Aunque ha sido de lo más abrupto y violento, lo sucedido esta semana en el Parlamento de Andalucía no resulta sorprendente. La izquierda andaluza lleva meses derramando, sobre el manchado tapiz de la política, la sangre de un drama lorquiano, la frialdad de una vendetta italiana y el censurable impulso de una reyerta callejera. Las puñaladas se habían puesto a la orden del día y el ajuste de cuentas estaba servido desde que el afilador se acercó con su motocicleta a la carretera de Carmona, cuando supuestamente el espíritu del homenaje a Blas Infante iba a servir de acicate para encontrarle una solución al polvorín cainita de Adelante Andalucía. Lo demás, ya se sabe. La lógica apuntaba a que el entendimiento era una utopía. Que si lo que habían acordado para la confluencia electoral había saltado en cuestión de meses por los aires, ahora no iban a dar precisamente ejemplo. Que cuando la sangre ideológica presume de roja siempre termina llegando al río.

Y no menos lamentables han sido las formas usadas, por unos y por otros, al principio y al final. Comenzando por la actitud que alimentó el órdago lanzado por Teresa Rodríguez y sus afines. Aquel vídeo en el que ella y Pablo Iglesias anunciaban la ruptura de forma aparentemente civilizada olía a pantomima. A teatro barato. No se trataba de un cisma leve en el maltrecho corazón andaluz de Podemos. Solo había que mirar al rostro del ahora vicepresidente y ministro consorte del Gobierno de España. Como dirían los más sarcásticos, Iglesias aparecía «con peor cara que los pollos del Pryca».

Con el control del grupo parlamentario andaluz como principal e indiscutible arma, los 'teresistas' de Anticapitalistas hicieron del ataque su mejor defensa. Y se equivocaron. Salieron en tromba y, de forma descarada, se apropiaron de la marca Adelante Andalucía, antes incluso de haber puesto en marcha «el nuevo sujeto político andaluz» que prometieron cuando abandonaron la disciplina morada. Encendieron la mecha del enfrentamiento y, desde entonces, Izquierda Unida y Podemos han estado esperando el momento para hacer el alarde de poder y bambalinas que propiciase el jaque mate.

Sobre todo, Izquierda Unida. A la coalición de Toni Valero, Inmaculada Nieto, Guzmán Ahumada y compañía parece haberle hecho ilusión el rol de brazo ejecutor que la ha llevado a lavarle a Podemos sus propios trapos sucios. Unos y otros, rojos y morados, han ido de la mano hasta tal punto de que los 'teresistas' han sentido que les estaban dando la razón y preparando el terreno para hacer una Unidas Podemos a la andaluza que gobernara en un futuro con el PSOE, como ahora están haciendo a nivel nacional. Y, a su vez, a los seguidores de Rodríguez se les ha colgado un sambenito radical, similar al de la CUP catalana, que ellos ni aceptan ni rechazan.

Es, precisamente, este contexto el que explica el guiño del PSOE -agradecido por los servicios que Podemos e IU le prestan al Gobierno central de la coalición progresista- para facilitar la expulsión de los ocho parlamentarios de Anticapitalistas del grupo de Adelante Andalucía. Con lo que eso conlleva en términos de financiación y representatividad. Un disparo a toda la línea de flotación 'teresista' que ha encontrado complicidad hasta en el PP y Vox, que no han temblado a la hora de sumarse a la fiesta. Ciudadanos, en cambio, ha optado por una abstención prudente que huye del empujón apresurado y apela a la ausencia de informes jurídicos que sirve la sombra de la duda sobre la drástica medida propuesta por IU que ha aprobado el Parlamento.

Aquí no termina la guerra. Basta con refrescar el 'tuit' que Teresa Rodríguez escribió en caliente: «PSOE, PP y Vox aprueban a propuesta de IU mi expulsión y la de mis compañeros del grupo parlamentario durante mi permiso de maternidad. Tanto tocar las narices con las dietas y las bajadas de sueldo los ha puesto de acuerdo en algo: me odian. Es un atropello jurídico. Recurriremos».