Estamos seguros de que Jane Jacobs, la teórica del Urbanismo de la Norteamérica del pasado siglo, hubiera visto la buena intención de un proyecto tan arriesgado como la plaza del Doctor Vargas-Machuca, en La Trinidad, junto al mercado de Bailén. Lástima que, como saben, tantas buenas intenciones sirvan para empedrar el infierno.

La plaza en cuestión fue, en principio, una buena idea. Se trataba de dar aprovechamiento ciudadano al techo del aparcamiento construido junto al mercado. Con entrada por la colonia de San Eugenio, de la que hablamos esta semana, una amplísima rampa da acceso al techo, donde esperan bancos y un parque infantil.

En casos como este, Jacobs alertaba de la necesidad de que los espacios lúdicos estuvieran dentro de una intrincada red urbana. Para entendernos, en un barrio lleno de vida, rodeado por calles constantemente transitadas para que tuvieran éxito.

No fue así desde el principio, por la sencilla razón de que se escogió un sitio aislado de por sí, al tratarse del techo de un aparcamiento, con el añadido de estar emplazado en un entorno donde abundan las casas mata y no hay demasiados vecinos.

Este cóctel ha propiciado desde el principio que el espacio de juegos sea infrautilizado y que la plaza se llene, especialmente, al caer la noche, para ser utilizada como botellódromo al aire libre.

Han sido muchas y loables las iniciativas para eliminar el aspecto de gueto de este espacio. Dan fe los metros y metros de murales de colores muchos de ellos de gran nivel artístico.

Pero durante el día esta solitaria plaza es recorrida por dueños con perros, algunos de los cuales no se molestan en recoger el regalo de sus mascotas y al oscurecer, ya se sabe.

El pasado lunes por la mañana, al paso de propietarios de perros se sumaban las evidencias del botellón del fin de semana: bolsas, botellas y latas a mansalva. Y en el suelo, manchas de gran tamaño que lo mismo evidenciaban el alcohol derramado que un alivio alejado de toda etiqueta.

Las vistas, eso sí, son magníficas: asoma la iglesia de la Trinidad, que parece ponerse de puntillas entre los bloques y casi se superponen la torre de la Catedral y la de la iglesia de San Pablo, con Gibralfaro de telón de fondo. Pero es un espacio costoso que, por aislado e inseguro, no cumple casi nunca su función.