Massimo Colombi era enfermero en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Regional desde 2011, aunque sus raíces estaban a miles de kilómetros, en Bedizzole, una ciudad de la región italiana de Lombardía.

Allí se crió en el seno de una familia en la que conoció las luces y las sombras de la enfermería a diario, en cualquier conversación de sobremesa, por lo que sin grandes aspavientos y casi en secreto, se enamoró de la profesión, una forma de vida que discurrió por tres generaciones, abuelo, padre y, con él, nieto.

Movido por la persistente inquietud de progresar y seguir creciendo, abandonó su empleo en su tierra para superar la barrera del idioma y encontrar nuevas oportunidades en Reino Unido, las mismas que atrapó en el gran hospital St Mary's, en Londres. Su objetivo final era emigrar a Australia pero en Inglaterra conoció a su compañera de vida, Esther Urbaneja, también enfermera, con la que finalmente emprendió el reto de construir su «proyecto vital», como ella misma lo define, esta vez en Málaga, ciudad a la que se mudaron en 2007.

Con 40 años aterrizó en un nuevo país, afrontando una nueva barrera dialéctica y grandes obstáculos para acceder a la sanidad pública, de la que era un férreo defensor. Pese a las dificultades, su esposa sostiene que a Massimo siempre le motivó el reto, por muy «deprimente» e «insostenible» que fuese. Asentado en la Costa del Sol, descubrió dos de las pasiones que lo moverían a diario en su trabajo: la UCI y la liberación sindical. «Todo viraje de destino que lo ha llevado de la mano a tan inciertas como enriquecedoras venturas», recuerda Esther en un escrito dedicado a su marido.

En el Hospital Regional, Massimo entró como enfermero de Cuidados Intensivos, pero su profesionalidad y ahínco pronto lo propulsaron al puesto de supervisor, y, por otro lado, su inexpugnable lucha por la defensa de los derechos laborales y la dignificación de la profesión lo llevaron a convertirse en el delegado sindical de UGT en el centro hospitalario.

«Era una persona de honor, capaz de recoger las inquietudes, las peticiones de la gente, tanto cuando estaba de enfermero como cuando estaba de supervisor, como cuando estaba en el sindicato», explica Mar Martínez, compañera de Massimo en el Regional. «Recogía los testigos y los llevaba hasta el final, no se quedaba con las cosas a medias. Siempre intentaba solucionar los problemas mirando el lado humano de la gente, su excepcionalidad era esa. Por eso es tan querido».

El derecho a decir adiós

La Covid-19 impuso en marzo la distancia interpersonal como principal medida antipropagación. En los hospitales, eso se tradujo en un duro aislamiento para los pacientes contagiados. Entonces la gran parte de los ingresos eran personas ancianas.

La doble lucha contra la infección provocada por el virus y contra la soledad durante el ingreso dejaba una fotografía descorazonadora que no solo afectaba a los ingresados y a sus familiares sino que minaba la fortaleza de los propios sanitarios.

Massimo, que seguía muy de cerca la evolución de la pandemia en su país, decidió que la iniciativa «el derecho a decir adiós» impulsada por sus colegas italianos debía llegar a Málaga y haría todo lo posible por conseguirlo, a través de escritos a las administraciones, los medios de comunicación y la demanda a la propia sociedad.

«Veíamos que estas personas se morían y ni los familiares podían ver, ni ellos podían decir nada, se iban apagando poco a poco. Lo único que podían coger era la mano del enfermero o la enfermera que tenían a su lado, una mano cubierta de guantes», rememora Carlos Bueno, enfermero del Regional y amigo de Massimo, al que se le rompen las palabras mientras habla.

«Él consiguió que se repartieran tablets y teléfonos con datos por parte de las empresas de telefonía», subraya.

De hecho, la Junta de Andalucía se comprometió a mediados de abril a garantizar un «Programa de humanización para pacientes hospitalizados de Covid-19» y adquirió 944 dispositivos electrónicos entre tablets y móviles para poder realizar las videollamadas.

Una «huella imborrable»

El pasado domingo, 13 de diciembre, Massimo Colombi, padre de dos hijos, falleció a sus 50 años en su casa de forma repentina a causa de una muerte súbita con un diagnóstico cardíaco.

Su lucha incansable por la justicia social y su vehemencia por la humanización del trato a los pacientes en los peores meses de la pandemia del Sars-Cov-2 lo han convertido en un referente para la profesión y una «huella imborrable» para sus compañeros.

«Ha sido siempre una persona pendiente de los demás, muy dedicado, luchador de los derechos de los trabajadores y los pacientes», mantiene Bueno. «Lo que él hacía lo llevaba a término, no dejaba nada a medias y además se empeñaba. Repartía bondad».

Las condolencias y los mensajes de despedida trascendieron al ámbito de la Sanidad, en los que también fueron partícipes el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y el ministro de Sanidad, Salvador Illa.

«Hoy perdemos a un enfermero, pero sobre todo a una gran persona que destacó por su generosidad, humanidad y cariño hacia los pacientes. Hasta siempre», destacó Sánchez en sus redes sociales. «Su impulso para que los pacientes de Covid-19 pudieran contactar con sus familiares por videoconferencia durante la primera ola es encomiable», afirmó el ministro de Sanidad.

Además, todo el equipo de UCI junto a la dirección del Regional guardaron un minuto de silencio en los pasillos del centro y el sindicato al que perteneció, UGT, celebró un sentido homenaje a las puertas del hospital.

Pese a que siempre rehusó de los términos grandilocuentes, según cuenta su esposa, la pandemia hizo ver a este profesional sanitario que «no solo tiene historia y sangre enfermera. Tiene pasión enfermera y vocación enfermera». Y ese será su legado.