Antonio Molina García ha terminado recientemente el Máster en Análisis Económico y Empresarial de la Universidad de Málaga (UMA) y ahora lo que quiere es optar al Doctorado. Posee becas en investigación vinculadas al departamento de Finanzas y Contabilidad. El joven comenzó con ellos gracias a una beca de iniciación a la investigación proporcionada por la misma entidad. Más tarde, se unió con la beca de colaboración del Ministerio. La duración total de estas becas ha sido de dos años. Actualmente, Antonio Molina está a la espera de obtener una de las becas más potentes de España en investigación: Formación de Profesorado Universitario (FPU). Es muy compleja de conseguir debido a que realmente no son becas sino contratos, y solo hacen 850 en toda la nación.

«Cualquier estudiante de cualquier universidad puede conseguir el objetivo que se proponga», subraya Antonio. La meta de este joven de 23 años no es ni más ni menos que apoyar y animar a los jóvenes a que no se sientan inferiores, en especial, de cara al mercado laboral. Antonio quiere que dejen un buen nombre en sus universidades «esforzándose diariamente». Es habitual encontrar a alumnos que por el hecho de pertenecer a una universidad pública no se sientan tan orgullosos como si estudiaran en otra universidad de sobrenombre. Sin embargo, Antonio quiere desmontar ese estigma social, «estudies donde estudies puedes competir con cualquier persona». Pone el ejemplo de que él, que está en una universidad pública -la UMA- ha conseguido obtener una de las mejores posiciones en el Ranking de 60 elegidos como mejores graduados de ADE en España.

Este joven quiere también motivar a que las personas con discapacidad estudien y que esta condición no sea una limitación para formar parte de la comunidad universitaria. «En mi caso personal, con 14 años tuve un sarcoma de Ewing. Estuve un año con quimioterapia y logre vencerlo. Sin embargo, tuvimos la mala suerte de que en la operación sufrí un infarto medular y me quedé en silla de ruedas», explica.

Molina ha estado en contacto con mucha gente con discapacidad y siempre se ha fijado en que estas personas perdían la ilusión en estudiar y trabajar. «Cuando les pregunto que porqué no estudian siempre me responde que quizás la universidad no está adaptada para ellos». Bajo su experiencia, los estudios le mantenían la cabeza ocupada y veía esencial mantener el contacto con sus antiguos profesores y compañeros.

«Este colectivo está muy subrepresentado y sería muy importante potenciar el sentimiento de superación», afirma Antonio Molina. Una de las iniciativas que ha llevado a cabo desde 2015 ha sido formar parte de la Asociación de Voluntarios de Oncología Infantil (AVOI). Todos los domingos iba para estar con los chicos y que se olvidaran durante ese tiempo de lo que estaban pasando. «Yo lo viví como paciente con 14 años y me di cuenta de la labor que hacen estos voluntarios. Entonces nada más cumplir los 18 empecé a ser uno de ellos», subraya Antonio. En esa etapa pudo hablar con los chicos para que continuaran los estudios y cuando salgan sigan su vida que, según él, es lo más importante.

De hecho, Antonio ha colaborado con la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC). En 2017, dio un congreso en el que debatía una propuesta metodológica educativa para adaptar los contenidos que se hacían en la clase a los alumnos con discapacidad, o con cáncer, que no podían asistir. De esta forma, se adaptan los contenidos al alumno con discapacidad y son los compañeros quienes le envían la lección al chico para hacerle partícipe desde su habitación del hospital.

El objetivo de Molina es seguir con el voluntariado y desde el punto de vista profesional le gustaría combinar esa experiencia de vida con la docencia. Él piensa que con todo su recorrido, las numerosas lecciones que le dan los chicos de la cuarta planta del Materno y el hecho de que le guste la materia, es una buena combinación para intentar ser buen profesor. «Quiero animar a los jóvenes a que ningún tipo de limitación sea la excusa para no formarse», explica.

Antonio cuenta que su época universitaria ha sido en silla de ruedas. Su experiencia desde el punto de vista de la discapacidad la califica como «rara». «Mi facultad es muy antigua y no hay muchas facilidades a nivel estructural para los discapacitados», explica. No obstante, «si el aula no es accesible para las personas con algún tipo de limitación, los profesores se vuelcan e intentan encontrar otra clase vacía», dice.

Sin embargo, Antonio subraya a este periódico que a nivel educativo, la universidad le ha aportado muchísimo y ha mejorado su seguridad personal. Por ello, recomienda que todas las personas con algún tipo de discapacidad no se sientan con inseguridad para acceder a ella.

«El profesorado y los compañeros están muy volcados y concienciados. Estoy seguro de que a cualquier persona, tenga la capacidad que tenga, y le cueste lo que le cueste, estudiar le va a dar muchísima seguridad personal y va a mejorar su autoconfianza un 50 o 60% a nivel educativo y personal».