Noviembre se despide tras echarnos el aliento de la pandemia con esa versión pesimista en la que se está regodeando el otoño. A pesar de la sintomática parálisis, los dimes y diretes siguen destilando un licor interesante sobre la barra de esta bodeguilla. Una cosa no quita la otra. En esta Andalucía de los cierres perimetrales y el toque de queda, todo funciona a medio gas. Y en este tipo de locales, la disminución del flujo de clientes se nota aún más. Se crea una especie de soledad intermitente y la precaución ondea desde el cartel que, en los ventanales, proclama la obligatoriedad de entrar con la mascarilla puesta casi hasta los ojos. En el interior, las flechas de la distancia social marcan el territorio o un ´botijo´ de gel hidroalcohólico le da la bienvenida al escaso personal que ahora se desplaza de un punto a otro. También es obligatorio frotarse las manos con este líquido desinfectante, sobre el que uno de los parroquianos más jartibles siempre dice que «debe estar muy bueno con Coca Cola». Igualmente, se cumplen a rajatabla los nuevos horarios vespertinos que afectan al sector de la hostelería. Por supuesto que se cumplen. Como el mandamiento de hablar de política. Esa máxima nadie se atreve a saltársela a la torera. Sobre todo, con el montón de frentes abiertos que laten soterrados por mucho que la prioridad deba ser un combate que tumbe al coronavirus.

Quien cruza con tenaz frecuencia la puerta de un establecimiento así sabe a lo que viene. Por eso, el conjuro contra Susana Díaz que urden los críticos del dividido PSOE andaluz no ha tardado en encontrar la réplica en uno de los clientes más fieles. Es tan leal que siempre está en los debates importantes, aunque es de los que prefiere ver, oír y callar. Solo abre la boca cuando considera que tiene algo importante que decir.

El individuo en cuestión es conocido entre la clientela, por su carácter taciturno, como ´el pensador´. Y, quizás porque sabe escuchar, maneja cierta información que suele ser de primera mano. Del alma del PSOE sabe bastante. Lo recuerda él mismo mientras explica que a muchos socialistas malagueños, a la propia Díaz o, incluso, a gente afín a Pedro Sánchez no le hace gracia que se sigan usando las etiquetas de ´susanistas´ y ´sanchistas´. Sostiene que aquello pasó a la historia en cuanto los dos combatientes por el poder de Ferraz «hicieron las paces». Y que la prueba de que existe una convivencia leal es que la expresidenta de la Junta y el secretario general del PSOE de Málaga, José Luis Ruiz Espejo, apoyarán sin reticencias al actual presidente del Gobierno cuando se celebre el congreso federal, que iba a ser en las inmediaciones del próximo verano pero igual se retrasa a causa la pandemia. Como ejemplo del pacto por la unidad vigente, saca a colación la integración de ambas corrientes que se llevó a cabo en las listas al Congreso de los Diputados y el Senado, en la elección de los diputados provinciales en las ocho diputaciones andaluzas o en la designación de los subdelegados del Gobierno central en la región.

Consciente de lo difícil que resulta lavar etiquetas que derramaron tanta sangre interna, señala que a partir de ahora habrá ´críticos´ y nada más porque, entre los que aparecen para airear las discrepancias, lo mismo los hay que en el pasado fueron ´sanchistas´ que ´susanistas´. El PSOE insiste en actualizar su diccionario. Y, para demostrarlo, ´el pensador´ tira de hemeroteca. Recuerda que el propio Felipe Sicilia que abandera la «pulsión de cambio» en el PSOE andaluz, o compañeros de viaje suyos como el alcalde de Torremolinos, José Ortiz, y el exconsejero Luciano Alonso, apoyaron en su momento a Susana. Y que el senador malagueño Josele Aguilar tampoco apoyó a Pedro Sánchez, que defendió la candidatura del exlehendakari Patxi López.

El interlocutor va más allá y sostiene que los ´susanistas´ no quieren ahora mismo ninguna guerra. Que en plena pandemia lo inteligente es permanecer unidos y convivir. Y que esto es lo que deben hacer «quienes se están dedicado últimamente a dividir».