Mario Alfredo Halley (Barranquilla, Colombia, 1969) parpadeó en el radar de la Policía Nacional el pasado verano nada más llegar de Países Bajos. Sin antecedentes en España, la élite de la lucha antidroga lo consideró un objetivo de interés en cuanto puso un pie en Marbella, donde se instaló apresuradamente después del primer confinamiento. No controlar con el rabillo del ojo al que fuera uno de los intermediarios más importantes que el extinto cártel de Cali tuvo en Europa no es una opción. Sobre todo si aparece de la nada, como si huyera del demonio, para encerrarse en una lujosa casa de Guadalmina Baja, una de las urbanizaciones más exclusivas de la Costa del Sol.

Los investigadores de la Udyco Central cruzaron información con otros países y la flauta sonó en Holanda, su país de residencia y en el que tiene nacionalidad. Las autoridades neerlandesas lo buscaban por presuntamente procesar más de seis millones de euros en criptomonedas de dinero procedente del tráfico de cocaína y hace unos días fue detenido en Marbellapor blanqueo de capitales a gran escala.

El registro de Mandarina, una preciosa casa de 800 metros construidos a escasos metros del hoyo 6 del campo de golf de la urbanización, reforzó las sospechas sobre Halley, también conocido como Indiana. Los agentes encontraron en el chalé 85.000 euros en metálico, tres relojes de lujo (uno valorado de 17.000 euros y otro de 8.000), una quincena de tarjetas de crédito, algunas con acceso a cuentas de criptomoneda, y ordenadores y móviles desde los que operaba desde un búnker con jardín, piscina, gimnasio y una pista de pádel. En su residencia de Delft, a medio camino entre Róterdam y La Haya, se intervinieron 170.000 dólares de moneda virtual y varias billeteras de criptomoneda cifrada.

Perfil bajo

A pesar de estas cifras, Indiana ha llevado una vida bastante discreta durante su aventura malagueña. Nada de estridencias. Se sentía perseguido y apenas salía de la casa desde la que teletrabajaba para su empresa Criptostore. Con unos gastos fijos que oscilaban entre los 6.000 y los 9.000 euros al mes, vivía con su actual pareja y ocasionalmente le visitaban hasta cuatro de los hijos que tiene con diferentes mujeres. Su discreción no le impedía salir de vez cuando en un Audi con cuatro o cinco años de antigüedad para ir al peluquero, visitar algún local de moda o darse un homenaje en los mejores restaurantes de la zona. El estrés le llevaba a fumar marihuana de vez en cuando. Un buen nivel de vida, pero inferior al que su mujer proyectaba en Instagram antes de la pandemia con fotos de vuelos en jets privados o las vacaciones en una cabaña de las islas Maldivas construida sobre el Océano Índico.

Nada que ver con el ritmo que Mario llevaba hace casi treinta años, cuando fue detectado directamente en Europa ocupando una gran posición junto a los históricos narcotraficantes británicos Curtis Warren y Brian Charrington, viejos objetivos de la Interpol y clientes habituales del cártel de Cali cuando la organización de los hermanos Rodríguez Orejuela vivía su mejor momento frente al ocaso de sus rivales de Medellín.

Mario y sus socios se vieron implicados en 1992 en un alijo de 907 kilos de cocaína oculta en lingotes de plomo interceptado en Reino Unido del que sorprendentemente salieron absueltos junto a otras veinte personas. Ni la suerte ni la juventud son infinitas. Cayeron los años e importantes condenas para los británicos en distintos puntos de Europa (Charrington fue sentenciado a 15 años en 2018 por un alijo de 192 kilos de coca interceptados en el puerto de Altea) y para el propio Halley, que fue condenado a seis años de prisión en Holanda por otro gran cargamento de cocaína en el que también participó Warren.

Tantos varapalos para Indiana y sus socios le llevaron a replantearse su actividad. Pasó de ser un intermediario directo en grandes operaciones de narcotráfico a realizar labores de blanqueo de capitales procedentes de este negocio. «La criptomoneda es una actividad más segura y sencilla si lo comparas con la organización que supone un gran envío de mercancía», explica una fuente próxima al caso que añade que la dificultad de rastreo y el poco control que actualmente hay sobre la moneda virtual soplan a favor de los narcotraficantes.