vivía en una especie de aldea al lado de la fábrica, un conjunto de casas para directivos», recuerda su nieto.

Antonio Redoli era militante del PSOE y con el estallido de la Guerra Civil, siendo ya subdirector de la fábrica, tras producirse un bombardeo de los nacionales fue testigo de cómo se formaba un grupo de piquetes con el fin de tomar represalias por la acción.

«Como el médico de la Azucarera era Alfonso Queipo de Llano, hermano del general, decidieron ir a por él», destaca el catedrático.

Su abuelo, nada más conocer la noticia, llamó al Sanatorio Marítimo de Torremolinos, donde trabajaba el médico, y le advirtió de que iban a por él para matarle, lo que hizo posible que el hermano de Gonzalo Queipo de Llano pudiera escapar en coche con su familia.

Con la toma de Málaga por las tropas de Franco, las tornas se cambiaron y Antonio Redoli fue enviado a la Prisión Provincial y enjuiciado. Durante el juicio se vertieron graves acusaciones contra él que negó con rotundidad. «Tres señores le acusaron de haber formado parte en la muerte de Domingo Lozano, el jefe provincial de Falange que fue sacado de prisión ,donde se encontraba, y apareció en una cuneta», resume su nieto.

En su contra jugaron su militancia socialista pero también dos detalles como que, durante los meses de la guerra, ante los robos de caña de azúcar «y a efecto intimidatorio, no para matar a nadie» -precisa su nieto- llevara una pistola, así como el hecho de que luciera una medalla de Azaña.

El asunto del asesinato fue sobreseído ante la falta absoluta de pruebas pero el resto de 'evidencias' le supusieron una condena a cadena perpetua por rebelión militar.

En concreto, fue condenado a «29 años y 365 días», destaca Ricardo Redoli. Mientras tanto, los Queipo de Llano regresaron a Málaga, por eso el catedrático de la UMA está convencido de que tanto su abuela Sofía Bueno, la mujer del condenado, como su tía Encarna Redoli, hija de la pareja, hicieron lo indecible para que a Antonio Redoli se le levantara un castigo tan injusto. «Es el momento en el que los Queipo de Llano influyen», comenta.

Finalmente, le conceden la libertad condicional en julio de 1941, tras cuatro años de cárcel que cumplió en las prisiones de Málaga -donde apenas estuvo un mes- el Puerto de Santa María y Sevilla.

Durante esos años, su mujer y su hija vivieron en la Calzada de la Trinidad y salieron adelante «cosiendo ropa para el ejército de Franco».

La libertad condicional del antiguo subdirector de la Azucarera llevó aparejada la prohibición de vivir a menos de 250 kilómetros de Málaga, así que tuvo que marchar a un pueblo de Madrid, hasta que en 1944 «le levantan la condicional y vuelve a Málaga».

La depuración profesional, sin embargo, hizo su efecto y Antonio Redoli no pudo volver a su puesto de trabajo. De hecho, comenzó a colaborar en la tienda-bar-pescadería que uno de sus hijos abrió en la calle Carril.

«Pero él no contaba en ese comercio para nada oficial», comenta el nieto. De hecho, cuando el hijo de Antonio Redoli dejó el negocio porque marchó a Chile, «dejó un escrito en el que legaba la tienda a su madre y en su defecto a su hermana». El antiguo directivo no tuvo negocios a su nombre.

La paradoja es que hacia 1953, ya con más de 70 años, se tropezó con el director de la Azucarera, con quien trabajó antes de la Guerra, y le ofreció volver a la fábrica para seguir trabajando en su puesto.

Los tiempos habían cambiado y como recuerda su nieto, «hasta cerca de 1960 estuvo yendo a la Azucarera todos los días. Cogía el autobús en calle Cuarteles».

De esa segunda etapa su nieto, que hoy tiene 75 años, recuerda la visita a la fábrica con su abuelo e incluso ir a pescar con él al río Guadalhorce.

Antonio Redoli Hernánz falleció en Málaga en 1969 y fue enterrado en el Cementerio de San Miguel. Su nieto Ricardo destaca que nunca le oyó hablar de política. «Sólo escuchaba Radio Pirenaica», comenta, y a la hora del almuerzo, cuando escuchaba el parte de las 2.30, solía replicar las noticias oficiales con un 'mentira', aunque luego le pedía a su nieto prudencia: «Ricardín no digas nada».

La azarosa vida de este segoviano afincado en Málaga marcó además los destinos de su hijo Enrique, el padre del catedrático Ricardo Redoli: «Mi padre había sido teniente de la República y en la depuración le echaron 13 años de mili donde quisiera escoger; mi padre escogió Sevilla porque por entonces estaba su padre Antonio allí en la cárcel y fue en Sevilla donde conoció a mi madre, que era sevillana».

El propio Enrique Redoli protagonizó en 1957 una emotiva anécdota: Tuvo un accidente de moto, se fracturó una pierna, fue al traumatólogo, y se trataba del mismísimo Alfonso Queipo de Llano. El médico le preguntó si tenía algo que ver con un señor llamado Antoni Redoli, Enrique le contestó que era su padre y entonces el médico le dijo: «Pues sepa usted que su padre es una persona honrada por mi familia porque nos salvó la vida».

Antonio Redoli Herránz, un hombre ejemplar que pagó el duro peaje de militar en el bando perdedor de la guerra.