En un informe del arquitecto Ángel Asenjo para la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo publicado el año pasado, se recuerda que hace casi cincuenta años, por iniciativa del académico, arquitecto y urbanista José González Edo, con el apoyo de toda la institución, se propuso incoar un expediente para declarar Monumento Histórico-Artístico los ficus de las bodegas de Larios, los de la fábrica de la Aurora.

Gracias a ese gesto de civismo colectivo, los malagueños contamos hoy con los Jardines de Picasso, pues como recuerda el informe, el Proyecto de Ordenación de la Prolongación de la Alameda no respetaba los ficus.

Los malagueños nos libramos por un pelo de un nuevo hito del progreso malagueño que proyectaba bloques de viviendas donde hoy se encuentran estos bellísimos árboles centenarios.

En nuestros días, por contra, no parece que socialistas y populares se cuestionen su delirante apoyo al rascacielos del puerto, que si nadie lo remedia será la puntilla para que la Bahía de Málaga se corone para los próximos siglos con esta mediocre seña de identidad de Benidorm.

Está claro que mientras nuestros inconscientes representantes públicos se preparan para perpetrar un daño a la imagen de Málaga que durará siglos, los de hace cincuenta años supieron enmendar a tiempo el error.

La diferencia estriba en que, en la actualidad, a la codicia que hay detrás de un proyecto tan jugoso se suma con fuerza un provinciano sentimiento de inferioridad, arropado por los cantos de sirena de los puestos de trabajo que traerá la obra y el supuesto progreso que supone levantar un rascacielos en un lugar tan perjudicial para la ciudad.

Por descontado, las recomendaciones de no construir el hotel casino en el dique de Levante, por parte del Comité Nacional Español del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios -el organismo asesor de la Unesco- han sido olímpicamente despreciadas por nuestros renacentistas cargos públicos, que siguen adelante con la criatura.

También está por ver si este émulo del Monte Gibralfaro podrá construirse en una plataforma tan echada a perder. En cualquier caso, la última palabra la tendrá el Consejo de Ministros. Crucemos los dedos por tanto para que haya quórum de políticos sensibles, ajenos a la engañosa fórmula de ladrillo + turismo: dinero y puestos de trabajo. No todo puede valer en Málaga para que unos pocos hagan caja.

En los 70 salvaron unos ficus centenarios, en los años 20 de este siglo nuestros políticos deberían centrarse en salvar la imagen de la ciudad.