Claveles blancos, rosas rojas, margaritas, gladíolos, crisantemos... Miles de flores han inundado hoy hasta el último recoveco de los camposantos de la ciudad. Y es que si hay algo que no cambia, a pesar de todo, es la tradición del día de Todos los Santos. Como cada 1 de noviembre, miles de familias han rendido homenaje a sus difuntos en una jornada en la que los protagonistas han sido los que ya se fueron, aunque nunca lo hagan del todo.

Plantando cara a lo atípico de la situación, y como la costumbre manda, desde primera hora de la mañana los cementerios han comenzado a recibir la visita de familiares. El de San Juan , sin embargo, suma una gran ausencia, la de Mari Trini García y su puesto de flores. Después de más de tres décadas a las puertas de este camposanto, repartiendo flores para que aquellos que se niegan a olvidar, ver su puesto cerrado un día como el de hoy emborrona un paisaje ya consolidado en la barriada.

Pese a ello, al cementerio de San Juan han llegado las flores. «Un día sin reír es un día perdido», resulta prácticamente imposible no sonreírle a la fotografía y a la inscripción que acompañan la tumba de Jesús López Santos, el que fuera dueño del mítico Pimpi Florida. O no emocionarse al pasear entre los cipreses que custodian el camposanto y encontrar una barra de labios, un juguete o una pulsera velando las tumbas. Promesas en forma de leyenda a los pies de las lápidas: «Seguiréis vivos hasta que la última estrella del ciego caiga».

El día de Todos los Santos es, cuanto menos, especial. En él se dan costumbres tan dispares como personas hay en el mundo. Se da cita la contraposición entre los que viven esta jornada con melancolía y añoranza y los que lo hacen con la alegría de visitar y homenajear a sus familiares. Los recuerdos y el cariño como nexo de unión. Así, el cementerio de El Palo se ha convertido hoy en el escenario de lágrimas derramadas y de suspiros que enmascaran la nostalgia. Pero también de la mano amiga que ofrece apoyo y de la sonrisa que consuela.

«Deberíamos haber traído más flores», le confiesa una mujer a su padre, mientras -subida en una alta escalera de metal- cambia las flores de dos nichos. El 1 de noviembre es un día para recordar y acompañar a los difuntos pero también para aderezar y decorar el lugar en el que descansan. Así, a la estampa se le une el trajín de esponjas, trapos y jabón para limpiar las lápidas y los jarrones que las acompañan.

Más familiar es la escena en el cementerio de San Gabriel, Parcemasa. Este camposanto se ha llenado durante este mañana de un gran número de personas que paseaban por sus largos caminos para visitar las tumbas de sus difuntos. El colorido de las flores nuevas inundaba un paisaje que ha fundido la alegría de familias enteras que pasaban el domingo recordando a sus allegados con la tristeza de quienes los lloraban en las salas contiguas.

La larga hilera de coches que descansaban a los costados de la carretera que sube y recorre San Gabriel hacía denotar que la afluencia de personas en este atípico 1 de noviembre no se ha visto mermada por la crisis sanitaria de Covid-19. No obstante, según informa Jorge Serra -director del Cementerio Histórico de San Miguel- en la jornada de hoy sí se ha observado una disminución en el número de familiares que han acudido a los distintos cementerios de la ciudad. «Parece que la gente ha sido muy previsora y ha espaciado las visitas a los camposantos, tal y como se les recomendó», explica Serra.

Una jornada atípica

«Espera, que se me empañan las gafas y no veo». Difícil resulta averiguar si son lágrimas lo que empañan las lentes o si, por el contrario, es todo cosa de las mascarillas. Las medidas de seguridad han sido las grandes protagonistas de uno de los días de Todos los Santos más inusuales que se puedan recordar. Si bien no ha habido control de temperatura a la entrada, el uso de gel hidroalcohólico y mascarillas han sido un requisito indispensable para acceder al camposanto.

El cementerio en el que descansan miembros de familias malagueñas tan importantes como los Gálvez o los Heredia ha sido uno de los que más ha tenido que reinventarse en el día de hoy. El camposanto de San Miguel ha modificado sus actividades para conseguir pasar una jornada de lo más parecida a las anteriores. Así, la tradicional misa de difuntos ha tenido lugar al aire libre, en lugar de en su recién restaurada capilla. «Hemos tenido muy buena afluencia, en torno a unas 100 personas más o menos, lo que habíamos previsto para garantizar la seguridad de los asistentes», relata Jorge Serra.

La ceremonia ha sido oficiada por Francisco Orioles y los asistentes se han dispuesto en varias filas de sillas de madera, separadas entre sí, que en esta jornada han formado parte del paisaje de este histórico cementerio. A pesar de las precauciones y medidas de seguridad adoptadas, algunos familiares afirmaban no sentirse seguros acudiendo a esta misa, por lo que se han limitado a visitar a sus seres queridos.

No cabe duda de que el de hoy será recordado como un día de Todos los Santos de lo más singular. No ya por las extraordinarias circunstancias en las que está teniendo lugar sino por la capacidad de solventar las adversidades. Demostrando así que el cariño y el recuerdo de nuestros difuntos es mucho más grande y que sí, hoy ha habido flores para ellos, a pesar de todo.