El pasado lunes, víspera de las clases por internet de los estudiantes de la UMA, Teatinos ya empezaba a adquirir el aspecto del campus en agosto, con las avenidas sólo cruzadas de higos a brevas por algún patinete eléctrico despistado y por los autobuses de la EMT. Lo único que no cuadraba en este aparente desierto veraniego eran las camisas largas y algún abrigo.

Delante de las facultades, en lugar del trajín de entrada y salida, algún corrillo para compartir la incertidumbre del regreso a las clases online.

La soledad se trasladaba al precioso jardín botánico de la Universidad de Málaga, junto a Filosofía y Letras, en el Bulevar Louis Pasteur. Al mediodía del lunes sólo era recorrido por los jardineros y una señora con un carrito de bebé. A lo largo del año el jardín botánico no es, ni mucho menos, el metro de Tokio en hora punta, pero el lunes se presentía ya la desbandada digital.

Lo cierto es que la Universidad de Málaga tiene un estupendo jardín para pasear, disfrutar y estudiar, pero en las muchas ocasiones que el firmante lo ha frecuentado, jamás se ha encontrado con un estudiante de Botánica, cuaderno en mano, examinando el cartelito informativo de algún ejemplar. Será mala suerte.

Inaugurado en 2005, en tiempos de la rectora Adelaida de la Calle, gracias a los anhelos del profesor de Botánica de la UMA y académico de Ciencias Alfredo Asensi, el lunes evocaba un frondoso rincón del Generalife a la hora de la siesta, sazonado con plantas que los árabes de Al-Ándalus jamás contemplaron, como una fastuosa palma real cubana o la plumaria, que también es originaria de las Antillas, en concreto de Puerto Rico.

Todos los ejemplares se encuentran perfectamente clasificados, para que se pueda combinar el estudio con el paseo. Cada uno de ellos, con el cartel de rigor, aunque algunos de los que agrupan familias exhiben una desmejoría causada por el sol. Por eso, la UMA debería plantearse cambiarlos cuanto antes, pues algunos resultan difíciles de leer.

Con el acierto de combinar modernidad y clasicismo, el umbráculo, la cúpula metálica que tamiza la luz, preside el centro del jardín. Esta preciosa estructura tiene su razón de ser en mitad de la zona verde, arropada por los árboles; en nada se parece a las descarnadas pérgolas que el Ayuntamiento reparte, con bastante sadismo, por las explanadas de Málaga donde más pega el sol, a fin de que los malagueños las pasemos canutas en verano.

Entre las plantas que en otoño nos pueden alegrar la vista con colorido se encuentra el famoso aloe o diente de cocodrilo, natural de Sudáfrica, que aún mantiene el rojo intenso de sus racimos, igual que todavía sobreviven, bien es cierto que a duras penas y en una lenta despedida, las exóticas flores también rojas del tulípero del Gabón. Pinceladas de vida y color de este jardín tan bonito como insuficientemente frecuentado.