Hay quien dice, y lo habrán escuchado estos días, que una democracia como la nuestra no puede permitirse haber tenido tantas leyes educativas como Gobiernos han pasado por la Moncloa. Consideran esos críticos que este tema, como tantos otros, son tan centrales y tan relacionados con el futuro del país que deberían haberse consensuado, si no del todo sí, al menos, en un alto tanto por ciento del texto. Pero ya saben que aquí parece difícil llegar a algún acuerdo, sobre todo porque nos hemos entregado a la política espectáculo y la polarización es hoy extrema, tanto entre los que se dicen de izquierdas como entre quienes se cuentan como miembros de la ideología conservadora en cualquiera de sus manifestaciones. Cada uno dispara al otro desde su trincherita, incendiando las redes sociales y sometiendo a todo el que no piense como él a una caterva inabarcable de insultos y descalificaciones. Ya lo dijo Zapatero: conviene que haya tensión. Y así todo.

El caso es que estas patologías se dan en los diferentes partidos del sistema, en la derecha y en la izquierda, desde el extremo de los mandos retirados del Ejército que firman cartitas y participan en grupos de WhatsApp pidiendo fusilar a todo Dios y hablando de rebeliones (vaya imagen habremos dado en Europa a cuenta de estos militares trasnochados y fascistas) al de los dirigentes de partidos izquierdistas que hablan un día sí y otro también de un cambio de régimen (o los nacionalistas que, mira qué gracioso, coinciden en su fin con los generales), como si el del 78 no fuera un proceso democrático construido, con sus cosas buenas y menos buenas, como se pudo, con un Ejército golpista apuntando a la nuca de los diputados. Nadie mira ya a los Carrillo, Suárez, Fraga o González que, viniendo de trincheras ideológicas distintas, supieron ponerse de acuerdo, dejar la crispación y hablar de futuro. Ahora la moda es hablar de la Guerra Civil todos los días, como si no hubiera suficientes muertos en estas jornadas sombrías del coronavirus en las que el futuro (económico, laboral, social o sanitario) es tan complicado para miles de personas.

Hablaba en general de los males del sistema, de los extremos y del fanatismo político, de la ausencia de temas centrales que generen consenso entre partidos de orillas ideológicas distintas y eso también ocurre en Málaga, por ejemplo con otro proyecto que va a convertirse, también, en arma arrojadiza entre el equipo de gobierno y la oposición: el soterramiento del eje litoral urbano. El PP, ya lo saben, quiere soterrar la circulación desde el Muelle Heredia hasta pasado el Hotel Miramar (2,5 kilómetros, aproximadamente). Ello llevaría aparejada la ejecución de nuevas estaciones de autobuses en la plaza de la Marina y la Explanada de la Estación María Zambrano, el dimensionamiento del parking y otros dos aparcamientos, además de quedar un amplio espacio para peatonalizar resultado del soterramiento, y se generarían dos torres, un edificio de oficinas y un hotel (en los terrenos de la estación de autobuses del Paseo de los Tilos). Esto, así a ojo, cuesta más de 400 millones de euros.

El PSOE, por su parte, ha calificado este proyecto de «faraónico» y asegura que se abrirá en canal el eje Este-Oeste durante dos décadas. Los socialistas propusieron en la campaña de las municipales «asomar la ciudad al mar» con una intervención que consistiría en soterrar el tráfico 300 metros, desde el final del Muelle Heredia al inicio del Paseo de los Curas. Así, Larios y Molina Lario se unirían peatonalmente con la plaza de la Marina y la entrada al Puerto. Asimismo, en el Paseo de los Curas iría una estación de autobuses y transporte público, aumentando en un metro la cota del subsuelo del parking de la Marina. Se peatonalizaría todo el Paseo del Parque (los carriles centrales) y la calle Cortina del Muelle, adoptando medidas adicionales para reordenar el tráfico en el entorno de Cánovas del Castillo. La factura: 20 millones de euros. Una actuación más limitada pero ambiciosa.

Adelante Málaga, confluencia que aglutina a IU y Podemos, no apuesta por una intervención en general, sino que aboga por una filosofía más afín a un cambio conceptual en relación a la movilidad sostenible y sana. «Lo necesario no son obras faraónicas, es preciso un cambio de concepto en materia de movilidad, que apueste más por el transporte público colectivo, la bici, los desplazamientos peatonales y reduzca el coche particular. Soterrar es una llamada al coche. Y esa una obra de infraestructura titánica, carísima y encima con participación privada, de forma que la rentabilidad económica se impondrá a la social». Insisten IU y Podemos en que es «una autovía soterrada. Va en contra de todos los nuevos modelos de movilidad que se están implantando en las ciudades europeas del siglo XXI. Resaltamos el coste desorbitado y que no se tenga en cuenta que, a medio plazo, la prioridad serán las grandes obras y actuaciones que habrá que llevar a cabo en la ciudad para mitigar los efectos del cambio climático, como ya planifican otras ciudades costeras». Como ven, la oposición y el equipo de gobierno tienen visiones radicalmente opuestas sobre qué hacer con el eje litoral, aunque hay una clave: el malagueño está agotado de obras tras 14 años de construcción del metro. Y eso puede ser decisivo. No sería mala idea buscar el consenso.