El mobiliario urbano es un concepto de ricos. Adornar las ciudades con estatuas, farolas artísticas o fuentes que no se limitaran a servir a arrieros y caminantes era inconcebible hasta hace pocos siglos.

Por eso mismo la hermosa fuente de Génova, cuando arribó a nuestra ciudad, se colocó en el sitio más importante de la ciudad, porque era ´la fuente´ y no un simple abrevadero.

Las fuentes elevadas a la categoría de elementos estéticos no se popularizaron en nuestra ciudad hasta que llegó el Acueducto de San Telmo, que permitió una distribución mucho más amplia del agua. A finales del XVIII, además, el derribo de lo que quedaba de las mal atendidas murallas musulmanas, en algunos tramos con ´butrones´ para facilitar la rápida entrada y salida de los malagueños, así como la urbanización de la playa formada delante de la Puerta del Mar hicieron posible la Alameda y con ello, la llegada de otro espacio noble en el que poder exhibir mobiliario urbano de categoría.

Entre finales del pasado siglo y el actual hemos dado un paso más en la evolución de este mobiliario, hasta el punto de darle protagonismo a elementos que, de verlos los malagueños del XIX, no podrían aguantar la risa. Hablamos, claro, del Patrimonio Industrial, de todas esas chimeneas preservadas, máquinas de vapor y viejas prensas que hoy presiden zonas ajardinadas y otros espacios públicos.

En realidad, a los malagueños del XIX les chocaría tanto como a nosotros una glorieta presidida por un Mercedes de los que usaban los toreros. Todo llegará en los próximos siglos.

Pero como hemos comentado alguna vez en esta sección, el ascenso social del Patrimonio Industrial no ha evitado que parte de él se exhiba sin ningún tipo de cartel informativo.

Y así, a la inmensa pero ´ignota´ máquina de vapor de la avenida de Andalucía hay que sumar la preciosa prensa hidráulica para el vino que escolta el antiguo edificio del Matadero, en la calle Conde del Guadalhorce.

El Ayuntamiento podría aprovechar una legislatura de estas, para agregarle un cartel, dado que el aparato nos da pistas, pues se puede leer la marca perfectamente: salió de la fundición La Esperanza, que perteneció al conocido industrial británico Ruperto Heaton. La fábrica estaba especializada en maquinaria agrícola y tenía su sede en Huelin, a la altura de la glorieta de Antonio Molina. La Esperanza funcionó desde los años 70 del XIX hasta los 60 del pasado. Qué menos que un cartelito para que nadie lo confunda con una farola del montón.