Hace unos días me decía un hostelero angustiado que, además de la falta acuciante de ayudas que sufren, lo peor es que encima los habían dejado fuera del tema de los Expedientes Temporales de Regulación de Empleo (ERTE), donde sí entraban los hoteles y otras empresas turísticas, de forma que ahora la autoridad laboral les está echando para atrás todas las solicitudes para que los empleados puedan estar en casa cobrando el paro hasta que el horizonte se clarifique en apenas unas semanas, cuando las nuevas restricciones pasen y los números de infecciones y de ingresos hospitalarios bajen dentro de lo posible. El caso es que los hosteleros malagueños salieron a la calle el pasado jueves para protestar por las últimas medidas aprobadas por la Junta de Andalucía, esto es: adelantar el toque de queda a las diez de la noche y obligar a los bares y restaurantes a cerrar a las seis. Su mensaje era claro: «La ausencia de un imprescindible plan de rescate económico para la supervivencia del sector y la falta de consenso a la hora de imponer estas medidas motivan esta convocatoria, que se hará de forma coordinada en todas las provincias andaluzas». El estado de la cuestión venía claro, negro sobre blanco, ya en la convocatoria. Este hostelero del que les hablo explicaba que había comenzado a dar menús a un precio bajo y que eso sólo le servía para no cerrar, para ir tirando, pero para nada más. Y, cuando hablo de hostelería, hablo de pequeño y mediano comercio, de autónomos y pymes, de su cuñado, su padre, su hermana o su prima; de gente como usted y como yo que se está comiendo el marrón del coronavirus después de que las autoridades sanitarias hayan pasado, desde el fin de la desescalada al inicio de estas nuevas restricciones, de contratar los rastreadores que hacían falta, de reforzar la atención primaria y contratar sanitarios para los hospitales, ya en el punto de mira de la enfermedad durante el verano. Pero no, era más fácil dejar hacer e ir con prisas para reabrirlo todo. Y ahora se exige a los hosteleros y a los comerciantes, y a otros muchos sectores en realidad, que paguen el pato de la incompetencia.

El caso es que la Junta ha anunciado ayudas millonarias a las empresas, el Ayuntamiento aprobó el pasado viernes en el pleno extraordinario retransmitido vía telemática un plan para inyectar hasta cinco millones de euros a la hostelería y al comercio y el Gobierno central se ha gastado miles de millones de euros en sufragar ERTE y ayudas a autónomos. Puede parecer muchísimo dinero, y lo es, pero nos queda demasiado por hacer y así lo han dicho los sectores más afectados: hace falta un plan de rescate real de la hostelería, el comercio y el turismo, con dinero contante y sonante que riegue de liquidez el día a día de estos sectores, dejando a un lado los parches y mirando a estas actividades como lo que son: esenciales para nuestra supervivencia como país. Ya sé que hay gente muy seria diciendo que necesitamos diversificar el modelo productivo. ¿Es que, acaso, no anda Málaga en eso desde que lanzó en 1992 el Parque Tecnológico de Andalucía (PTA) o se apostó por el Ayuntamiento por impulsar la marca de smart city? ¿Es que no se han hecho esfuerzos por no depender sólo del turismo y de la construcción? Claro que se han hecho, pero diversificar un modelo es el trabajo conjunto de varias generaciones, no una idea impulsada por la ciberrealidad turismofóbica. Turismo y Costa del Sol son lo mismo, y sobre ella ha crecido la fama de esta ciudad y este litoral, que ha cometido numerosos y monstruosos errores, sobre todo urbanísticos, en las décadas que jalonan su historia. Pero ahora, más allá de andar la senda de la diversificación y de creernos, de verdad, la importancia de acabar con la economía sumergida y con la precarización laboral, hay que darle la mano al hotelero o al restaurador de toda la vida y acompañarlo por una triple senda: la sostenibilidad, la digitalización y el respeto escrupuloso de los derechos laborales de la fuerza productiva. Y, sobre esa base, construir una economía decente y justa, huyendo de la turismofobia tanto como del repudio al urbanismo vertical, algo que también está muy de moda pero a lo que vamos a tener que recurrir cuando en poco más de veinte años la ciudad se quede sin suelo. Hay que discurrir por la senda de la sostenibilidad, pero también reivindicar la importancia de un sector servicios que ha hecho piruetas en los últimos años por adecuarse a los retos que tiene ante sí, con una evidente lucha titánica contra la estacionalidad natural del sol y playa, la diversificación de nichos de mercado y el cambio espectacular que, para bien, ha dado la capital costasoleña. ¿O es que ya no se acuerda nadie de cómo estaba el Centro Histórico hace veinte años? Ya hemos dicho aquí que los próximos meses habrán de ser los de abrazar al vecino y ponerlo en el corazón de la acción de gobierno, planificando, con sentido y parámetros sostenibles, el crecimiento de nuestra almendra central, pero ahí también entra el respeto al hostelero y al hotelero y la recuperación de la esencia de una ciudad que, de tanto perseguir convertirse en una marca, se olvidó en parte de su esencia, que también está en los barrios.

El hostelero de toda la vida, el bar de su barrio, está pasándolo mal, como ocurre con la frutería de la esquina, la zapatería de la calle en la que viven sus padres o la papelería en la que mis progenitores compraron casi todos los libros que yo llevé al colegio. Sólo hay que ver cómo se ha desatado la caza y captura del hostelero echando un vistazo a los comentarios añadidos a cualquier noticia que cuelgan los periódicos malagueños en sus sucesivas redes sociales. A veces parece que no somos conscientes de qué nos da de comer. Habría que hacer una reflexión profunda sobre el porqué de esas críticas, cuyas razones internas ya hemos apuntado antes, pero es necesario un nuevo pacto social en torno al turismo en la capital, de forma que avancemos por los senderos que pueden convertir esa actividad en una vía esencialmente competitiva y sostenible que, por medio de la justicia social y huyendo de la avaricia de determinados individuos, sirva para colocar a la ciudad y a la Costa del Sol en el camino de la recuperación económica. Los hosteleros no merecen tantos parches como se les han ofrecido y el sector turístico requiere de una mayor implicación de los poderes públicos, dejando a un lado la evidente turismofobia de algunos dirigentes y ciudadanos, en su reformulación. Es evidente que la hostelería y el comercio, el sector servicios en general, han sufrido un jaque. No podemos permitir que se convierta en mate. Sin salud no puede haber economía, pero es claro que como se gripe mucho el motor que nos hace seguir adelante, cuando lleguen los primeros vientos de la recuperación, que siempre soplan primero en Estados Unidos y luego en Europa, toda una generación de empresarios y hosteleros españoles no va a poder volver a levantarse dadas las enormes deudas en las que habrán incurrido.

Los planes económicos, hasta ahora, se han anunciado al rebufo de las críticas y de las manifestaciones de trabajadores y empresarios. Siempre a remolque, es indispensable que los políticos de todas las administraciones dejen las encuestas a un lado y se pongan a remar, atendiendo a la opinión de los expertos, de forma que la seguridad sanitaria sea esencial en la acción de gobierno, pero también toda ella discurra por una verdad evidente: el sector servicios es nuestra industria esencial. A muchos les gustaría que fuéramos de otra forma, pero es vital aceptar la realidad y cambiarla en el sentido en el que se determine con la reformulación de un nuevo contrato socioeconómico. Estrategia, pacto y sostenibilidad son las incógnitas de una ecuación que debe redefinirnos como sociedad. Por el futuro de todos.