En los periódicos, a final de año, cuando llegaba la hora de redactar los anuarios, siempre consultábamos fechas y datos, acontecimientos y muertes, noticiones e impactos, triunfos o derrotas con cuidado y precisión. Mucha hemeroteca. Mucho Google. La memoria, en diciembre, flaqueaba con respecto a qué pasó en febrero o marzo o acerca de quién dijo aquello en agosto. Este año es distinto. Todo tiene el mismo protagonista y todo sabemos cuándo empezó, al menos aquí, el mal sueño. Se llama Covid, muta, resiste, mata, se divide en nuevas cepas, se cuela por aerosoles y aunque comenzó en China, su actuación más terrible en España se inició en marzo. Se decretó el estado de alarma y vino el confinamiento. La vida de siempre, en interruptus. El confinamiento trajo un cambio de hábitos, aficiones reposteras, reagrupamientos familiares, solidaridad con los sanitarios, miedos, angustia y fallecimientos de ancianos en masa. Alguna vez esta sociedad tendría que revisar bien, no lo hará, por qué aparca a los viejos de esa manera. La tercera edad residenciada ha sufrido un holocausto en España. Todo el mundo conoce a alguien que ha enfermado gravemente por Covid. Las muertes este año en España han sido un 26% más respecto al año pasado. El confinamiento fue también tiempo de disputa política. Críticas despiadadas, endose de los muertos, acusaciones gruesas. El Gobierno legisló, hizo lo que pudo, se inventó un comité de expertos que resultó inexistente y las comunidades pusieron el grito en el cielo, unas más que otras. Ahora se quejan del Gobierno. España es un carajal normativo contra la Covid. Ya se ve la vacuna al final del túnel y ya se ven también las críticas absurdas de virreyes pidiendo un número de vacunas adecuado para su población, tal vez en la creencia de que hay un comité médico en el Ministerio de Sanidad evaluando si extermina a los cántabros o a los andaluces o si preserva la raza de los zaragozanos u onubenses mandando más vacunas aquí que acuyá. Piden vacunas como si fueran fondos europeos o un cargamento de hormigón para fabricar algo. Es malo que la vacuna no sea obligatoria. Durante el confinamiento el mundo se paró. También el mundo interior a veces. Llegó el teletrabajo, con sus virtudes y defectos; las colas para comprar en el supermercado, el agobio por tener que hacer deporte bajo techo, las videollamadas y las cervezas virtuales. Palabras como webinar se pusieron de moda. Perdonen la confesión personal pero para el que suscribe, el confinamiento fue un pequeño y necesario parón para ordenar ideas, y estanterías, comer mejor, leer más, trabajar más eficazmente y estrechar lazos con la familia inmediata y nuclear. A los amigos que se echaba en falta resultaron ser los verdaderos. La política se agrió mucho. Guerracivilismo. Más tarde vendría una moción de censura. En el momento en el que el encanallado clima entre políticos pase a la población tendremos un problema. En ciertas épocas del año parecía que estábamos en el 31 ó 32. La cosa es no llegar al 36. Y tras el confinamiento vino la alegría y la playa, el campo, los viajes, la vuelta a los restaurantes y a la vida más o menos normal. Vida con mascarilla. Con distancias de seguridad. Y con todo el mundo pronosticando que vendría un otoño mortífero y peor. El turismo parecía recuperarse, las playas estaban llenas y aunque las admoniciones sobre lo que podría venir en otoño eran abundantes, no quisimos (no es una crítica) hacer mucho caso. Nadie tiene dos vidas, por mucho que la única, por disfrutar, se ponga a veces en peligro. Fue después del confinamiento cuando el Gobierno decidió prolongar ERTES, un instrumento que ha salvado del paro a decenas de miles de personas. Se aumentó el gasto público. Andalucía olvidó sus promesas de bajadas de impuestos y también invirtió en cuantiosas subvenciones y planes. La sanidad pública se ha percibido este año como una joya. Con sus defectos. Qué habría sido de nosotros como país sin sanidad pública. Tal vez un panorama como el de Estados Unidos, donde la cifra final de muertos se acercará al medio millón de personas. El repaso del año se nos cuela en la mente y van saliendo ideas e impresiones. Ha sido un año en el que la influencia de los populismos se ha acentuado, si bien Estados Unidos, y el mundo por ende, se ha librado de Trump. Juan Luis Cebrián en su ensayo sobre el caos, recientemente publicado, alerta sobre la estupidez (en su segunda acepción: engreído que no tiene motivos para ello) de no pocos gobernantes españoles y del mundo. Ha sido el año del brexit, la legislatura en la que se fracturó el independentismo catalán. La pandemia refuerza, según nos explica Daniel Innerarity en ´Pandemocracia', la sensación de impotencia frente a un fenómeno que exige una mayor integración política de la humanidad, en la línea de fortalecer las instituciones transnacionales o la gobernanza global y, en general, una transición hacia formas de inteligencia cooperativa. En lo más local, Málaga ha sufrido un parón como motor económico andaluz. El PIB de la provincia, según Analistas Económicos, puede caer entre un 12 y un 15. El turismo está herido y la situación en Gran Bretaña presagia un mal 2021. La hostelería brama y la sanidad necesita más medios. Los locales vacíos se ven por todas partes. Sin embargo, cabe el optimismo: todo puede empeorar. Brindemos por el futuro. Nos veremos todos allí, a fin de cuentas.