Cae la tarde tras el ventanal imaginario de La Bodeguilla. Puede ser una jornada cualquiera de estas en las que ya se deambula -como si fuese una alucinación recién estrenada- bajo los efectos de la segunda fase de la desescalada andaluza. Casi todo suena a eufemismo. Solo se salva el villancico irreverente que, hace un rato, los artesanos eternos de una panda de verdiales han improvisado ante el espejo empedrado de una botella de Machaquito. Mientras respeta el polémico ´kit kat' hostelero de dos horas porque su local no es una cafetería, el tabernero sigue hablando de política. Aunque ya no lo hace con los parroquianos. Solo le escucha el empleado que lo acompañará en las inmediaciones horarias del nuevo toque de queda. Habla para prevenir antes que curar. Teme que la vigente parada biológica vespertina le siente tan mal como determinadas siestas.

Habla exclusivamente de Podemos. Sobre todo, hace memoria. Se recuerda en mayo de 2014, durante la noche de un sábado en la que el Atlético de Madrid acaba de ganar la Liga en el Camp Nou con un gol de Diego Godín. Está con varios amigos en una terraza de la malagueña plaza de las Flores. Y, en la mesa de al lado, también parece reinar la amistad. Entre los vecinos del bar, le llama la atención la apariencia de intelectual de otro tiempo de un chico con gafas y aspecto imberbe. Tampoco pasa desapercibida una joven morena que no pronuncia tan fino en medio de aquella tertulia incompleta. Esperan, junto a más gente, a alguien. Y este no es otro que Pablo Iglesias, quien llega tras haberse retrasado un poco atendiendo a parte del gentío que lo acaba de jalear durante un mitin en la cercana plaza de la Constitución.

«Mira, son los de Podemos», dice el mismo colega del tabernero que, cuando el vino ha cundido más, le pide que lo acompañe a hacerse una foto con el televisivo Iglesias. Con el líder de aquel partido que días después dio la campanada en las elecciones europeas y, al poco tiempo, ya decía en las entrevistas que la popularidad le impedía tomarse una caña tranquilo. Como aquella tarde en Málaga a la que vuelve el tabernero para situarlo junto a su lazarillo inseparable de entonces, Íñigo Errejón, y a la que tanto una primavera después como a finales de 2018 fue la candidata morada a la presidencia andaluza, la ahora innombrable Teresa Rodríguez: «Ese tridente ha terminado como el Rosario de la Aurora, solo hay que mirar a Andalucía, han provocado un peligroso misterio de la Santísima Trinidad que flaco favor le hará al bloque de izquierda en las elecciones: Unidas Podemos, Anticapitalistas y Más País», arguye el tabernero recreándose en el argot religioso.

Su homilía roja va más allá y proclama que «Adelante Andalucía ha derivado en un avispero engendrado por Podemos». «Si no se produce el enfrentamiento entre los ´teresistas' y los ´pablistas' no hubiera llegado la sangre al río, los morados en Andalucía llevan mucho tiempo divididos y para muestra nos vale aquello en lo que ha menguado el grupo parlamentario: quedan media docena de diputados de IU de los 17 y ninguno de Podemos; encima son los de IU los que han lavado los trapos sucios contra los ´teresistas' para agradecer el ministerio que le ha caído a Alberto Garzón y aferrarse a una fórmula como la de Unidas Podemos, que en Andalucía no da tan fácil para gobernar con el PSOE», suelta a modo de perorata el tabernero cuando el reloj acaricia la reapertura de las ocho y se pone a rematar su teoría en plan sentimental: «Todo esto lo digo porque me duele, estoy cansado de que la izquierda que presume de roja se inmole a cambio de dos despachos».